Por Joselo Rangel
Wednesday, March 5, 2014
P-i-n-ch-e-l-a-m-b-i-s-c-ó-n– le decía Ozzy a McCartney sin emitir ningún sonido, moviendo los labios exageradamente.
Macca estaba en el escritorio, en donde la maestra lo había puesto antes de salir a un pendiente en la dirección de la escuela. Siempre que lo hacía, le pedía al jefe de grupo (obviamente McCartney) que vigilara que todos los alumnos se estuvieran quietecitos. Ozzy estaba hasta allá atrás, con los pendencieros del salón, puro pinche vago: Niki Sixx y Keith. Los tres usaban sus pupitres de una manera muy extraña, se sentaban de una forma imposible, con la nalga al borde del asiento y la espalda recargada en el respaldo como si estuvieran acostados en una silla de playa. Muy distinto a otros alumnos, como por ejemplo David Byrne, que estaba derechito derechito en su asiento, como si la banca fuese un aparato de tortura en el que encontrara placer sentándose de esa manera.
Los geeks de hasta adelante, Mark Mothersbaugh y Costello, encorvaban la espalda cubriendo su cuaderno como si no quisieran que nadie les copiara la tarea. Sus lentes de pasta se les resbalaban de la nariz, tanto que tenían ganas de ponerse un elástico que se las amarrara a la cabeza, pero hasta ellos sentían que eso sería demasiado nerd.
Entre aplausos de sus compañeros malandrines, Ozzy se levantó de su silla para hacer su pase magistral, ése que todos ya sabían que iba a hacer apenas la maestra dejara el salón. Se ponía en medio de dos filas con la mano derecha e izquierda a la altura de las cabezas de sus compañeros, y en una carrera rápida, zapeaba a todos los que se encontraban en su camino. A la mitad de la fila parecía que había dos sillas vacías, pero aún así sus manos sentían algo extraño cuando cruzaba la cabeza de Lennon, que se reía con una risa fantasmagórica pues Ozzy le caía rebien, y la de Kurt Cobain, que con la cara desfigurada por el balazo que se autoinfligió, no se sabía si reía o lloraba, o las dos cosas a la vez.
–Por favor John Michael Osbourne, deja de estar haciendo tus payasadas, compórtate.
–"Por favor John Michael Osbourne, compórtate" – imitó Ozzy a McCartney con la voz más amariconada posible, y todo el salón soltó la carcajada.
Ozzy se fue al pizarrón y dibujó una cruz invertida, pero haciendo un chirrido con el gis con el que todo el salón sintió que les rechinaban los dientes.
–¿Payasadas? ¿No puedes decir, no sé, mamadas, o chingaderas? Es que "payasadas" me suena demasiado gay.
–Por favor Ozzy, vete a sentar. No quiero que cuando llegue la maestra te encuentre parado. Me van a regañar a mí.
– ¿Y cual es el pedo? El rockanrol es rebeldía. Deberías estar en contra de la pinche maestra aunque esté bien buena. Ella es la autoridad. Todos aquí deberíamos estar en contra de la autoridad. ¿O no mi Elvis?
–¿Eh, qué?– preguntó Presley que parecía estar en cualquier otro sitio menos en el salón– ¿me puedes repetir la pregunta?– dijo Elvis acomodándose el copete, algo nervioso de no saber la respuesta, pues ya había repetido año muchas veces. Había calentado la misma banca con sus nalgotas enfundadas en su traje blanco por varios años, y luego cuando murió en la bañera, al regresar al salón de clases estaba más distraído que nunca. Llevaba tanto tiempo ahí que ya nadie se acordaba en qué curso debería estar.
–¿Rebeldía?– dijo el Sir con un acento marcadamente inglés. –Si todos empezamos a hacer esto por dinero, porque éramos pobres. Y luego ya no pudimos parar. Hasta mostrar rebeldía es un negocio. Hay quienes hasta lo patentaron con todo y su uniforme.
Los Ramones, los vivos y los muertos, levantaron la cabeza y dejaron de dibujar los logos de sus bandas favoritas en sus cuadernos. –Calmado, calmado. Más respetillo, pinche Macca, nosotros no nos metemos con tu música.
Un carraspeo anunció que Joe Strummer se preparaba para hablar. Todos, sin dudarlo un segundo, voltearon a ver que era lo que iba a decir.
–Tiene razón el compañero McCartney. Aunque no comulgo con sus ideas, considero que el rockanrol dejó de ser hace mucho una forma de rebeldía. El sistema se lo tragó entero y a nosotros con él. Por más que luché en vida nunca pude contra lo que me estaba pasando. Destruí mi grupo cuando vi que éste se estaba yendo al carajo. Ahora muerto parece que he logrado más, que mi legado se preserva más. Porque sí bien el rock es, primeramente, un divertimento, también puede ser un vehículo insuperable para dar a conocer ideologías, así como para cuestionarlas y destrozar otras. Considero que...
Mientras hablaba, Bono asentía fuertemente con la cabeza, sin que se le ocurriera nada que aportar. Detrás de sus lentes de mosca veía a Strummer con una devoción rayana en el amor.
El discurso continuaba, pero si en algo se parecían los alumnos en este salón de clases, era en que todos sufrían de déficit de atención, no podían estar concentrados más de tres, tres minutos y medio, algunos mucho menos; otros, los progresivos, un poquito más. Así que todos se pusieron a platicar mientras Joe Strummer seguía y seguía. Bla bla bla. Chris Martin, quien se había colado al salón, y Bono, eran los únicos que lo estaban escuchando atentamente.
El barullo subía y bajaba. Fragmentos de conversaciones se escuchaban de repente entre el murmullo que formaban las voces de todos los alumnos hablando. Freddy Mercury y Robert Plant le preguntaban a Stevie Nicks qué shampoo usaba para dejar su pelo así de bonito y le decían, medio en serio, medio en broma, si no traía un gramito de coca por ahí escondido entre los pliegues de su vestido gitano. Patti Smith le recitaba unos poemas de Baudelaire a Michael Stipe al oído, mientras este ponía los ojitos en blanco y hacía ruidos extraños. Los latinos (Alejandro, Saúl, Gustavo y Charly), aunque tuvieran cosas interesantes y profundas que compartir con sus compañeros nadie les entendía nada, así que preferían pitorrearse de todos dirigiéndoles muy educadamente groserías en español: chinga tu madre puto, andate a la concha de la lora, y se cagaban de la risa.
La puerta del salón se abrió de repente y todos se quedaron callados pensando que era la maestra, pero no. Era un jovencito nuevo que nadie conocía. El veinteañero preguntó con timidez cuál era la materia que ahí se impartía.
–Pues, es...– trató de contestar McCartney pero no encontró respuesta.
–Es...– dijo Townsend, tronando los dedos, casi a punto de recordar, pero se quedó mudo, sordo y ciego.
Todos se voltearon a ver unos a otros sin saber que contestar.
–¿Cuál era?– se preguntaron Bowie y Tom Yorke al mismo tiempo haciéndose ojitos.
De repente Bob Dylan, desde un lugar en donde nadie lo veía, dijo con voz gangosa:
–Es la materia que tú quieras. Bienvenido.
Todos alabaron las palabras del cantautor. Algunos encontraron significados ocultos en esta simple frase. Otros no la entendieron, pero hicieron lo posible por no demostrarlo. Los más cínicos pensaron que era una reverenda mamada, pero decirlo era echarse a todo el salón encima de a gratis.
El nuevo alumno se sentó en la primera fila y Ozzy estuvo a punto de aventarle una hoja de cuaderno que había hecho bolita con su saliva, cuando la maestra entró al salón.
–¿Cómo se portaron Paul?
–Más o menos, miss.
–¿Ah, sí? Pues de castigo vamos a hacer un examen sorpresa. Saquen una hoja...
–Noooooo– gritaron todos.
El alumno nuevo deseó no haber entrado a ese salón tan extraño, se comportaban como niños de primaria. ¿Por qué actuan como tontos? ¿son retrasados o qué? A muchos ya los conocía y consideraba que, aunque era nuevo, él era EL MEJOR. No por nada había grabado su nuevo disco con el mejor productor del mundo. Sintió desprecio por sus compañeros. No sabía que todos ellos se habían sentido igual que él en su primer día de clases.