Por Joselo Rangel
Wednesday, August 13, 2014
Selene y yo crecimos juntos. Jugábamos los mismos juegos con todos los demás niños de la cuadra: futbol, las traes, bote pateado. Ella era la única niña, las demás se entretenían dentro de sus casas o departamentos con juegos menos rudos, las muñecas y la casita. Selene era uno más de nosotros. Una niña con actitudes de niño. Hasta que un día jugando a las escondidillas Arturo y Selene no aparecían, el juego terminó y todos nos dimos a la tarea de encontrarlos. Por más que los buscábamos no los podíamos hallar. Rulo, el hermano de Arturo hasta se empezó a preocupar. No era para tanto, pensé, ni yo que era su pariente me sentía angustiado. Mi mamá siempre me decía que tenía que cuidar a mi prima pues era la única mujer jugando con nosotros. Claro, luego sabría por qué de la preocupación de Rulo. Éste temía lo peor, y sus sospechas resultaron ciertas. Nadie podía encontrar a Selene y Arturo porque ellos no deseaban ser encontrados. El más chico de la pandilla, Ciro, que había corrido tres cuadras hasta el lote baldío vino con el chisme: allá están besándose, dijo entre risas.
Lo mismo pasó toda la semana. Cada vez que jugábamos a las escondidillas no aparecían, encontraban siempre un lugar distinto para esconderse porque al lote baldío no volvieron. ¿Por qué seguíamos con la farsa del juego? Supongo que para que no se notara que sabíamos qué era lo que estaban haciendo a nuestras espaldas. Comenzábamos las escondidillas pero al poco rato nos poníamos a jugar a otra cosa. Hasta que un día sí se pudo terminar, pues todos aparecieron al final del juego, incluidos Arturo y Selene. Yo vi un poco triste (¿o enojado?) a Arturo, pero mi prima estaba muy feliz. Así que seguimos jugando a las escondidillas, la segunda ronda, en la cual me tocó a mí buscar. Era bueno yo para buscar, nadie me ganaba en este juego. Así que no me fue difícil encontrar a Rulo y a Selene, escondidos besándose, detrás de donde ponían los botes de basura del edificio. No se dieron cuenta de que los había encontrado, tan entrados estaban en el beso. Rulo le trataba de acariciar las chichis a mi prima, pero esta hacía como que le quitaba la mano. Los vi todavía un rato, y luego me fui a seguir buscando a los otros.
Como no queriendo la cosa le dije a mi prima que por qué no invitaba a las demás niñas a jugar a las escondidillas con nosotros. Ver a mi prima besar a Rulo me despertó algo escondido. Se me hacía impensable besar a mi prima, o tocarle las tetas, pero las demás niñas se me hicieron dignas candidatas para ello. Sobre todo una, Mireya, pero todavía tardó un rato en sumarse a las escondidillas, que desde entonces se convirtieron en un ritual, que ayudaba a las niñas y los niños de la cuadra, antes dos bandas irreconciliables, a formar nuevas parejas de novios.
Selene pasó por todos ¿o debo decir: todos pasaron por Selene? Quizá sea eso lo más correcto, pues ella era la que decidía con quién, cuándo y cómo. Mis amigos no se tentaban el corazón a la hora de relatarme lo que había hecho Selene con ellos. No sentía celos, al contrario, me daba una especie de orgullo saber que Selene era una come hombres. Si yo hubiera podido habría hecho lo mismo, andar con todas las niñas que pudiera. Mi prima siempre lo aprovechó al máximo y anduvo con todos. Hasta el pequeño Ciro. Bueno, su noviazgo fue igual de pequeño que él, duró sólo una hora de un viernes en la tarde.
Las cosas comenzaron a cambiar cuando la miscelánea de la esquina cambió de dueños. La tiendita vendía de todo, ya saben, pero yo sólo me acuerdo de los dulces y golosinas que ahí comprábamos: miguelitos, gansitos, submarinos, cosquiollitas, salim y chilim, cazares, cacahuates japoneses Nishikawa, chicles canguro, rielitos. Todos los días íbamos a comprar lo que nos alcanzara con el dinero que teníamos o con el cambio que nos robábamos cuando nuestras mamás nos mandaban por la leche o el pan.