Ver mundo

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Había un gran cráter en el suelo, en medio de la nada. Se habían llevado los restos. Decían que el papel chamuscado, los escombros, las piezas de ropa y maletas, las estructuras de algunos asientos y los metales retorcidos se habían dispersado y esparcido alrededor del lugar del accidente en un radio de trece kilómetros y por un bosque al sur del cráter. Algunas personas decían que había restos en las copas de los árboles y en el fondo de un lago que había cerca. Un granjero incluso
encontró una parte del fuselaje del avión en su campo.
Sin embargo, ya no había escombros, se lo habían llevado todo. Las cámaras, los equipos forenses, la cinta amarilla de precaución, todo. Los cinco chicos pensaron que a lo mejor tendrían problemas para acercarse, pero no había nadie para evitar que condujeran el coche de Yoongi por un camino apartado de la carretera y se dirigieran al lugar donde encontraron estrellado el vuelo 93, en Pensilvania.

Había una valla que rodeaba el área, una alambrada metálica de doce metros que había visto como las flores, los carteles y los peluches que habían puesto para las víctimas se marchitaban por todas partes. Habían pasado nueve meses del 11S y algunos voluntarios se habían llevado la
mayoría de los carteles, las velas, los regalos y las cartas. Sin embargo, había algo sombrío en aquel lugar que hizo que incluso cinco chicos de dieciocho años recobraran la sobriedad y escucharan el viento que soplaba entre los árboles que había cerca. Era marzo y, a pesar de que el sol se había asomado brevemente por la mañana, la primavera todavía no había llegado al sur de Pensilvania. Los dedos frágiles del invierno habían conseguido encontrar, a través de la ropa, el camino a las pieles de los jóvenes, que ya temblaban por el recuerdo de la muerte que había en el ambiente. Se quedaron al lado de la valla, pasaron los dedos por los agujeros de la alambrada y miraron por las aberturas para ver si veían en el suelo el cráter, el lugar de descanso de cuarenta personas a las que nunca habían conocido. Pero sabían cómo se llamaban algunos de ellos, conocían sus historias, y estaban entristecidos y callados, cada uno ensimismado en sus pensamientos.

—No veo nada —admitió Seokjin finalmente después de un largo silencio. Tenía planes con su novia, Marley, pero había querido apuntarse al plan de los chicos; ahora deseaba haberse quedado en casa. Tenía frío, y liarse con su novia habría sido mucho más divertido que mirar un campo
oscuro donde había muerto un montón de gente.
—¡Silencio! —dijo Yoongi, preocupado por la posibilidad de que los detuvieran e interrogaran. Estaba seguro de que conducir hasta Shanksville por capricho era una idea tonta, así que había sermoneado y avisado a sus amigos, aunque había ido con ellos de todas formas, como hacía siempre.
—Puede que no veáis nada… pero… ¿lo notáis? —Namjoon tenía los ojos cerrados y la cara hacia arriba, como si de verdad oyera algo que el resto no podía. Namjoon era el soñador, el sensible, pero nadie le llevó la contraria esta vez. Había algo, algo casi sagrado que brillaba en el silencio. No daba miedo, era extrañamente tranquilo, incluso en la fría oscuridad.
—¿Alguien necesita una bebida? Yo necesito tomar algo —susurró Jimin después de otro largo silencio. Rebuscó en la chaqueta, sacó una botella y la levantó de forma exultante como si hiciera un brindis—. Pues yo, con vuestro permiso…
—Creía que habías dejado de beber —dijo Yoongi, con el ceño fruncido.
—Ya ha acabado la temporada, tío, es oficial: vuelvo a beber —declaró Jimin alegremente.
Dio un trago largo y se limpió la boca, sonriente, con el dorso de la mano. Le ofreció un trago a Seokjin, que accedió felizmente y se estremeció cuando el líquido ardiente le quemó hasta llegar al estómago.
Jungkook era el único que parecía no tener nada que decir. Pero eso no era extraño. Jungkook casi nunca decía lo que pensaba y, cuando lo hacía, la mayoría de gente lo escuchaba. De hecho, él era el motivo por el que estaban un sábado por la noche en medio de la nada. Desde que el
reclutador del ejército fue al instituto, Jungkook no había podido quitárselo de la cabeza. Los cinco se habían sentado en la última fila del auditorio, reían disimuladamente y bromeaban sobre cómo el entrenamiento militar debía ser como un paseo en comparación con los entrenamientos de lucha libre del entrenador Kim. Todos excepto Jungkook. Él no había estado riendo ni haciendo bromas, sino que había escuchado con atención, había fijado los ojos en el reclutador con la postura tensa y las manos entrelazadas en el regazo.
Eran alumnos de último curso y se iban a graduar en un par de meses. La temporada de lucha libre se había acabado hacía dos semanas y estaban inquietos (quizá más que nunca) porque ya no habría más temporadas, ni nada por lo que entrenar, ni más partidos con los que soñar, ni victorias
de las que disfrutar. Todo había acabado para ellos. Excepto para Jungkook, que había recibido ofertas de varias universidades y que tenía unas notas y un historial deportivo para ir a la Universidad Estatal de Pensilvania con una beca que le cubría todos los gastos. Él era el único que tenía escapatoria.
Estaban a punto de experimentar un cambio enorme y ninguno de ellos, mucho menos Jungkook, estaba emocionado por la perspectiva. Pero, independientemente de si decidían dar un paso hacia lo desconocido, lo desconocido llegaría igualmente; el precipicio abierto se los tragaría y la vida tal como la conocían ahora se habría acabado. Todos eran completamente conscientes del fin.
—¿Qué hacemos aquí, Kook? —Por fin Seokjin preguntó lo que todos querían saber y, como consecuencia, cuatro pares de ojos se clavaron en la cara de Jungkook.
Jungkook tenía una expresión seria, una cara más propia de la introspección que de hacer bromas. A las chicas les atraía su cara y los chicos la codiciaban en secreto. Jungkook era un chico masculino, un chico duro, y sus amigos siempre se sentían seguros cuando estaban con él, como si solo por el hecho de estar a su lado parte de su encanto se les fuera a contagiar. Y no era solo por su tamaño, porque fuera atractivo o porque, como Sansón, llevara el pelo hasta los hombros,
desafiando las modas e ignorando que al entrenador Kim no le gustara. Era por el hecho de que la vida lo había tratado bien, desde el principio, y, cuando lo mirabas, pensabas que siempre sería así, y eso tenía un efecto reconfortante.
—Me he inscrito—dijo Jungkook, con palabras entrecortadas e inapelables.
—¿En la universidad? Sí, ya lo sabemos, Kook, no nos lo restriegues —dijo Yoongi. Aunque lo dijo entre risas, sonaba incómodo.
A Min Yoongi no le habían ofrecido ninguna beca a pesar de que había acabado el curso entre los mejores de la clase. Era un buen luchador, pero no era buenísimo, y Pensilvania era conocida por sus deportistas. Tenías que ser buenísimo para que te dieran una beca. Algunas cuentas
de ahorros no tenían el dinero suficiente para la universidad. Yoongi lo conseguiría, pero tendría que trabajar mucho por el camino e ir poco a poco.
—No, a la universidad no —suspiró Jungkook. Yoongi puso cara de confusión.
—Jo… der —dijo Jimin, suspirando lentamente. Puede que estuviera medio borracho, pero no era tonto
—. ¡El reclutador! Te vi hablar con él. ¿Quieres ser soldado?
Jeon Jungkook miró a sus cuatro mejores amigos, con los ojos estupefactos. Entonces, estos cogieron aire, sorprendidos.
—Todavía no se lo he dicho a Elliott. Pero sí, me voy. Me preguntaba si alguno de vosotros querría venir conmigo.
—¿Y qué, nos has traído aquí para ablandarnos? ¿Para que sintamos patriotismo o qué? —dijo Seokjin —. Porque no es suficiente, Kook. Joder, ¿en qué estás pensando? Podrían volarte una pierna por los aires o algo por el estilo y entonces, ¿cómo lucharías? No podrías. ¡Lo tienes todo hecho! Joder, es la Universidad Estatal de Pensilvania, tío. ¿Qué pasa? ¿Que quieres a los Hawkeyes de Iowa? Bueno, también te aceptarán. ¿Un tío grande que se mueve como uno pequeño, con un cuerpo de noventa kilos que sale disparado como si pesara setenta? ¿Qué peso estás levantando últimamente? No hay nadie que esté a tu altura, tío. ¡Tienes que ir a la universidad!
Seokjin seguía hablando cuando se fueron del monumento conmemorativo improvisado y se dirigieron otra vez hacia la autopista para volver a casa. Él también había sido campeón estatal, como Jungkook. Pero Jungkook no había sido campeón solo una vez, había ganado cuatro veces, tres años consecutivos. Era el primer luchador que ganaba en las categorías de mayor peso siendo alumno de último curso. Ya en el primer año pesaba más de setenta kilos. Solo había perdido una
vez, y fue al principio, a manos del ganador estatal del momento, que era alumno de último curso. En las estatales, Jungkook lo inmovilizó, y esa victoria lo metió en el libro de los récords. Seokjin levantó las manos y maldijo soltando tal retahíla de obscenidades que hizo que incluso el
malhablado de Jimin se sintiera incómodo. Seokjin daría lo que fuera por estar en el lugar de Jungkook.
—¡Lo tienes hecho, tío! —repitió, sacudiendo la cabeza.
Jimin le pasó la botella a Seokjin y le dio una palmada en la espalda, intentando calmar a su amigo, que seguía sin poder creérselo. Pasaron el trayecto de vuelta a casa en silencio. Como era habitual, Yoongi conducía. Él nunca bebía y por eso se encargaba de conducir y de cuidar de los demás desde que tenían el carné, aunque Namjoon y Jungkook tampoco participaron en las actividades lúdicas que Jimin había
propuesto aquella noche.
—Me apunto —dijo Yoongi en voz baja.
—¿Qué? —chilló .Seokjin, derramando la bebida que quedaba en la botella por la pechera de su camisa.
—Me apunto —repitió Yoongi—. Me ayudarán a pagar la universidad, ¿verdad? Eso fue lo que el reclutador dijo. Tengo que hacer algo, joder. Estoy más que seguro de que no quiero seguir trabajando en la granja el resto de mi vida. Al paso al que ahorro, acabaré la universidad a los
cuarenta y cinco.
—Has dicho una palabrota, Yoongi —susurró Namjoon. Nunca había oído a Yoongi usar ese vocabulario. Jamás. Ninguno de ellos.
—Ya era hora —gritó Jimin riendo—. Ahora solo nos falta desvirgarlo. No puede ir a la guerra si no ha probado los placeres del cuerpo femenino. —Jimin dijo esto con voz de Don Juan, de casanova. Yoongi se limitó a suspirar y a negar con la cabeza.
—¿Y tú qué, Jimin? —preguntó Jungkook con una media sonrisa.
—¿Yo? Ah, yo ya lo sé todo sobre los placeres del cuerpo femenino —añadió Jimin, enfatizando su acento y moviendo las cejas.
—¡Hablo del ejército, Jimin, del ejército! ¿Qué me dices?
—Joder, claro que sí. Total, no tengo nada mejor que hacer. —Jimin accedió, encogiéndose de hombros. Seokjin gruñó y se llevó las manos a la cabeza.
—¿Namjoon? —preguntó Jungkook sin hacer caso a la angustia de Seokjin
—¿Te apuntas?
Namjoon parecía afligido, sentía una lucha interna entre la lealtad a sus amigos y el instinto de supervivencia.
—kooki… Lo mío es el amor, no la guerra —dijo en tono serio—. El único motivo por el que hacía lucha libre era estar con vosotros, tíos, y sabéis que lo odiaba. Imagina la guerra.
—¿Namjoon? —interrumpió Jimin.
—Dime, Jimin.
—Puede que lo tuyo no sea la guerra, pero tampoco el amor. A ti también tenemos que desvirgarte. Los tíos en uniforme mojan un montón.
—Ya, y las estrellas de rock también y se me da mucho mejor tocar la guitarra que disparar una pistola —argumentó Namjoon —. Además, sabes que mi madre no me lo permitiría jamás.
El padre de Namjoon había fallecido en un accidente minero cuando él tenía nueve años y su hermana pequeña era solo un bebé. Su madre se mudó otra vez a Hannah Lake con sus dos hijos pequeños para estar más cerca de sus padres y se acabó quedando.
—Puede que odiaras la lucha libre, Namjoon, pero se te daba bien. También serás un buen soldado.
Namjoon se mordió el labio, pero no respondió. El coche estaba en silencio, cada uno estaba absorto en sus pensamientos.
—Marley quiere que nos casemos —dijo Seokjin después de un largo periodo de calma—. Yo la quiero, pero… todo está pasando tan deprisa… Yo solo quiero luchar. Seguro que hay alguna universidad en la zona oeste que quiera a un chaval Asiático al que le gusta la gente blanca, ¿verdad?
—¿Quiere casarse? —Jimin estaba atónito—. ¡Pero si solo tenemos dieciocho años! Más vale que vengas con nosotros, Jin. Tienes que convertirte en un hombre antes de que Marley te ate. Además, ya sabes lo que dicen: «Colegas antes que nenas».
Seokjin suspiró en señal de rendición:
—¿Qué cojones? Estados Unidos me necesita. ¿Cómo voy a negarme?
La respuesta originó rugidos y risas. Seokjin siempre había tenido un ego bastante grande.
—Oye, ¿el ejército no tiene un equipo de lucha libre? —La voz de Seokjin sonó casi alegre ante la idea.
—¿Namjoon? —volvió a preguntar Jungkook. Namjoon era el único que todavía se resistía y, de todos, sería al que más le costaría dejar atrás.
Esperaba no tener que hacerlo.
—No sé, tío. Supongo que algún día tengo que madurar. Seguro que mi padre estaría orgulloso de mí si lo hiciera. Mi abuelo lucho en la Segunda Guerra Mundial. No lo sé —suspiró—, alistarme
en el ejército me parece una forma fácil de que me maten.

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Jeon Jungkook - Máscara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora