Los asientos del estadio estaban abarrotados de gente que iba de azul y blanco, y Luv se sintió un poco perdida sin una silla de ruedas que preparar y al lado de la que sentarse. Sin embargo, tenían buenos asientos, Jungkook se había encargado de eso. El tío de Luv, Mike, se sentaba a la izquierda de la chica, que tenía al otro lado a Elliott Jeon. Al lado de este se sentaba Jamie Kim, la madre de Namjoon. Jamie había trabajado en la pastelería durante años, y Elliott, por fin, se había atrevido a pedirle salir. Por ahora, las cosas les iban muy bien. Otro hecho positivo. Se necesitaban el uno al otro, pero lo más importante era que se merecían el uno al otro.
Era el último duelo de la temporada para los Nittany Lions de la Universidad Estatal de Pensilvania, y Luv estaba tan nerviosa que se había sentado sobre las manos para no retomar el mal hábito de morderse las uñas. A pesar de que Jungkook había ganado más combates de los que había perdido, cada vez que competía, Luv no podía evitar ponerse de los nervios. No entendía cómo Mike Kim había podido soportar esa tortura durante tantos años. Si querías al luchador, y Luv quería a Jungkook, ver cómo luchaba era una agonía insoportable.
Jungkook no había ganado todos los combates, pero había tenido un año muy bueno, sobre todo teniendo en cuenta su ausencia en el deporte y los inconvenientes con los que había empezado la temporada. Luv había hecho prometer a Jungkook que se lo pasaría bien, y él lo había intentado. No tenía que intentar ser Míster Universo, ni Hércules, ni Iron Man, ni nada que no fuera Jeon Jungkook, el hijo de Elliott Jeon y el prometido de Luv Taylor. Luv cogió aire e intentó seguir su propio consejo. Era la hija de Joshua y Rachel, la prima de Taehyung y la amante de Jungkook, y no lo cambiaría por nada del mundo.
Luv no se había ido con él a la universidad. Ambos sabían que no era una posibilidad inmediata. Luv por fin había conseguido un contrato para tres libros con una editorial de novelas románticas respetada y tenía que cumplir las fechas de entrega. Publicarían su primera novela en primavera. Jungkook estaba convencido de que tenía que superar los obstáculos por él mismo y sin la ayuda de nadie.
Jungkook había tenido miedo y lo había reconocido. Le molestaban las miradas curiosas, los susurros de la gente tras las manos con las que se tapaban la boca y el hecho de que todo el mundo pensara que el chico tenía que explicar lo que le había pasado.
Pero no estaba tan mal. Las preguntas fueron una oportunidad para soltarlo todo en público, y, al cabo de un tiempo, los chicos del equipo ya ni siquiera le veían las cicatrices. Como le había pasado a Luv con la silla de ruedas de Taehyung, o a Jungkook cuando miró más allá del rostro de una chiquilla de dieciocho años y finalmente vio a Luv por primera vez.
El entrenador de la Universidad Estatal de Pensilvania no le había prometido nada a Jungkook. Cuando llegó, no tenía ninguna beca. Le dijo al chico que podía entrenar con el equipo cuando llegara y que ya verían lo que hacían. Jungkook llegó en octubre, un mes más tarde que los demás.
Sin embargo, al cabo de pocas semanas ya había impresionado a los entrenadores y a los compañeros de equipo. Luv y Jungkook empezaron a escribirse cartas otra vez, se mandaban correos electrónicos llenos de preguntas dulces y raras que hacían que la distancia resultara trivial. Luv siempre se aseguraba de firmar en mayúsculas y con negrita para que Jungkook supiera con toda seguridad quién las escribía.
Las cartas hacían que rieran, lloraran y desearan que llegaran rápido los fines de semana para que uno de los dos fuera a visitar al otro. A veces, quedaban en un lugar a mitad de camino, se perdían juntos un par de días y disfrutaban de cada segundo, porque los segundos eran minutos, y los minutos eran muy valiosos cuando te podían robar la vida en un suspiro.
Cuando Jungkook salió al tapiz con sus compañeros de equipo, a Luv se le detuvo el corazón y empezó a saludar como una loca con la mano para que él los viera. Los encontró rápidamente, sonrió, mostró esa sonrisa torcida que a Luv le gustaba tanto y luego sacó la lengua, se puso bizco e hizo una mueca. Luv imitó la cara y observó como el chico reía.
Entonces, Jungkook se tocó la parte del pecho donde tenía escritos los nombres y Luv sintió como la emoción le subía por el cuerpo hasta llegar al nombre que ella llevaba en el corazón. A Taehyung le habría encantado estar ahí. Si Dios existía y había una vida después de esta, Taehyung estaría con ellos, Luv no lo dudaba. Taehyung estaría en la pista prestando atención al combate, tomando apuntes y escribiendo nombres. Namjoon, Seokjin, Jimin y Yoongi también estarían ahí, al borde del tapiz, viendo a su mejor amigo luchar por seguir viviendo sin ellos.
Lo animarían como siempre habían hecho, incluso Seokjin.Luv y Jungkook se casaron en el verano de 2006. La pequeña iglesia a la que Joshua y Rachel Taylor habían dedicado sus vidas estaba llena a rebosar, y Rita fue la dama de honor de la novia. A Rita le iban bien las cosas: estaba viviendo otra vez en Hannah Lake ahora que Becker, acusado de tres delitos en tres casos diferentes, estaba en la cárcel pendiente de juicio.
A Rita le habían concedido el divorcio y se había dedicado a planificar una boda que se recordaría durante años. Se había superado a sí misma; fue una boda perfecta, mágica, más de lo que Luv podía haber imaginado.
Pero, una vez se acabara la ceremonia, la gente no hablaría de las flores, ni de la comida ni el pastel, ni de la belleza de la novia ni la solemnidad del novio. Un sentimiento impregnaba el aire ese día. Era una sensación dulce y especial que hizo que más de un invitado, maravillado, dijera:
—¿Lo notas?
A la ceremonia asistieron la familia de Yoongi y Marley y Seokjin júnior. Con el apoyo de Luv, Jungkook había hablado con las familias de sus difuntos amigos y, aunque no había sido fácil para nadie, las heridas habían empezado a curarse. Luisa Park seguía culpando a Jungkook y no abrió la puerta cuando fue a verla. Tampoco fue a la boda. Cada persona vive con el duelo de una forma diferente, y Luisa tendría que acabar asumiendo la pena en algún momento. Jamie Kim se sentó al lado de Elliott y, por sus manos entrelazadas y la forma cálida en la que se miraban el uno al otro, era fácil predecir que habría otra boda muy pronto.
El pequeño Ty crecía rápidamente y a veces todavía se subía en la silla de Taehyung y pedía que lo llevaran de paseo. Pero el día de la boda nadie se sentó en la silla de Taehyung, que estaba colocada al final del primer banco, en un lugar honorífico. Cuando Luv fue hacia el altar de la mano de su madre, miró la silla vacía, pero cuando Jungkook dio un paso adelante y la cogió de la mano, fue incapaz de ver otra cosa que no fuera él. El pastor saludó a su hija con un beso y tocó la mejilla llena de cicatrices del hombre que había prometido querer a su hija y estar con ella hasta el fin de sus días. Una vez se acabaron las promesas, se pronunciaron los votos y la pareja se besó, los invitados se preguntaron si los novios se quedarían para la celebración. Joshua, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, se dirigió a la gente mientras miraba a la bella pareja que había llegado tan lejos y había sufrido tanto.
—La belleza verdadera, aquella que no se desvanece ni desaparece, necesita tiempo. Necesita presión y necesita muchísimo aguante. Es como el lento goteo que crea una estalactita, el movimiento de la tierra que alza las montañas o el martilleo constante de las olas que esculpe las rocas y alisa los bordes escarpados. Y de la violencia, el ímpetu y la ira del viento, del rugido del agua, nace algo mejor, algo que sin estos factores no podría existir.
»Y por eso resistimos. Creemos que todo tiene un porqué. Tenemos fe en cosas que no vemos y aprendemos con las pérdidas; encontramos fuerza en el amor y tenemos en nuestro interior una belleza tan extraordinaria que nuestros cuerpos no son capaces de contenerla.
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Jeon Jungkook - Máscara
Random> [Esta historia es una adaptación todos los derechos para la autora original]