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¿Sabes algo de él? —me pregunta Seth. Está tumbado en la cama con el mando a distancia apuntando a la televisión mientras recorre los canales.

Dos días más tarde, Becker Garth entró en el supermercado como si su mujer no tuviera moretones y el olor de su camisa no hiciera evidente que había estado detenido en comisaria. Al parecer, sus contactos en el cuerpo de policía de Hannah Lake le habían sido muy útiles. Cuando
llegó pavoneándose a la caja registradora en la que estaba Luv, le sonrió con descaro.
—Qué guapa estás hoy, Luv. —Bajó la mirada al pecho de la chica, luego le guiñó un ojo e hizo una pompa con el chicle que masticaba. Luv siempre había pensado que Becker era un chico atractivo, pero la belleza no era suficiente para ocultar que, por dentro, solo era escoria, basura. A veces la basura se filtraba hasta la superficie y rezumaba por los bordes, como pasaba en ese instante. Becker no esperaba que Luv respondiera, así que siguió caminando y dijo con la cabeza girada hacia atrás:
—Me ha dicho Rita que te pasaste por casa. Muchas gracias por el dinero; tenía que comprar cerveza. —Le enseñó a Luv el billete de veinte dólares que le había dejado a Rita sobre la encimera y lo agitó en el aire. Becker se dirigió al pasillo donde estaban las bebidas alcohólicas y desapareció.

Luv se enfureció. No tendía a enfadarse o a tener arrebatos, pero no pudo evitarlo. Se sorprendió de lo firme que sonó su voz cuando habló por megafonía:
—Atención, clientes, hoy tenemos unas ofertas estupendas en el supermercado Jolley. Los plátanos están de oferta, a solo setenta céntimos el kilo. Diez tetrabriks de zumo por solo un dólar. Además, en la panadería podréis encontrar doce galletas de azúcar por tres dólares con noventa y nueve. —Luv calló por un momento y apretó los dientes. No pudo reprimirse y añadió—: También me gustaría avisarles de que hay un gilipollas en el pasillo diez. Les aseguro que nunca han visto un espécimen tan gilipollas como este. Pega a su mujer y le dice que es fea y gorda a pesar de que es la mujer más guapa de la ciudad. Además, le gusta hacer llorar a su bebé y no es capaz de conseguir un trabajo estable. ¿Que por qué? ¡Lo han adivinado! Porque Becker Garth es un cabro…
—¡Serás zorra! —gritó Becker, que se acercaba por el pasillo diez con un pack de cerveza bajo el brazo y los ojos llenos de ira.
Luv puso el teléfono de la megafonía delante de ella, como si pudiera protegerla del hombre al que acababa de insultar públicamente. Los clientes no entendían qué ocurría. Algunos se reían de la exhibición audaz de la chica, otros fruncían el ceño, confundidos. Becker tiró el pack de cerveza, y algunas latas salieron disparadas de la caja y llenaron el suelo de espuma blanca. Becker corrió hacia Luv y le arrebató el teléfono de las manos de tal manera que el cable se soltó y pasó rápido como un látigo al lado de la cara de la chica. Luv se agachó de forma instintiva. Tenía la certeza de que Becker iba a usar el teléfono como si fuera un nunchacku para golpear todo lo que se le cruzara por el camino.
De repente, Jungkook estaba allí. Sujetó a Becker por el brazo y la espalda de la camiseta y retorció la tela entre las manos hasta que levantó a Becker del suelo. Las piernas le colgaban con impotencia y sacaba la lengua porque la camiseta lo asfixiaba. Entonces Jungkook lo lanzó, lo tiró como si pesara lo mismo que un niño. Becker aterrizó sobre las manos y los pies, se retorció como un gato al tocar el suelo, se levantó como si lo hubieran lanzado a tres metros de distancia y sacó pecho, como si fuera un gallo rodeado de gallinas.
—Jeon Jungkook, estas hecho una mierda, tío. Más vale que salgas corriendo antes de que la gente te confunda con un ogro y empiecen a seguirte con horcas. —Becker escupió y se colocó bien la camiseta mientras daba saltitos como un boxeador que está listo para entrar al ring. Jungkook parecía un pirata. Llevaba la cabeza cubierta por un pañuelo rojo que se ponía siempre que trabajaba en la pastelería, cuando nadie lo veía. Todavía tenía el delantal atado alrededor del torso esbelto y tenía las manos cerradas en puños a ambos lados del cuerpo. Miraba
fijamente a Becker. Luv quería saltar por encima del mostrador y tirar a Becker al suelo, pero había sido su impulsividad la que había armado el escándalo, y no quería complicarle más la vida a Jungkook.
Luv vio que los clientes, petrificados, miraban el rostro de Jungkook y se dio cuenta de que seguramente no lo habían visto desde que se había ido a Irak hacía dos años y medio. Como era normal en un pueblo tan pequeño, después de la tragedia habían corrido muchos rumores,
exagerados, y habían dicho que tenía heridas espantosas, incluso grotescas. Pero las caras que no reflejaban asco, sino sorpresa y pena.
Jamie Kim, la madre de Kim Namjoon, que hacía cola en otra de las cajas registradoras, le miraba la mejilla llena de cicatrices con cara afligida. ¿Es que no había visto a Jungkook desde que había regresado? ¿No habían ido a visitarlo los padres de los chicos fallecidos? A lo mejor él no los había dejado entrar. Quizá era demasiado duro para ambas partes.
—Vete, Becker —murmuró Jungkook el silencio del supermercado.
La versión instrumental de la canción What a Wonderful World sonaba para los clientes de la tienda, como si no hubiera problemas en Hannah Lake, aunque era evidente que sí los había.
—Si no te vas, te daré una paliza como la que te di en noveno. Pero esta vez te dejaré los dos ojos morados y no se te caerá solo un diente. Que mi cara no te confunda: tengo los puños en perfectas condiciones.

Becker escupió y se dio la vuelta. Miró a Luv, le apuntó a la cara con el dedo y le advirtió:
—Eres una zorra, Fern. No te acerques a Rita. Si te veo por mi casa, llamaré a la policía. — Becker dirigió su veneno a la chica e ignoró a Jungkook. Intentaba conservar la dignidad metiéndose con el oponente más débil, como siempre hacía. Jungkook se abalanzó sobre él, lo volvió a coger por la camisa y lo empujó hacia las puertas automáticas de la parte delantera de la tienda. Las puertas se abrieron y Jungkook susurró a Becker al oído:
—Como vuelvas a llamar zorra a Luv o a amenazarla, te arrancaré la lengua y se la daré al chucho que tienes muerto de hambre y atado en el jardín. El que ladra cada vez que me ve. Y si le tocas un solo pelo a Luv o le levantas la mano a tu mujer o a tu hijo, te aseguro que te encontraré y
te haré mucho daño. —Jungkook empujó a Becker, que cayó en el asfalto que había delante del supermercado.

Dos horas más tarde, cuando la tienda estaba vacía, ya no había rastro de las cervezas en el suelo y las puertas estaban cerradas, Luv se dirigió a la pastelería. El olor a levadura del pan, el cálido aroma de la mantequilla derretida y la fragancia del dulce azúcar del glaseado le dieron la
bienvenida cuando entró por la puerta batiente que separaba a Jungkook del resto del mundo. El chico se sobresaltó al verla, pero continuó amasando y extendiendo el montón de masa gigante sobre la superficie enharinada y se colocó de tal manera que Luv le viera el perfil izquierdo, su perfil atractivo. Había una radio en un rincón por la que sonaba música rock de los ochenta, y la canción Is This Love? de Whitesnake les preguntaba si aquello era amor. Luv pensaba que quizá sí. Los músculos de los brazos de Jungkook se tensaban y relajaban mientras hacía un círculo con la masa y la cortaba con un molde de galletas enorme. Luv lo observó moverse con ritmo tranquilo y seguro y decidió que le gustaba la vista de un hombre en la cocina.
—Gracias —dijo ella al fin.
Jungkook alzó la vista unos segundos y se encogió de hombros. Dijo algo ininteligible.
—¿De verdad le pegaste en noveno? Él era un alumno de último curso.
Volvió a refunfuñar.
—Era una mala persona… si es que se le puede llamar persona. Puede que el problema sea que no ha madurado todavía. Supongo que solo podemos esperar que sea mejor persona cuando madure —añadió Luv.
—Ya es hora de que tenga dos dedos de frente, que ya es mayorcito. La edad no es una excusa. Los chicos de dieciocho años ya son lo bastante adultos para luchar por su país; luchar y morir por él. Así que un desgraciado de veinticinco años como el asqueroso de Becker no puede excusarse en eso.
—¿Lo has hecho por Rita?
—¿Qué? —Miró a Luv, sorprendido.
—Bueno… antes te gustaba, ¿no? ¿Lo has echado de la tienda por eso?
—Lo he hecho porque alguien tenía que hacerlo —dijo Jungkook en pocas palabras. Por lo menos ya no farfullaba—. Y no me ha gustado que se encarara contigo. —Jungkook volvió a mirarla a los ojos un instante y se giró para sacar una bandeja enorme de galletas del horno—. Claro que tú
le has provocado… solo un poco.
¿Estaba sonriendo? Sí. Luv le devolvió la sonrisa, encantada. Los labios de Jungkook se torcieron hacia un lado un segundo antes de volver a amasar otra vez. Cuando Jungkook sonrió, el lado de la boca dañado por la explosión no se levantó tanto y eso hacía que tuviera una sonrisa torcida. Luv pensó que era adorable, pero, a juzgar por la frecuencia con la que Jungkook sonreía, seguro que él no pensaba lo mismo.
—Sí que lo he provocado. Creo que nunca antes había provocado a nadie. Ha sido… divertido
—contestó Luv con un tono serio y honesto.
Jungkook se echó a reír y soltó el rodillo. La miró mientras sacudía la cabeza; esta vez no bajó la mirada ni se giró.
—¿Que nunca has provocado a nadie? Me suena haberte visto haciéndole muecas a Kim Taehyung cuando él tenía que hacer las estadísticas en un torneo de lucha muy importante. Tú le estabas haciendo reír, y el entrenador Kim lo regañó, cosa muy poco habitual. Creo que eso cuenta como provocación.
—¡Ya me acuerdo de ese torneo! Taehyung y yo jugábamos a un juego que nos habíamos inventado. ¿Nos viste?
—Sí, parecía que os lo estabais pasando bien… Deseaba poder cambiarme por uno de vosotros… solo por una tarde. Estaba celoso.
—¿Celoso? ¿De qué?
—El entrenador de Iowa estaba en el torneo y estaba tan nervioso que me encontraba mal. Vomité entre combate y combate.
—¿Estabas nervioso? Pero si ganaste todos los combates, nunca te he visto perder. ¿Por qué ibas tú a ponerte nervioso?
—Ser el campeón invicto implica mucha presión. No quería decepcionar a nadie. —Se encogió de hombros—. Bueno, háblame del juego. —Jungkook cambió de tema para no ser el centro de la conversación. Luv se guardó la información que le había dado para examinarla detenidamente mástarde.
—Es un juego al que juego con Taehyung. Es como el juego de adivinar pelis haciendo mímica, pero como Taehyung no puede jugar, por razones obvias, inventamos un juego que se llama Muecas. Es una tontería, pero muy divertido. Consiste en comunicarse únicamente con expresiones faciales. Mira, te enseño. Yo pongo una cara y tú me dices qué siento.

Jeon Jungkook - Máscara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora