Por Joselo Rangel
Wednesday, September 10, 2014
Todos estaban muy quitados de la pena, disfrutando de la boda porque no tenían forma de prever lo que les iba a pasar.
La feliz pareja de recién casados bailaba con los invitados "El Venado", con los cuernos que el DJ —que salió más barato que contratar a una orquesta— les había entregado a varios asistentes. Todos coreaban "el venao, el venao" sin saber que el lechón que acababan de ingerir comenzaba a hacer estragos en su sistema digestivo. Al otro día todos los comensales tendrían una diarrea de aquellas, menos aquel al que todos veían raro, por hippie, era vegano.
Eso no es nada, porque dentro de una semana, la feliz novia que ahora baila y canta Timbiriche a todo mecate en la pista de baile, en su luna de miel se romperá el tobillo al pisar mal corriendo en la playa, mientras escapa de una ola inmensa que cualquiera hubiera podido confundir con un tsunami en las costas de Guerrero. Como el pie enyesado no le permitirá a la novia caminar mucho, el nuevo esposo, en una de sus caminatas solitarias, conocerá a una mujer que lo llevará, eventualmente al divorcio.
Sin embargo falta lo peor. Mientras todos se divierten en la fiesta, Rodolfo y Martita, primos lejanos, muy borrachos ya, conciben un hijo en el estacionamiento, dentro del coche de un tío. El hijo nacido de este encuentro será un genio, y los Estados Unidos (que ya se habrán apropiado de todo el territorio nacional para ese entonces) se lo llevarán a trabajar al Pentágono, donde, gracias a su talento, inventará el arma más letal del universo, que llevará a la humanidad a su extinción.
Pero estamos en el presente. Dejemos que sigan bailando, emborrachándose, creando nuevas amistades y parejas. Todos están felices, no hay que molestarlos.
A fin de cuentas, a nadie le gusta que el futuro le eche a perder una cumbia.