Chapter Thirty

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Narrador Omnisciente.

El sonido de aquel dispositivo le hizo levantarse con rapidez, Tom volteo su rostro confundido, tomando el móvil en sus manos, observando aquel número desconocido, un bostezo tranquilo salió de sus labios, y a los pocos segundos contesto aquella llamada.

─¡¿Jefe?!─ Una voz alterada y desesperada, y pudo reconocerla con rapidez.

─¿Benjamín? ¿Que pasa?─ Pregunto, mientras tallaba sus ojos.

─Tenemos información sobre Flavio... Después de tanto tiempo, el idiota cometió un error, y conseguímos confirmar que aún habita en Alemania.

Tom sonrio maliciosamente, mientras todo el sueño acumulado en su cuerpo se esfumaba con rapidez, se levantó de la cama y salió hacia la cocina, agradecia internamente no haber estado con la menor, o está se preocuparía de alguna manera.

─Ese imbécil... ¿Por qué carajos sigue aquí? El sabe más que nadie lo mucho que le haré suplicar para que lo mate..─ Escupio con rabia. ─¿Tienen su dirección?

─No... Aún no la obtenemos, pero estamos cerca de poder rastrearlo. ─ Unos segundos de silencio se expandieron por la llamada. ─ ¿Es Tom?... ─ Una voz en la profundidad de la llamada pudo escucharse. ─ Dámelo, quiero hablar con el. ─ El extraño ruido del movil siendo desplazado se aprecio con nitidez. ─Tom.. Soy Jhon, estoy trabajando con Benjamin y Alessandro, ellos ya te habrán informado sobre las buenas nuevas.. pero con esto también hay que ser precavidos... Si Flavio esta aquí es Lydia, quiere terminar con su trabajo, y lo sabes.

Tom gruño mientras estampaba su puño en mesa de madera, negando desesperadamente, intentando borrar aquellas imagines de Lydia siendo maltratada, no... No de nuevo.

─No dejare que eso suceda, antes muerto.─ Musitó con seguridad, sorprendiendo a sus dos compañeros, aunque el de pelo largo ya sabía de la intensidad con la que Tom quería, no... Amaba a la pelinegra.

─Necesito que nos veamos, tenemos que tratar este tema con suma delicadeza, está vez hasta yo quiero acabar con esa desgracia italiana.

No puedo dejar a Lydia sola... No sabiendo de esto.

Flavio aún no se atreve a atacar, está muy débil, en cuento a su físico, de armas y también de hombres, tu mataste a muchos de los suyos, asi que aún no sabe cómo defenderse.

Tom asintio, no muy convencido, camino en dirección al cuarto de la menor y entre abrió la puerta, observando su semblante tranquilo.

─Nos veremos en el club, llegó en veinte.─ No espero respuesta y corto la llamada, guardo su móvil en sus pantalones y se adentro al cuarto.

Camino con lentitud hacia la menor, se colocó de cunclillas, quedando exactamente frente a su rostro, sus labios entreabiertos, su cabello desordenado, sus mejillas rosas, y raramente su ceño fruncido.

Tom sonrió, sintiendo como su pecho era invadido por un extraño sentimiento, algo que el ya comenzaba a conocer, algo que solo cuando estaba con ella se presentaba.

Paso lentamente su mano por su cabello, deslizándose suavemente por su mejilla, acariciando con su pulgar, el cuál después de unos segundos bajo hasta sus labios, delineando estos con precaución.

La menos se removió ante los toques, y gruño aún sintiendo el sueño dominarla, abrió los ojos con molestia, pero esta rápidamente se esfumó cuando sus ojos conectaron con aquellos cafés, tan profundos y ariscos como siempre.

─Tom... ¿Que pasa?─ La pelinegra se reincorporo, y se sentó sobre la cama.

El de trenzas nego suavemente, aún sin quitar sus dedos de sus labios, intentando no caer en la tentación de probarlos.

𝗦𝘁𝗼𝗰𝗸𝗵𝗼𝗹𝗺 ; Tom Kaulitz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora