Por Joselo Rangel
Wednesday, December 24, 2014
El escritor no tiene idea de cuál cuento va a publicar en sublog el 24 de diciembre. El hecho de que el día en que salen sus cuentos (los miércoles) coincida con esta fecha tan especial en occidente, le parece un buen presagio, y no quiere desaprovechar la coyuntura.
¿De veras va a escribir un cuento sobre el día en que nació Jesucristo? No, qué cursi. Además, un cuento de navidad sólo lo puede contar bien Dickens. Compararse con este escritor le pone la cara roja de vergüenza. Quizá su cuento hable de los regalos solamente, son un tópico más seguro que entrar en cuestiones religiosas. No quiere mostrar sus creencias espirituales ni siquiera en un relato de ficción.
Se le ocurre que aquella historia del cochecito de juguete que le robaron en su infancia, con algunos cambios, puede funcionar. Decide intentarlo. En realidad su mamá no le regaló el coche en navidad, pero puede decir que fue así. Al fin y al cabo es ficción y puede escribir lo que él quiera.
Su mamá les regalaba, a él y a su hermano, juguetes en cualquier época del año. Allá en Veracruz no había muchas jugueterías, pero a la colonia petrolera donde vivía de niño, llegaba una señora que vendía fayuca. Una teca, le decían sus papás, no en tono peyorativo, simplemente porque así se las conocía a esas señoras que andaban de casa en casa vendiendo mercancías de otro país: ropa, perfumes, jabones, telas y cochecitos marca Matchbox.
A veces el escritor utiliza sus recuerdos para hacer cuentos. Distorsiona la realidad para contar una historia. En ocasiones son cosas que les pasaron a otras personas. Algunas no sucedieron nunca. Pero si es un recuerdo propio, el escritor necesita alejarse lo suficiente para poder contarlo como cuento, así que a veces le es más fácil inventar todo, partir de la nada para que las palabras fluyan una tras otra.
El escritor se da cuenta de que escribir sobre el recuerdo del Matchboxle duele. No es la primera vez que intenta escribir un cuento sobre este episodio de su vida. Una vez trató de convertirlo en un relato de ciencia ficción. En ese cuento el protagonista descubre que su vida podría haber sido muy distinta si hubiese enfrentado al amiguito que sabe que le robó el coche. Ese episodio lo marcó de por vida y quiere regresar en el tiempo a enmendar la situación. Un chamán lo ayuda a viajar al pasado por medio de un hongo alucinógeno. El protagonista vuelve al pasado, es un niño pero con la consciencia de un hombre mayor. Está feliz porque su mamá le regaló un cochecito de juguete, y se va a jugar con sus amigos. Hacen carreteras en la tierra, montañas con acantilados por donde deambulan los pequeños automóviles. El protagonista tiene varios cochecitos, y mientras juega con uno más viejo, el nuevo desaparece. Le pregunta a su mejor amigo en dónde lo dejó, y éste dice que no sabe, que él está jugando sólo con los suyos. El protagonista lo busca por todos lados y no lo encuentra. Escarba en la tierra por si estuviera enterrado, quizá una montaña entera le cayó encima. Una avalancha. Pero no. Regresa a su casa y le dice a su mamá que perdió el coche nuevo. Su mamá le dice que seguramente su amiguito se lo llevó, evitando usar la palabra robó pero dejándola implícita. El protagonista va a casa de su amigo a reclamarle. Pocas veces ha entrado en su casa, la ve oscura y tenebrosa. Llega hasta su cuarto y parece que su amigo lo espera, pues le muestra todos sus carritos para que revise que él no tiene el nuevo. La consciencia del protagonista adulto sabe que este es el momento en que su vida puede cambiar. Recuerda que es entonces cuando el amiguito le mostró el coche en cuestión pintado de manera burda con barniz de uñas para hacerlo pasar por otro, y que él no lo reconociera. El protagonista siempre supo que ese era el suyo, pero no pudo enfrentarse a su amigo. Le dio miedo. Aun cuando era evidente que bajo esa pintura estaba su coche, no lo dijo. Recuerda también que su amiguito lo desafió a leer los pequeños números en la parte de abajo del coche, como si él pudiera tener el código que asegurara que ese era el juguete perdido. El protagonista espera a que esto vuelva a suceder, que salga el coche embarrado de pintura de uñas, pero esto no ocurre. Su amigo le enseña todos sus coches y ninguno es el suyo, con o sin barniz. No entiende qué pasa, sin este factor no puede reclamarle a su amigo el robo, pues no hay evidencia. Busca en todos lados del cuarto del amigo y no encuentra el coche robado. Regresa al presente, más frustrado que nunca, le reclama al Chamán. Éste no sabe qué pasó, se deslinda de la responsabilidad y lo echa de su consultorio. Al final del cuento, el Chamán abre la puerta de un cubículo en donde está el amiguito, ya adulto, quien también viajó al pasado y evitó que el protagonista le reclamara el juguete que en efecto había robado. De haber cambiado las cosas, la vida del amiguito hubiera sido peor que la del protagonista.