La marquesina de delante de las oficinas, justo en la esquina de las Main y Center Street, decía «¡A por el cuarto campeonato, Jungkook!»; no decía «Vamos, luchadores», ni «Vamos, Lakers», solo «¡A por el cuarto campeonato, Jungkook!». Seokjin se mostró en desacuerdo con el cartel desde el primer momento, pero al resto de chicos que iban en el autocar no pareció importarles. Jungkook formaba parte del equipo, era el capitán y todos pensaban que gracias a él conseguirían ganar otro
campeonato estatal. Eso era lo que les importaba. Jungkook, al igual que Seokjin, también estaba molesto e intentó ignorar la marquesina, como
hacía siempre. Iban de camino a Hershey, en Pensilvania, para competir en el campeonato estatal, y Jungkook deseaba que acabara todo. Una vez hubiera terminado, tendría quizá un rato para respirar tranquilo, para pensar, para tener un poco de paz, aunque solo fuera un rato.Si la lucha libre solo fuera lo que pasaba en el tapiz y en la sala de entrenamiento, le encantaría. A él le gustaba el deporte, la técnica, la historia, la sensación de control sobre lo que iba a pasar, lo que sentía al derribar al adversario. Le encantaba la simplicidad del deporte, la lucha. Pero no le gustaban los fans que gritaban, ni los premios, ni que la gente no parara de hablar de Jeon Jungkook como si fuera una máquina. Elliott Jeon había llevado a Jungkook por todo el país para que luchara desde que este tenía ocho años. Elliott había invertido todo su dinero en convertirlo en un campeón, no porque él quisiera que lo fuera, sino porque el don del niño merecía reconocimiento. Y a Jungkook también le había gustado esa parte (la de pasar tiempo con su padre y ser un buen luchador entre los miles de chicos que compiten un domingo cualquiera por la primera posición en el podio). Sin embargo, había dejado de ser divertido cuando, en los últimos años, Jungkook había llamado la atención a nivel nacional y el municipio de Hannah Lake se había dado cuenta de que tenía una estrella entre sus habitantes. Jungkook se había desencantado.
Su mente volvía sigilosamente a la visita del reclutador del ejército el mes pasado. No podía dejar de pesar en ello. Al igual que el resto del país, quería que alguien pagara por las muertes de las tres mil personas que habían fallecido en el 11S. Quería justicia para los niños que habían perdido a sus padres. Recordaba la sensación de no saber si su madre estaba bien. El vuelo 93, que había caído cerca, a un poco más de una hora de Hannah Lake, hizo que la realidad del ataque fuera más cercana.
Estados Unidos estaba ahora en Afganistán y había gente que pensaba que después sería el turno de Irak. Alguien tenía que ir. Alguien tenía que luchar. Y si no lo hacía él, ¿quién lo haría? ¿Qué pasaría si no iba nadie? ¿Volvería a pasar? La mayor parte del tiempo no se permitía pensar en ello, pero ahora estaba inquieto y nervioso, tenía el estómago vacío y la mente llena. Cuando hubieran acabado de pesarlo, comería. Lo había pasado mal para llegar a los noventa kilos y había tenido que perder peso. Su peso natural, cuando no era temporada de competición, era de unos noventa y siete kilos, pero competir en una categoría de peso inferior le daba ventaja.Pesaba noventa kilos, pero en realidad eran noventa y siete kilos de fuerza comprimidos en músculo puro y firme, nada más. Su peso no era común en el mundillo de la lucha libre: la envergadura y longitud de su torso y piernas hacían que los contrincantes tuvieran que depender de la fuerza. Pero él también era fuerte, mucho. Había sido invencible durante cuatro temporadas. Su madre quería que fuera jugador de fútbol americano porque era muy grande para su edad.
Sin embargo, al ver las Olimpiadas por primera vez, el futbol pasó a un segundo plano. Era agosto de 1992, Jungkook tenía siete años y John Smith había ganado la segunda medalla en Barcelona después de vencer a un luchador de Irán en la final. Elliott Jeon, un hombre pequeño que había encontrado consuelo en el tapiz, bailaba por todo el comedor. La lucha libre era un deporte que acogía a los grandes y a los pequeños y, aunque Elliott Jeon nunca había sido un contendiente serio, le encantaba ese deporte y había compartido su afición con su hijo. Esa noche pelearon sobre la alfombra de la habitación, y Elliott le enseñó a Jungkook los movimientos básicos y le prometió que lo apuntarían al campamento de lucha libre del entrenador Kim la semana siguiente.
El autocar tembló y se sacudió al pasar por un bache y se dirigió pesadamente hacia la autopista, dejando atrás Hannah Lake. Cuando volviera a casa todo se habría acabado, pero entonces empezaría la parte verdaderamente difícil y tendría que decidir en qué equipo universitario
quería luchar, qué quería estudiar y sobre si podría o no aguantar la presión eternamente. Ahora solo estaba cansado. Pensó en perder: a lo mejor eso hacía que las dudas desaparecieran.
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Jeon Jungkook - Máscara
Random> [Esta historia es una adaptación todos los derechos para la autora original]