Construir un escondite

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Rita solo tardó en desaparecer de vista tres meses. Cuando se la veía en público con su marido, ella desviaba la mirada, y otras veces llevaba gafas de sol, aunque estuviera lloviendo. Luv la llamaba con regularidad y se pasaba por su dúplex de vez en cuando, pero a Rita parecían incomodarla sus visitas. Un día, Luv habría jurado que había visto a Rita entrar en el garaje justo antes de llegar a su casa, pero Rita no abrió la puerta cuando su amiga llamó.

Las cosas fueron a mejor cuando Becker consiguió un trabajo por el que tenía que irse unos cuantos días seguidos por viajes de negocios. Rita incluso llamó a Luv para felicitarle el cumpleaños y fueron a comer juntas. Pidieron enchiladas en el restaurante de Luisa O’Toole, y Rita sonreía ampliamente y, cuando Luv le preguntó con gentileza si estaba bien, ella le aseguró que todo iba bien. Según Rita, todo iba de maravilla, perfecto. Pero Luv no la creía. Luv no le contó a Taehyung que estaba asustada por Rita porque no quería preocuparlo. Además, ¿qué podía hacer él? Ella veía a Becker de vez en cuando en la tienda y, a pesar de que era educado
y siempre la saludaba con una sonrisa, no le caía bien; él parecía saberlo. Siempre iba perfectamente peinado, no llevaba ni un solo pelo oscuro fuera de sitio, la cara siempre recién afeitada, la ropa impecable y a la moda. Pero todo eso era solo el envoltorio, y a Luv le recordaba a la analogía del aceite que su padre le había contado a Elliott Jeon hacía ya mucho tiempo. Por aquel entonces, ella no debía tener más de catorce años, pero todavía se acordaba.

Elliott Jeon no se parecía en nada a su hijo. Era bajito, como mucho medía un metro setenta y seis. El pelo rubio se le había ido cayendo hasta que se acabó por afeitar la cabeza. Tenía los ojos de un color azul claro, la nariz chata y siempre tenía una sonrisa en los labios. Aquel día no sonreía y tenía unas ojeras muy oscuras bajo los ojos, como si hiciera tiempo que no dormía bien.
—Hola, señor Jeon —dijo Luv con tono de pregunta.
—Hola, Luv. ¿Está tu padre? —Elliott no se movió ni lo más mínimo para entrar en casa, a pesar de que Luv había abierto la puerta completamente para que pasase.
—¿Papá? —gritó la niña en dirección al despacho de su padre—. Elliott Jeon ha venido a verte.
—Que pase, Luv —respondió Joshua Taylor desde un rincón de la habitación.
—Por favor, señor Jeon, entre —dijo Luv.
Elliott se metió las manos en los bolsillos y siguió a Luv hasta el despacho de su padre. Hay muchas iglesias y confesiones religiosas en Pensilvania. Hay quien dice que es un estado en el que Dios todavía tiene mucho apoyo. Hay muchos católicos, muchos metodistas, muchos
presbiterianos, muchos baptistas, y muchos de todo, pero en Hannah Lake, Joshua Taylor llevaba su pequeña iglesia con tanto cuidado y compromiso con la comunidad que no le importaba cómo se denominara cada uno, él era el pastor de todo el mundo. No pasaba nada si no estabas cada domingo en la iglesia. Él predicaba la biblia, transmitía un mensaje sencillo, hacía los sermones universales y había trabajado durante cuarenta años con el propósito de amar y servir. Todo lo
demás le daba igual. Todos le llamaban pastor Joshua, fuese su pastor o no, y muy a menudo, cuando alguien hacía examen de conciencia, acababa en la iglesia del pastor Joshua.
—Elliott. —Joshua Taylor se levantó del escritorio mientras Luv conducía a Elliott Jeon a la habitación—. ¿Cómo estás? Hacía mucho que no te veía. ¿En qué puedo ayudarte?

Luv salió de la habitación, cerró las puertas francesas a sus espaldas y, aunque le hubiese encantado escuchar el resto de la conversación, se dirigió a la cocina. Las malas lenguas decían que Elliott, el padre de Jungkook, y Lily Jeon se iban a separar y que la madre del chico se iba de
la ciudad. Luv se preguntaba si eso quería decir que Jungkook también se iría. Aunque Luv sabía que estaba mal y que no debería hacerlo, entró en la despensa a hurtadillas y se sentó en un saco de harina.
El constructor de la casa debía de haber escatimado en la pared que separaba la despensa de la pequeña habitación que el padre de Luv usaba como despacho, porque desde ahí se oía casi tan bien como si se encontrara dentro del cuarto donde estaba su padre. De hecho, si Luv se metía a presión en la esquina, no solo oía perfectamente lo que decían, sino que también veía por un rincón que las tablas de yeso no acababan de tapar. Su madre estaba en el supermercado, así que podía escuchar sin que nadie la pillase, y si su madre llegara de repente a casa, podría ponerse a barrer y fingir que estaba haciendo las tareas domésticas.

Jeon Jungkook - Máscara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora