Jungkook no le gustaba el alcohol. No le gustaba tener la mente nublada y le daba miedo cometer alguna estupidez y hacer el ridículo, avergonzar a su padre o a la ciudad. El entrenador Kim prohibía terminantemente el alcohol durante la temporada de lucha libre. Sin excepciones. Si te pillaba bebiendo, te expulsaba del equipo y punto. Ninguno de los chicos pondría en peligro la lucha libre por una copa. Para Jungkook lo de pelear duraba todo el año. Nunca dejaba de entrenar, ni de competir. Luchaba durante la temporada de fútbol o atletismo, aunque estuviera en los equipos del instituto de ambos deportes. Y como siempre entrenaba, nunca bebía.
Pero ahora ya no tenía que entrenar porque ya no luchaba. Había acabado En la ciudad había un pánico silencioso. La noticia de que cinco de los chicos se iban a la guerra se había extendido como la pólvora y, a pesar de que la gente estaba orgullosa y había dado palmadas en la espalda a
los chicos y les había dicho que agradecían el sacrificio que hacían y su servicio al país, los vecinos del pueblo en el fondo estaban asustados. Cuando Jungkook se lo había contado a Elliott, este había agachado la cabeza.
—¿De verdad es eso lo que quieres hacer, hijo? —preguntó en voz baja. Cuando Jungkook respondió que sí, Elliott le dio una palmadita en la mejilla y dijo—: Te quiero, Kooki. Y te apoyaré hagas lo que hagas.
Sin embargo, Jungkook lo había pillado varias veces de rodillas, rezando con los ojos llenos de lágrimas. Tenía la sensación de que su padre estaba haciendo tratos de todo tipo con Dios.El entrenador Sanders de la Universidad Estatal de Pensilvania había dicho que respetaba la opinión de Jungkook. «Dios, la patria, la familia y la lucha libre», le había dicho al chico. Dijo que si había sentido la llamada y quería servir a su país, eso era lo que tenía que hacer. Después de la graduación, el señor Hildy, el profesor de Matemáticas, lo había apartado a un lado para hablar con él. El señor Hildy era un veterano de la guerra de Vietnam, y Jungkook siempre le había tenido mucho respeto y admiraba cómo se comportaba y cómo daba las clases.
—He oído que te has alistado en las fuerzas de reserva. Sabes que te llamarán a filas, ¿verdad? Estarás allí antes de que hayas acabado de pronunciar Sadam Huseín. ¿Eres consciente de eso? — preguntó el señor Hildy con los brazos cruzados y las cejas, grises y pobladas, arqueadas en actitud interrogativa.
—Lo sé.
—¿Y por qué lo haces?
—¿Por qué lo hizo usted?
—Me reclutaron —dijo el señor Hildy sin rodeos.
—¿No habría ido si hubiera podido evitarlo?
—No. Aunque tampoco lo cambiaría. Volvería a luchar por lo que luché. Lucharía por mi familia, por la libertad de decir lo que me dé la gana y por los tíos con los que luché. Sobre todo por ellos. Luchas por los tíos con los que haces servicio. Cuando hay un tiroteo, solo piensas en ellos.
Jungkook asintió como si lo entendiera.
—Pero te aseguro una cosa, los afortunados son los que no regresan. ¿Me escuchas?
Jungkook volvió a asentir, atónito. Sin decir ni una palabra más, el señor Hildy se fue y sembró la duda en Jungkook, que, por primera vez, tuvo náuseas. Puede que se estuviera equivocando. La duda hizo que se enfadara y se pusiera nervioso. Se había comprometido y no iba a echarse atrás. Estados Unidos y sus aliados estaban en Afganistán. A continuación, irían a Irak. Todo el mundo lo sabía. Jungkook y sus amigos empezarían la instrucción básica en septiembre. Él deseaba poder empezar ya, pero habían quedado en eso. Ese verano fue insoportable. Jimin parecía decidido a beber hasta morir, y Seokjin pasaba tan poco tiempo con sus amigos que parecía que estuviera casado. Yoongi trabajaba en la granja, y Namjoon escribía innumerables canciones sobre irse de casa y lloraba a moco tendido. Jungkook pasaba el tiempo en la pastelería y haciendo pesas. El verano se hizo eterno.
Una noche de sábado, dos días antes de que tuvieran que irse al campamento de Fort Sill en Oklahoma, fueron al lago a celebrarlo con todos los chavales del condado. Había refrescos y cervezas, globos, furgonetas con las puertas del maletero abiertas y comida por doquier. Algunos jóvenes se bañaban, otros bailaban en la orilla del lago, pero la mayoría de los chicos hablaban y bebían, sentados alrededor de la hoguera, rememorando e intentando crear un último recuerdo de verano que les acompañara en los años venideros.
Kim Taehyung también había ido. Jungkook había ayudado a Seokjin a subir la silla y a llevarlo hasta el lago, donde podría socializar con los demás. Luv estaba con él, como siempre. No llevaba gafas y se había recogido el pelo en una trenza, aunque tenía algunos rizos sueltos por la cara. Jungkook tuvo que admitir que, aunque no estaba a la altura de Rita, estaba mona. Llevaba un vestido veraniego de flores y chanclas, y, aunque Jungkook intentó evitarlo, no paró de mirarla durante toda la tarde. No sabía qué era lo que tenía; podría haber empezado algo con tantas de sus amigas como quisiera, ya que todas ellas querrían darle un recuerdo especial antes de que se fuera al ejército, pero a Jungkook nunca le había gustado irse acostando con todas y no iba a empezar a hacerlo ahora. Además, no podía dejar de mirar a Luv.
Acabó bebiendo más cerveza de la que debía, y un grupo de chicos del equipo de lucha libre lo metió en el lago, justo cuando Luv se fue. Vio como la vieja furgoneta azul de los Kim se alejaba haciendo crujir la gravilla y sintió una punzada de remordimiento.
Estaba mojado y enfadado e iba un poco borracho, no se lo estaba pasando bien. Se quedó al lado de la hoguera y se intentó escurrir el agua de la ropa mientras se preguntaba si el remordimiento que sentía por lo de Luv era solo por haberse mantenido en sus trece hasta el último
momento, si lo único que quería era aferrarse a algo de su antigua vida, que se desvanecía para dar paso a su futuro, escalofriante y nuevo.
Dejó que el fuego secara gran parte de la humedad de los vaqueros y la camiseta y que la conversación fluyera a su alrededor. Las llamas parecían el pelo de Luv. Dijo una palabrota en voz alta, y Jimin detuvo la explicación del juego. Se levantó de repente, haciendo que la tumbona volcara, y se alejó de la hoguera. Sabía que tenía que irse, que no estaba siendo él mismo. Era un idiota. Se había pasado todo el verano de brazos cruzados sin hacer nada. Y ahora estaba ahí, la noche antes de su último día en la ciudad, y había descubierto que quizá le gustaba una chica que se le había declarado seis meses antes.
Había aparcado en la cima de la colina, y los coches que había alrededor de su coche estaban vacíos. Bien. Así podría irse sin que lo vieran. Estaba muy triste, tenía la entrepierna mojada y la camiseta rígida, y ya estaba cansado de la fiesta. Estaba subiendo la colina y se detuvo de repente.
Luv bajaba por el camino hacia el lago. Había vuelto. Sonrió al acercarse y se colocó con el dedo un mechón de pelo que se le había soltado y se le enroscaba por el cuello.
—Taehyung se ha dejado la gorra y le he dicho que volvería a por ella en cuanto lo llevara a casa. Y quería despedirme. He podido hablar con Namjoon y Yoongi, pero no contigo. Espero que no te moleste si te mando alguna carta de vez en cuando. A mí me gustaría que me mandaran cartas… si me fuera… aunque probablemente no me vaya nunca, pero, bueno, ya sabes… —A medida que hablaba se ponía cada vez más nerviosa. Jungkook se dio cuenta, pero no le dijo nada. Se quedó mirándola.
—Sí, claro. Me encantaría —contestó rápidamente para que se calmara. Se pasó los dedos por el largo pelo húmedo. Al día siguiente el pelo desaparecería. Su padre le había dicho que él mismo se lo afeitaría, no
tenía sentido esperar hasta el lunes. No se había vuelto a cortar el pelo desde que Taehyung le había dicho que se parecía a Hércules.
—Estás empapado. —Luv sonrió—. Deberías volver junto a la hoguera.
—¿Por qué no te quedas un rato? —preguntó él. Sonrió como si no le diera importancia, pero el corazón le iba a mil por hora, como si fuera la primera vez que hablaba con una chica. De repente, deseó haberse bebido unas cuantas cervezas más para estar más tranquilo.
—¿Estás borracho? —Luv frunció el ceño, intentando leerle los pensamientos. A Jungkook le entristeció que pensara que el motivo por el que se lo decía era que iba borracho.
—¡Eh, Jungkook, Luv, venid! Queremos jugar a un juego nuevo y necesitamos más jugadores —gritó Jimin desde donde estaba, agachado al lado de la hoguera. Luv siguió su camino, contenta de que la invitaran a unirse. Jimin nunca había sido muy amable con Luv. Normalmente ignoraba a las chicas que le parecían feas. Jungkook la siguió a un paso más lento. No quería jugar a juegos tontos y, si había sido idea de Jimin, seguro que era tonto o cruel.
Resultó que el juego al que querían jugar no era nuevo en absoluto. Era la misma versión de siempre del juego de la botella al que habían jugado desde que tenían trece años y necesitaban una excusa para besar a la chica que tenían al lado. Pero Luv parecía dispuesta a jugar. Tenía sus ojos marrones muy abiertos y las manos sobre el regazo. Jungkook se dio cuenta de que probablemente nunca antes había jugado a la botella porque no solía ir a las fiestas que hacían. Nunca la invitaban.
Además, era la hija del pastor, seguro que no había hecho ni la mitad de cosas que los demás que estaban alrededor del fuego habían hecho varias veces. Jungkook apoyó la cabeza sobre las manos y deseó que Jimin no hiciera nada que pudiera avergonzar a Luv o que hiciera que le tuviera que dar una paliza. No quería que la relación se tensara justo antes de ir al campo de entrenamiento. Cuando la botella señaló a Luv, Jungkook contuvo la respiración. Jimin susurró algo al oído de la chica que estaba sentada a su lado, la que había girado la botella. Jungkook mató con la mirada a Jimin y esperó a que atacara.
—¿Verdad o atrevimiento, Luv? —preguntó Jimin, burlándose. A Luv parecían asustarla las dos opciones. Y hacía bien en estar asustada. Se mordió el labio. Todos los ojos se posaron en ella, que luchaba por tomar una decisión.
—¡Verdad! —dijo abruptamente. Jungkook se relajó. Era más fácil si elegía verdad. Además, se podía mentir. Jimin volvió a susurrarle algo a la chica, que soltó una risita.
—¿Es verdad que le mandaste cartas de amor a Jungkook el año pasado haciéndote pasar por Rita?
Jungkook estaba asqueado. Luv resolló a su lado y clavó los ojos oscuros, que reflejaban el baile de las llamas y parecían negros en contraste con esa cara tan pálida que tenía, en los de él.
— Luv, tenemos que volver a casa. —Jungkook se puso de pie y tiró de ella—. Nos vamos. Nos vemos en seis meses, pringados. No me echéis de menos. —Se dio la vuelta, cogió con fuerza la mano de la chica y tiró de ella. Sin ni siquiera girar la cabeza, levantó el brazo izquierdo y le hizo un corte de mangas amenazador a su amigo. Oía como reían a medida que se alejaban. Jimin pagaría las consecuencias. Jungkook no sabía cuándo ni cómo, pero las pagaría. Una vez estuvieron rodeados de árboles y ya no se les podía ver desde el lago, Luv se soltó de un tirón de la mano de Jungkook y echó a correr.
—¡Oye, Luv, espera!
Ella siguió corriendo hacia los coches aparcados. Jungkook se preguntaba por qué no reducía la velocidad un minuto. Echó a correr para atraparla y la alcanzó cuando ella estaba agarrando la manilla de la puerta de la furgoneta azul de los Kim.
—¡Luv! —La cogió por el brazo, pero ella forcejeó y se soltó. Entonces la cogió de ambos brazos y la acercó a él con rabia. Quería que lo mirara.
Le temblaban los hombros, y Jungkook se dio cuenta de que estaba llorando. Había echado a correr para evitar que la viera llorar.
—Luv —exhaló, desamparado.
—¡Deja que me vaya! No puedo creerme que se lo contaras. Me siento como una idiota.
—Se lo dije a Jimin aquella noche, la noche que nos vio hablando en el pasillo. No se lo debería haber contado. Yo soy el idiota.
—No importa. Ya se ha acabado el instituto. Tú te vas, Jimin también. Me da igual si no os vuelvo a ver en mi vida. —Luv se enjugó las lágrimas que le caían por la cara. Jungkook retrocedió, sorprendido por la vehemencia de su voz y la rotundidad de su mirada. Le dio miedo. Así que la besó.
Fue un beso áspero y no consentido. Él cogió su cara entre las manos y la apretó contra la puerta de la vieja furgoneta azul que conducía para llevar a Taehyung. Era el tipo de chica a la que no le importaba ir a una fiesta en una furgoneta adaptada para silla de ruedas. El tipo de chica que se había ilusionado por el simple hecho de que le pidieran jugar a un juego estúpido. El tipo de chica que había vuelto para despedirse de él, que la había tratado fatal. Y él deseaba, con más ganas de las que había tenido en toda su vida, poder cambiarlo.
Intentó besarla suavemente, intentó decirle que lo sentía, pero ella estaba inmóvil en sus brazos, como si, después de todo lo que había pasado, no se creyera que él pudiera romperle el corazón y después, besarla.
—Lo siento, Luv —susurró Jungkook con los labios sobre los de ella—, lo siento mucho.
De algún modo, esas palabras derritieron el hielo que el beso no había podido derretir, y Jungkook sintió como ella se rendía y suspiraba sobre los labios de él. Luv le puso las manos sobre los bíceps y lo abrazó mientras él hacía lo mismo. Ella abrió la boca para que Jungkook introdujera la lengua. Suavemente, por miedo a estropear la segunda oportunidad que le había ofrecido, el chico movió los labios contra los de ella y entrelazó la lengua con la de ella lentamente, dejando que ella fuera la que lo besara. Nunca antes había avanzado tan cuidadosamente ni había deseado tanto hacer algo bien. Y cuando ella se apartó, la soltó. La chica tenía los ojos cerrados, las mejillas manchadas por las lágrimas y los labios amoratados por la fuerza con la que él la había besado, desesperado por hacer que los remordimientos desaparecieran. Luv abrió los ojos. Su cara, por un instante, reflejó dolor y confusión. Miró a Jungkook fijamente a los ojos y después tensó la mandíbula y se giró, dándole la espalda. Sin decir ni una sola palabra, subió a la furgoneta y se fue.
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Jeon Jungkook - Máscara
Aléatoire> [Esta historia es una adaptación todos los derechos para la autora original]