Por Joselo Rangel
Wednesday, October 1, 2014
El mago estaba muy cerca de ellos, en la mesa contigua, haciendo sus trucos de cartas a una pareja. El bar no estaba tan lleno, y por eso el mago podía ir por todo el local, ganándose una propina por divertir a la gente.
A Alfonso le cagaban los magos, y los mimos, y los vendedores, y cualquier gente que se le acercara a interactuar con él cuando quería estar solo, y con más razón cuando estaba en una primera cita, como esa noche.
Desde hacía tiempo quería invitar a salir a Rebeca, la nueva secretaria de su chamba, y por fin se le había hecho.
Los vecinos de mesa aplaudieron uno de los trucos del mago y Rebeca quiso ver por qué estaban tan entusiasmados.
— ¿No te gustan los trucos de magia? —le dijo Rebeca, tocándolo por primera vez en toda la noche. Le puso la mano encima de su antebrazo, como si se tuviera que sostener de algo para poder darse la vuelta y ver lo que sucedía en la otra mesa.
— Más o menos —dijo Alfonso. — sólo son trucos. Con mucha práctica cualquiera puede hacerlos.
También le molestaba a Alfonso que a los magos de bar les fuera tan bien con el género femenino. Ellas se entusiasmaban tanto con los trucos que daba la impresión de que podrían levantarse de la mesa, olvidarse de todo, e irse con él. Lo había visto varias veces en otras parejas: desde lejos veía cómo el mago parecía flirtear con las mujeres descaradamente. Era a ellas a quienes les pedía que escogieran una carta, o de la oreja les sacaba una moneda, y les sonreía tan abiertamente que no había lugar a dudas de que les estaba tirando la onda.
Este además era guapo, concluyó Alfonso de mala gana. Claro, era argentino. Hasta sus oídos llegaba el acento cantarín. Otra razón más para que no lo quisiera cerca. Pero era imposible que no viniera, porque cuando el mago volteó hacia donde estaban sentados, todo el lenguaje corporal de Rebeca le pedía a gritos que se acercara.
— ¿Quieren ver algunos trucos?
— ¡Claro! —dijo Rebeca
— ¿Y vos? ¿Querés?
— Psí —dijo Alfonso
— No me tienen que dar nada, lo hago por gusto, para divertirlos.
— No le hagas caso y haz algún truco. Pero uno bueno ¿va?— le dijo Rebeca al mago, tomando de la mano a Alfonso — y tú no seas tan amargado.
— Les voy a hacer sólo uno, mi mejor truco. Si no los sorprendo, me voy ¿de acuerdo?
— Va —dijo Rebeca.
— Elegí una carta
Típico, pensó Alfonso. Pero el truco era distinto, un poco más complicado que todos los que había visto. El mago le pidió a Rebeca que marcara una carta, la puso con las demás, para luego barajarla, y hacerla aparecer en la charola de un mesero que iba pasando por ahí, y después desaparecerla de nuevo y sacarla de la bolsa interior del saco de Alfonso. ¿Cómo lo hizo? el mago no tenía forma de llegar hasta ahí, no se había acercado ni siquiera a un metro de distancia. Alfonso no sabía cómo lo había hecho, pero no se dejó impresionar. Aguantó todo lo que pudo para que no se notara su cara de asombro, escondió la expresión en lo más recóndito de su ser. No así Rebeca, que se maravilló todo lo que pudo frente al mago, a quien seguramente le subió su autoestima. Como si le hiciera falta, pensó Alfonso.
— Está increíble ¿o no? ¿o no? —le decía Rebeca a Alfonso, moviéndolo de un hombro, como si de esa manera pudiera lograr que Alfonso entrara en razón.