Por Joselo Rangel
Wednesday, September 24, 2014
Martina le había pedido a su novio Claudio, a quien todos conocían mejor como el Sabbath, que le llevara unos encargos a su amiga de toda la vida que vivía desde hacía años en Barcelona. El encargo consistía en golosinas típicas que no se podían conseguir más que en México: Miguelitos de polvo y agua, cacahuates japoneses Nishikawa, paletas de caramelo sabor mango cubiertas de chile, y unos Pulparindos. No era más que una bolsa pequeña, pero que sin duda haría muy feliz a Paula, quien desde que se fue a Cataluña no se había vuelto a enchilar con estos dulces como lo hacía en su infancia.
Martina le escribió un email a Paula contándole que su novio pasaría unos días por ahí y le llevaría ese regalo. También, si quería, podía ir al concierto del grupo con el que su novio estaba trabajando, Yummy Yummy. Paula dijo que qué buena onda, que claro que le gustaría ir, y aunque no sabía qué grupo era ese, no lo dijo. También comentó que, en agradecimiento por tomarse la molestia, podía mostrarle la ciudad al Sabbath.
El Sabbath era uno de los mejores secres de batería que había en el mundo del rock nacional, pero como el trabajo escaseaba, y en el pop le pagaban mejor, andaba de gira con esa pareja de hermanos cantautores que la estaban haciendo en grande en la Madre Patria. Necesitaba dinero, ya que, después de una vida llena de rockanrol, había decidido casarse. Amaba a Martina y estaba dispuesto a sentar cabeza, cualquier cosa que eso significara.
Cada vez que el Sabbath abría su maleta y se topaba con la bolsa llena de dulces se sorprendía, se quedaba mirándola sin entender bien por qué la traía, hasta que se acordaba: "Ah sí, la amiga de mi novia. Chale." Un día antes de llegar a Barcelona, hablando por skype con su prometida, de nuevo olvidó que tenía que entregar los Miguelitos. Qué güeva. Además la amiga quería pasearlo. Más güeva aún.
Al llegar a Barcelona el tour manager juntó al staff y les recordó que los hermanos poperos harían entrevistas todo el día, para promocionar su disco, así que los demás tenían un día libre en esa ciudad. Martina lo sabía aun antes que ellos, pues estaba pegada a las redes sociales que anunciaban todo lo relacionado con el dueto, por lo tanto el Sabbath veía difícil, o mejor dicho imposible, negarse a que lo paseara la amiga de su novia.
Martina arregló desde México la cita: su amiga Paula lo vería en el lobby del hotel a las doce del día, para que le entregara sus dulces, y llevarlo a la Casa Batlló diseñada por Gaudí, que estaba a la vuelta de donde estaba hospedado.
El Sabbath bajó a las 12:10 y vio a mucha gente en el lobby, huéspedes extranjeros decidiendo a dónde irían a turistear. Vio una chava vestida completamente de negro, con unos shortcitos minúsculos y unos lentes oscuros. Aunque su novia no le había dado señas de cómo sería su amiga, pensó que ella no podía ser. Le hubiera gustado que su prometida tuviera amigas así, pero era muy fresa. Esta chava no lo era, o al menos no lo parecía. Así que cuando vio esas piernas acercarse a él, y preguntar "¿Claudio?" se sorprendió mucho.
Se saludaron de manera torpe. El Sabbath acostumbrado en estas dos semanas a dar dos besos como lo hacen en España, quiso hacerlo así con Paula, pero esta lo saludó a la mexicana, con uno solo. A la hora de querer dar el segundo beso, la boca del Sabbath pasó muy cerca de la de Paula en ese intento por seguir las costumbres de los ibéricos. Fue un momento raro, del cual los dos sólo acertaron a reírse.
— ¡Uy! dejé tu regalo allá arriba, qué pendejo. Deja voy por él. —dijo el Sabbath dando la vuelta hacia el elevador.
—No, no. Mejor vámonos. Cuando regresemos me la das, para no andarlo cargando. Martina me pidió que te regresara a tu hotel sano y salvo. —dijo Paula, como si conociera al Sabbtah de mucho tiempo atrás.