Taehyung dependía mucho de los demás, pero cuando estaba en la silla, con la mano sobre el mando, podía ir hasta la gasolinera de la esquina, hasta el supermercado para ver a Luv cuando acababa de trabajar o a la iglesia si quería atormentar a su tío Joshua con sus hipótesis teológicas. El pastor Joshua solía tener mucha paciencia con él y estaba dispuesto a charlar, pero Taehyung pensaba que gruñía de frustración cada vez que lo veía acercarse. Taehyung sabía que no debería estar fuera tan tarde, pero eso era también parte de la diversión:
los chicos de veintiún años no deberían tener toque de queda. Lo único por lo que se sentía mal era por tener que despertar a sus padres cuando llegara para que lo ayudaran a meterse en la cama. Eso hacía que las salidas nocturnas fueran un poco menos divertidas. Pero quería ir a la tienda para ver a Luv y a Jungkook; además, esos dos necesitaban a alguien que los vigilara, porque cada vez que estaban juntos empezaba a subir la temperatura. Taehyung estaba seguro de que no tardaría mucho en convertirse en el tercero en discordia. Estaba contento de que Luv y Jungkook se hubieran encontrado, porque él no estaría con ellos siempre. Estaba seguro de que, ahora que Luv tenía al chico, todo iría sobre ruedas. Rio. Le encantaban los juegos de palabras. Aquella noche no corrió ningún riesgo. Intentó dejar la linterna frontal en casa, pero su madre lo vio y salió corriendo detrás de él para dársela. A lo mejor se la olvidaba oportunamente en el supermercado cuando se fuera. Odiaba la estúpida lucecita. Sonrió, se sentía muy rebelde. Iba siempre por la acera y hacía caso a los semáforos, no necesitaba un foco en la cabeza. De camino al supermercado pasó por La tienda de Bob y decidió pararse, simplemente porque podía hacerlo. Esperó con paciencia hasta que Bob salió de detrás de la caja registradora y le abrió la puerta para que entrara.
—Hola, Taehyung. —Bob pestañeó e intentó no mirar directamente a la luz que resplandecía en
la cabeza del chico.
—Puedes apagarlo, Bob, presiona el botón de arriba —dijo Taehyung.
Bob lo intentó, pero al darle al botón no pasó nada, la luz seguía brillando. Parecía que no funcionaba bien. Giró la goma elástica de tal manera que la luz estuviera en la parte de atrás de la cabeza del chico. Así podía mirarlo a la cara sin quedarse ciego.
—Tendremos que arreglarlo así. ¿Qué puedo hacer por ti, Taehyung? —Bob se ofreció a ayudar a
Taehyung, como siempre hacía, consciente de las limitaciones del chico.
—Quiero un paquete de doce y tabaco de mascar —respondió con seriedad.
Bob abrió la boca y cambió de posición.
—Vale. ¿Llevas el carné?
—Sí.
—Vale, bueno ¿quieres alguna marca en especial?
—Los caramelos masticables vienen en paquetes de doce, ¿verdad? Y en lugar de tabaco,
ponme mejor un paquete de chicles. De menta, por favor.
Bob rio con alegría y la barriga le tembló por encima de la hebilla del cinturón.
—Por un momento me lo había tragado, Kim. Te imaginaba con cervezas en el regazo y
mascando tabaco. Bob siguió a Taehyung por los pasillos para coger lo que le había pedido.Taehyung se detuvo delante de los condones.
—También necesito condones, Bob. La caja más grande que tengas. Bob arqueó una ceja, pero esta vez no se lo creyó. Taehyung rio y siguió avanzando.
Al cabo de diez minutos, Taehyung, que llevaba la compra aplastada entre su cuerpo y la silla,
volvía a estar en la calle. Bob le dijo adiós con la mano mientras reía, el chico lo había entretenido
un rato. Más tarde, Bob se acordó de que no le había puesto bien la linterna de la cabeza. Taehyung decidió seguir su camino, pero, en lugar de hacer el recorrido de siempre, fue por otras calles. Era una ruta más larga, pero la noche era agradable y le gustaba sentir el aire en la cara. Además, tenía tiempo y les daría a los tortolitos diez o quince minutos extra para estar solos. El silencio era agradable; la soledad, más agradable todavía. Le habría gustado pedirle a su padre que le pusiera los auriculares para escuchar a Simon and Garfunkel, pero había salido rápido para intentar, sin éxito, irse sin la linterna. Las tiendas de Main Street estaban vacías y a oscuras y los escaparates reflejaban la imagen
del chico, que pasó con la silla de ruedas motorizada por la ferretería, el gimnasio de kárate y por la
inmobiliaria. El restaurante mexicano de Luisa OToole, Mi Cocina, también estaba cerrado, pero el
viento suave movía las guirnaldas de luces y los chiles habaneros que colgaban del techo y hacía
que repiquetearan contra el revestimiento amarillo. El edificio que había junto al restaurante estaba
abierto. Al igual que La tienda de Bob, El antro de Jerry nunca cerraba. Tenía un cartel luminoso
naranja que lo decía y había algunas furgonetas aparcadas justo delante.
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Jeon Jungkook - Máscara
Random> [Esta historia es una adaptación todos los derechos para la autora original]