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Jungkook señaló las tortitas. Una hora más tarde, Luv estaba en la puerta de la panadería. El pelo alborotado le caía por la espalda y llevaba una camiseta rosa pálido, vaqueros blancos y sandalias. Se había quitado el uniforme azul del supermercado Jolley y se había puesto un poco de brillo de labios. Jungkook se preguntó si sería de los de sabores y desvió la mirada.
—Hola. Eh… A mí también me gustan las tortitas. —Luv se estremeció como si hubiera dicho algo muy embarazoso o estúpido.
Jungkook se dio cuenta de que a la chica todavía le daba un poco de miedo hablar con él, y no podía culparla. No había sido especialmente amable y daba un poco de miedo.
—No trabajas mañana por la noche, ¿verdad? ¿Los sábados y domingos por la noche no trabaja la señora Luebke? —preguntó de golpe como si hubiera ensayado el discurso. Él asintió y esperó.
—¿Quieres venir conmigo y con Taehyung a comer tortitas? A veces vamos a Larry’s a medianoche. Comer tortitas cuando ya ha pasado la hora de irse a dormir nos hace sentirnos mayores. —Luv le lanzó una sonrisa encantadora, de esas que no pueden ensayarse porque solo salen de forma natural, y Jungkook se dio cuenta de que tenía un hoyuelo en la mejilla derecha. No podía apartar la mirada de ese pequeño hueco en la piel blanca, que desapareció cuando su sonrisa se apagó.
—Eh, claro —respondió Jungkook rápidamente al darse cuenta de que estaba tardando demasiado en contestar. Se arrepintió enseguida de sus palabras: no quería ir a Larry’s. Alguien podría verlo y sería incómodo.
El hoyuelo había vuelto. Luv sonrió y se balanceó.
—Vale. Eh… Te recojo a medianoche, ¿de acuerdo? Tenemos que ir con la furgoneta de la madre de Taehyung porque… bueno… por la silla de ruedas. Vale, adiós. —Luv se volvió y se marchó dando un traspié; Jungkook le sonrió mientras se marchaba. Era sumamente adorable.

Se sintió como si tuviera trece años y tuviera su primera cita en la bolera.
Había algo muy reconfortante en comer tortitas a medianoche. El olor a mantequilla caliente, sirope de arce y arándanos golpeó a Jungkook como si fuera un viento huracanado y el chico gimió ante el placer de comer comida basura a esas horas. Casi era suficiente para hacer desaparecer su temor a las miradas curiosas y a la gente que fingía que su aspecto no tenía nada de malo. Taehyung los guio al interior del tranquilo comedor y se dirigió rápidamente a una mesa que había en un rincón a la que podía acceder con la silla de ruedas. Luv iba justo detrás, y Jungkook iba el último; no quería mirar a la derecha,ni a la izquierda, ni contar cuántos clientes había en el local. Por lo menos las mesas que había a su alrededor estaban vacías. Luv se detuvo para que Jungkook escogiera su asiento, y él, agradecido, se sentó en un banco que le permitía mostrar solo el lado izquierdo de la cara. Luv se sentó frente a él y dio unos saltitos en el asiento, igual que hace un niño cuando se sienta en algo con muelles. Jungkook tenía las piernas muy largas y se chocaban con las de ella bajo la mesa. Al notar el calor de sus delgadas pantorrillas contra las de él, se agitó. Ella no se apartó. Taehyung maniobró con la silla hasta colocarse al extremo de la mesa. Le llegaba a la altura del pecho, lo cual, según él, era perfecto. Luv le apoyó los brazos con cuidado encima de la mesa, para que cuando llegara la comida pudiera inclinarse hacia delante, apoyarse en el borde y acercársela a la boca. Ella pidió por los dos: estaba claro que Taehyung confiaba en que ella pidiera lo que quería. La camarera parecía tomárselo con calma. Jungkook se dio cuenta de que formaban un trío peculiar. Era casi medianoche y el restaurante estaba casi vacío, tal y como Luv había prometido, pero veía su reflejo en las ventanas que rodeaban la mesa y eran un cuadro de lo más gracioso.
Jungkook se había cubierto la cabeza con un gorro de lana negro y llevaba una camiseta de manga corta, también negra. Eso, unido al tamaño y a la cara llena de cicatrices, hacía que diera todavía más miedo y, si no lo acompañaran un chico en silla de ruedas y una pelirroja con coletas, parecería un personaje salido de una película de miedo.
La silla de ruedas de Taehyung quedaba más baja que los bancos de la mesa y hacía que pareciera pequeño y jorobado, y aparentase mucho menos de los veintiún años que tenía. Llevaba un suéter del equipo de los Hoosiers y una gorra de béisbol puesta del revés le cubría el pelo castaño claro. Luv llevaba el pelo recogido en dos coletas que le caían por los hombros y se le rizaban a la altura del pecho. Llevaba una camiseta de color amarillo ceñida en la que ponía que no era bajita, solo compacta. Jungkook se sorprendió a sí mismo estando de acuerdo con la camiseta, y por un momento se imaginó lo divertido que sería besarla cuando reía y estrechar su cuerpo pequeño entre los brazos. Se parecía a Mary Anne de La isla de Gilligan, solo que con el pelo pelirrojo. Era una combinación interesante. Jungkook se abofeteó mentalmente y se deshizo de esa idea. Estaban comiendo tortitas con Taehyung, no era una cita. Al final no habría beso de despedida. Ni ahora, ni nunca.
—Espero que no tarden mucho en traer la comida, me muero de hambre —suspiró Luv, que sonrió alegremente cuando la camarera se marchó tras haberles tomado nota. La tenue lámpara que oscilaba sobre sus cabezas no le iba a permitir ocultar nada a Luv, que estaba sentada justo delante,
pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Podía pasarse el resto de la comida mirando por la ventana, para mostrarle su mejilla buena, pero él también tenía hambre… y estaba harto de darle tanta importancia.
Jungkook no había estado en Larry’s desde la noche de después de haber ganado el campeonato el último año de instituto. Aquella noche la había pasado rodeado de amigos y habían comido hasta reventar. Todo luchador sabe que nada sienta tan bien como comer sin temor a la báscula. La temporada había finalizado oficialmente y la mayoría ya no tendría que volver a pesarse. Pronto les golpearía la realidad de que todo había terminado, pero aquella noche lo celebraron. Igual que Taehyung, él tampoco necesitaba leer la carta. Cuando les sirvieron las tortitas, .Jungkook hizo un gesto silencioso a sus amigos a modo de
brindis y dejó que el sirope bautizara su recuerdo. La mantequilla y el sirope se derramaron por el lateral y él los recogió con la cuchara y volvió a colocarlos sobre la pila de tortitas, solo para verlos perder la forma y volver a caer en cascada una vez más. Comió sin contribuir a la conversación, aunque Taehyung ya hablaba por los tres, y Luv se conformaba con continuar la conversación cuando el chico tragaba. Taehyung se manejaba bastante bien comiendo sin ayuda, aunque de vez en cuando se le resbalaban los brazos y Luv se los tenía que volver a apoyar en la mesa. Cuando acabó, Luv lo ayudó a colocar las manos en el reposabrazos de la silla. Taehyung le comunicó que había otro problema. —Luv, me pica muchísimo la nariz. —Taehyung intentaba mover la nariz para aliviar el malestar. La chica le levantó el brazo a Taehyung, sujetándole el codo, y le acercó la mano a la nariz para que pudiera rascársela a su voluntad. Luego le volvió a colocar la mano en el regazo.
Vio que Jungkook los miraba y le dio una explicación innecesaria:
—Si se la rasco yo, nunca le rasco donde quiere. Es mejor que le ayude a hacerlo él mismo.
—Sí. Ya lo dicen: «Dale un pez a un hombre, y comerá hoy. Dale una caña y enséñale a pescar, y comerá el resto de su vida» —dijo Taehyung —. Creo que tenía sirope en los dedos, ¡tengo la nariz pegajosa!
Taehyung rio y Luv puso los ojos en blanco. Mojó la punta de su servilleta en el vaso de agua y limpió la nariz a su primo dando toquecitos.
—¿Mejor?
Taehyung arrugó la nariz, en busca de restos de sirope.
—Creo que ya está. Llevo años intentando lamerme la nariz con la lengua, Jungkook, pero no he tenido la suerte de nacer con una lengua especialmente larga.

Jeon Jungkook - Máscara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora