Vuelan

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Por Joselo Rangel

Wednesday, May 27, 2015




— Perdí la fe — me dijo cuando le pregunté que cómo le iba con su trabajo. Lo encontré por casualidad en un bar y lo saludé casi por compromiso. Estaba muy borracho, apenas podía mantenerse sentado en el banco frente a la barra. Se supone que un piloto no debe tomar, pero hay varios que lo hacen, y mucho. Me contó que ya no tenía empleo. En realidad yo no quería saber la razón, podría ser por su alcoholismo, pero él solo me lo confesó, así, nada más: perdió la fe.

— No debería contarte esto, pero qué me importa, que me maten si quieren, no seré el primero ni el último. Dime una cosa, ¿sabes por qué vuelan los aviones? A ver ¿Cómo crees que algo tan pesado puede volar?

No sabía hacia dónde iba su plática de borracho, pero como le tenía cariño aunque no lo viera casi nunca, me senté junto a él y le seguí la corriente. Le contesté que era un asunto de aerodinámica, que las alas, que las hélices, que las turbinas, que la alta tecnología y lo que sabemos todos, o lo que no sabemos pero se supone que sí.

— No — me dijo — es la fe. Le pidió al barman otra ronda para él y para mí. De un trago se terminó su bebida. — Lo que hace volar un avión es la fe del piloto y del copiloto. La fe de las sobrecargo, de los pasajeros, del personal de tierra, esos que traen chalecos naranja y hacen señales con unos tubos de colores, de la gente que está en el mostrador y de los que te revisan el pase de abordar y la identificación. La fe de la gente en la calle, de las familias que se reúnen allá afuera del aeropuerto para ver despegar un avión tras otro. Los aviones grandes, los medianos, los más chicos, los de hélice, los que van a cruzar el Atlántico, el Pacífico, o los que van aquí cerquita. La fe de toda esa gente es lo que hace volar a esos pesados armatostes. Incluso la fe de los niños en sus casas, los que juegan con un aeroplano de plástico, haciendo ruido con la boca, fffffiiiiuuuussssshhhh ¿para qué hacer esos juguetes sino para mantener la fe de la humanidad en que los aviones de hecho vuelan?

Nos sirvieron otras bebidas. El bar se estaba llenando. Yo había quedado de ver a una amiga que aún no llegaba. Me daban ganas de levantarme, con cualquier pretexto, qué pena escuchar tanta insensatez. Pero no veía cómo zafarme sin ofender a mi amigo que seguía y seguía y no paraba.

Me dijo que los hermanos Wright se dieron cuenta desde el principio. Sin esa fe tan feroz, jamás lo habrían logrado. Fue su gran aportación. Antes, Da Vinci lo sabía. En sus notas, en los planos de artefactos, escrito como si estuviera refiriéndose a otra cosa, a la religión por ejemplo, hablaba de la fe. En realidad estaba hablando de volar, siempre de volar, "vuelan –escribió Da Vinci- pero sin fe, nada". Sin embargo, para que la fe funcione, me dijo, es preferible que sólo unos cuantos sepan el secreto: si todos directamente pensamos que esa cosa va a volar, entonces vuela.

Ningún piloto lo había sabido nunca. A todos les enseñaban la ciencia, supuestamente, exacta: un avión despega y se mantiene en el aire por tantas horas, por la física, la aerodinámica, la dinámica de los fluidos.

—Una bola de patrañas —dijo —para mantener la idea fija en el cerebro, en el corazón. Nos hacen exámenes psicológicos para saber si como piloto tienes la suficiente fe para mantener el armatoste arriba. Aunque claro, hay fallos, siempre hay quienes son capaces de engañar a los test. Por eso hay accidentes, aviones caídos en las montañas o en medio del mar. No es raro que en el despegue se ponga a prueba la fe, o que poco después algunos aviones se caigan. Desperfectos del motor, dicen. Mentiras: es la falta de fe. ¿Sabes qué son las turbulencias? Algún tipo, casi siempre en clase turista, que en el peor momento le da por no creer.

Él era uno de los mejores pilotos. Mientras me decía todo eso, yo lo recordaba con claridad: ganaba lo que quería, viajaba a donde fuera, tenía a su lado a las mujeres que deseara, beneficios todos de ser piloto aviador. Pero para él todo había terminado el día en que un compañero le contó el secreto. Le explicó lo que ahora él me acababa de contar. Le mostró las turbinas de los aviones: carcasas huecas, sin nada por dentro. Ese piloto se esfumó al poco tiempo, como si se lo hubiese tragado la tierra. Lo desaparecieron, aseguró mi amigo.

— Aquel piloto me abrió los ojos: si nosotros lográbamos eso, hacer volar un avión, entonces éramos superhombres, capaces de cualquier cosa. Lo mismo los pasajeros, ellos también ponían su parte para lograr el vuelo. Alguien no quiere que sepamos el poder que tenemos. Yo... yo... la verdad no sé. Quizá los demás sean superdotados pero yo, yo ya perdí la fe.

Mi amiga llegó al bar y estuvo a punto de sentarse con nosotros, pensando que me la estaba pasando bien. Sin embargo, yo me despedí rápidamente y le dije a mi amiga que nos fuéramos a una de las mesas del fondo. En realidad quería salir de ahí, irme del bar, lo haría en cuanto pasaran unos minutos, después de una copa quizá. Prefería que mi amigo no nos viera salir huyendo, que se olvidara de nosotros, que continuara con lo suyo y se pusiera más borracho.

Mi amiga era guapísima, lástima que sólo éramos amigos. Tenía unos labios hermosos que yo normalmente no podía dejar de mirar, pero ahora estaba demasiado al pendiente de mi amigo allá en la barra. Pedí la cuenta, y mientras esperábamos vi entrar a dos hombres enormes que se llevaron a mi amigo. Ni siquiera se resistió. Aunque no los había visto antes por ahí, pensé que eran los de seguridad del bar. Quizá los habían contratado esa semana.

Era preferible pensar eso, porque imaginar, siquiera remotamente, que estos tipos podrían hacerle algún daño a mi amigo, o matarlo pon tú, sería la confirmación de que lo que decía es verdad. Y como por mi trabajo viajo mucho en avión, no me conviene. Para mí es imprescindible mantener la fe. Necesito creer que vuelan.

Textos Mutantes (Cuentos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora