Por Joselo Rangel
Wednesday, May 28, 2014
Por fin iba a ver a Axis, el grupo del que todo el mundo hablaba. Yo traía la Datsun Guayín que mi santa madre me prestaba para ir a la escuela. No se enteraba que esa camionetita, además, era utilizada para otras cosas. Me gustaría decirles que la utilizaba como Hotel de Paso sobre ruedas, pero no. A los diecisiete años era yo muy nerd. Así que sólo utilizábamos la Guayín como Bar Ambulante, y transporte para ir a fiestas y conciertos de rock en Ciudad Satélite y anexas.
El Cuicacalli, en donde era el concierto, estaba muy cerca del circuito en donde vivían Ronald y la Betty, ahí por la Zona Azul, así que pasé por ellos. Estaba desesperado pues sentía que íbamos tarde.
—Es demasiado temprano para un concierto —dijo Ronald —además no podemos llegar así, en seco.
Así que primero fuimos a una tiendita, pero para variar, no teníamos tanto dinero. Traíamos lo justo para el boleto del concierto. Ronald se bajó con la consigna de comprar sólo una Modelo de lata para cada uno. La Betty, además, le pidió un Caribe Cooler. "De durazno, porfa" le gritó en el último momento.
Ronald regresó sólo con el Caribe Cooler.
—Las chelas están al tiempo. Vamos a otra tiendita, la cerveza me gusta fría o nomás no me sabe.
Así que fuimos a otra tienda, de la cual Ronald salió con las manos vacías quejándose de que sólo había Tecate.
—Me caga, sabe a miados. Además es para nacos.
Nos dirigimos entonces a una vinatería donde seguro habría chelas frías y de la marca que le gustaran al quisquilloso de mi amigo. Su papá era argentino, y aunque él se veía más mexicano que el mole, de seguro que un porcentaje de su sangre traía la soberbia de la pampa.
—Chale, no vamos a llegar —dije por fin en voz alta lo que venía pensando desde hacía rato. La vinata quedaba lejos de nuestro destino.
—No mames, es muy temprano. Nos da tiempo de pasar por las chelas y llegar sin pedos —dijo Ronald con una seguridad tal, que me convenció.
—Ok, ¿por dónde le doy?
—Date vuelta aquí.
Ronald se bajó muy tranquilo, pero unos minutos después salió en chinga con una bolsa más grande de lo esperado.
— ¡Písale! ¡písale! —dijo mientras se subía al coche. Arranqué lo más rápido que pude, que no era tanto que digamos. Ni el coche era el adecuado para salir huyendo ni el conductor tan avezado para esos menesteres. Pero ni falta que hacía tanta velocidad. Supongo que varias Caguamas frías y unos Marlboro no eran gran cosa para que el dueño de la vinatería saliera a perseguirnos. Aun así me dio un poco de miedo que alguien hubiera anotado las placas y al rato se pusieran a buscar por todo Satélite una Datsun roja. Según yo no había tantas como esa.
¿Dije que me daba un poco de miedo? En realidad moría del terror. No me gustaba hacer esas cosas —robar— y nunca las hacía. Muy al contrario, Ronald y la Betty lo hacían todo el tiempo, era su hobby. Nunca me llevaban a sus correrías, pues sabían que yo era un santurrón. Cuando lo hacían, y yo estaba con ellos, no me decían hasta que estábamos fuera de peligro, pues sabían que podía echarlo todo a perder por mis nervios. Seguro que fueron muchas las veces que ni me enteré de que se habían robado cosas estando yo con ellos.
Cuando ya estábamos lejos, Ronald repartió las Caguamas que nos fuimos tomando a distinto ritmo. Al llegar a la entrada del Fraccionamiento Cuicacalli, Ronald lanzó un "bajen bandera, bajen bandera", pues teníamos que pasar una pluma de seguridad que un policía custodiaba.