Chapter One.

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Tom Kaulitz.

Baje de mi camioneta, acompañado por dos de mis "amigos" si... Yo les hacía pensar eso, pero lo único que eran para mí son perros guardianes, los más fieles que tenía, Elliot y Warren, mis mejores perros de pelea.

Sentí como caminaban detrás de mi, casi pisando mis talones, mientras que las camionetas que nos acompañaban eran vigiladas por más de mis guardianes.

Observe aquella casa, era muy linda, se podía decir que era la mejor en toda la cuadra, pero las apariencias engañan... El hombre detestable que la habitaba no era más que un alcohólico de mierda, que lo único que sabía saber era hundirse entre las deudas que tenía conmigo.

Estuve investigando, el viejo tiene una hija... Lydia Miller, 16 años, cabellos azabaches, ojos café claro, estatura promedio, último año de preparatoria, su madre murió en un accidente de auto, cuando apenas tenía ocho años, sería un buen juguete, si es que el viejo no pagaba, algo casi confirmado.

─Muchachos... Entren.─ Ordene, con una sonrisa, y segundos después Warren destruyo la cerradura con la pistola que cargaba y de una fuerte patada en esta, logro abrirla fácilmente.

Elliot me hizo una seña de que esperara, siempre era así, el entro primero, se aseguro de que el lugar estuviera totalmente fuera de peligro y me llamo con un ademán, como dije... Mis perros más fieles.

Un silbido comenzó a salir de mis labios, era aquel con el cual me comunicaba con mis inferiores, osea... Con todos, entre a la casa con tranquilidad, y mis manos dentro de mis bolsillos.

─¡Oye viejo, ya estoy aquí!─ Grite, con una sonrisa sádica en mis labios, todas las personas de la colonia me miraban, y sabían de lo que se trataba, pero nadie, ni aunque quisieran, no podían hacer absolutamente nada, o mis perros se encargarían de morder. ─¡Es hora de que pagues, imbécil!

─Tom...─ Me llamo Warren, ellos eran los únicos que tenían permitido llamarme por mi nombre, y si algún otro lo hacía, le cortaba la cabeza y la lengua mientras aún respiraba, no estaba exagerando. ─Creo que Albert no está aquí.

─Si lo esta, esa sanguijuela ni siquiera puede moverse de lo alcohólico que es.─ Respondi, e hize un ademan con mi cabeza, indicando que lo buscaran en las habitaciones de arriba, y a los pocos segundos ambos ya estaban subiendo las escaleras.

Me voltee y mire el interior de la casa, nunca me había puesto a verla tan de cerca... Si, exacto, a la hermosa chica que se encontraba en una de las fotografías, tengo mucha imaginación, y realmente creo que ella podía ser la protagonista.

Encendí un cigarrillo y lo lleve a mi boca, mi mirada viajo hacia la calle, donde habian unos cuantos policías, sonreí con sarcasmo y moví mi mano, saludando a estos.

No podían hacer nada, nadie podía, ni siquiera lo que se supone que está zona se le llamaba "la justicia" eso no existía, yo era la ley en estas calles, yo dominó, yo mando, y el que desobedezca... Su castigo, es divertido.

─¡NOOOO! ¡POR FAVOR! ¡SE LOS RUEGO!─ Escuché los gritos despavoridos de Albert, quien venía bajando las escaleras, forzado por mis dos perros, ambos con su pistola en mano.

Cerré la puerta, dejando a las personas que se encontraban afuera con intriga, miedo, confusión, y muchas emociones más, el simple hecho de escuchar mi nombre les causaba escalofrios, lo sabía.

─¡Albert!─ Sonreí. ─¿Cómo haz estado, mi amigo?

─¡Jefe por favor! ¡Por favor! ¡Se lo ruego!─ sus palabras salían torpes, pero podía entenderlas.

𝗦𝘁𝗼𝗰𝗸𝗵𝗼𝗹𝗺 ; Tom Kaulitz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora