Por Joselo Rangel
Wednesday, March 12, 2014
El curso pasado había sido un oso de peluche. Todos los niños de preescolar tres se lo querían llevar a su casa. Esa era la idea, que cada fin de semana un niño o niña distinta se llevara el juguete y lo cuidara como si fuera suyo.
El osito se llamaba Peluche. Era un nombre muy simple pero funcionaba, pues los niños preguntaban "¿y ahora quién se llevará a Peluche?".
El muñeco tenía una carreola de su tamaño, con su mantita especial para dormir y arroparlo cuando hacía frío. A una mamá muy hacendosa se le ocurrió bordar su nombre en la pequeña manta con letras color morado: Peluche, decía ahora la manta.
A partir de ahí las demás mamás sintieron que debían hacer algo por el muñeco y le fueron haciendo ropa. Una le hizo un conjunto de mezclilla, pantalones y chamarra de jean. En la parte de atrás, como si fuera el miembro de una pandilla rockabilly le cosió su nombre, Peluche.
Al ver este trabajo tan bueno, otra mamá le hizo un traje de John Travolta: saco blanco con camisa negra. En realidad lo hizo la abuela de la niña que se llevó a Peluche ese fin de semana, la mamá no sabía coser y era demasiado joven para haber visto Fiebre de Sábado por la Noche.
Al osito de peluche, semana a semana, le iba creciendo su guardarropa, así que una mamá le compró unas maletitas a escala para que lo guardara todo y los niños pudieran llevar su ropita de casa en casa.
Como ya tenía ropa para todas ocasiones (para la lluvia, traje de baño, una chamarra para el frío, ropa casual) las mamás restantes comenzaron a conseguirle utensilios.
A las pocas semanas los niños ya no podían llevar a sus casas todas las pertenecías de Peluche, pues había hasta un carrito de madera (obra de un papá con un inusual don para la carpintería). La camita y los burós que le habían añadido a su colección se quedaban en la escuela esperando el regreso de su dueño.
Al finalizar el ciclo escolar, una vez que todos habían tenido a Peluche por lo menos una vez en su hogar, la maestra les dijo a los niños que le habían conseguido una nueva casa a Peluche.
–No todos son tan afortunados como ustedes– dijo la maestra. –Hay niños que no tienen juguetes, así que deben aprender a compartir con los que tienen menos. Tengan por seguro que Peluche será tan querido como aquí, tal vez hasta más. Hubo niños que lloraron desconsoladamente y algunas mamás lo hubieran hecho también, pero la maestra insistía en que de eso se trataba este ejercicio, de compartir entre los niños del salón y luego con niños fuera de la escuela.
Ahora, en este curso escolar, para variarle, la maestra no compró un animal de juguete. No fue un tigre como hace varios años, ni tampoco una tortuga ni un osito. Compró un muñeco que era bastante real. Tenía el pelo negro rizado y la piel color café. Le puso Billy. Ya va la mitad del año y Billy trae la misma ropa de siempre, una simple camiseta a rayas y un pantaloncito corto. Al negrito (como le dicen algunas mamás) nadie le ha tejido ni siquiera una simple bufanda para el frío.
La maestra no quiere pensar mucho en la situación de Billy, pero ya decidió que para el próximo año mejor va a comprar un unicornio.