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Jungkook llevaba andando casi media hora. Se dirigía a casa, dándole la espalda a la lluvia, dejando que le cayera por la parte trasera de la camiseta y le mojara los vaqueros. Los pies le chapoteaban dentro de las botas a cada paso. Desearía no haber tirado el gorro. De vez en cuando,
la luz de una farola le iluminaba la cabeza calva y hacía que se sintiera expuesto y vulnerable, incapaz de taparse. La cabeza le preocupaba más incluso que el rostro, lo hacía sentirse todavía más como un bicho raro que las marcas y las cicatrices. Por eso, cuando las luces de los coches parecían acercarse y reducir hasta detenerse, las ignoraba, con la esperanza de que su aspecto los ahuyentara e hiciera que se lo pensaran dos veces antes de molestarlo o, peor aún, ofrecerse a llevarlo en coche.

—¡Jungkook! —Era Luv, y parecía asustada y molesta—. ¿Jungkook? He llevado a Taehyung a casa. Por favor, entra en el coche. Te llevaré donde quieras, ¿vale?

Había cambiado de coche después de llevar a Taehyung a casa. Conducía el sedán viejo de su padre. Jungkook lo había visto aparcado delante de la iglesia desde que tenía memoria.

—¿Jungkook? No pienso dejarte aquí. ¡Te seguiré toda la noche si hace falta!

Jungkook suspiró y la miró. Se había inclinado sobre el asiento para mirar desde la ventanilla del copiloto mientras lo seguía lentamente. Tenía la cara pálida y la camiseta todavía se le pegaba a los pechos. No había perdido ni un segundo en cambiarse la ropa mojada antes de ir a buscarlo. Algo en él debió darle a entender que había ganado, porque redujo la velocidad hasta detenerse y desbloqueó las puertas mientras él llevaba la mano hacia el tirador. El calor que irradiaba la calefacción lo envolvió como si fuera una manta eléctrica y lo hizo temblar. Luv se inclinó hacia él y le frotó los brazos con rapidez, como si fuera Taehyung y lo hubiera rescatado de una ventisca, como si ella no estuviera empapada también. Aparcó el coche y se inclinó para coger algo de los asientos
traseros.

—Toma, ¡tápate con esto! —dijo, y dejó caer una toalla en su regazo—. La he cogido cuando he cambiado de coche.

—Luv, déjalo. Estoy bien
.
—¡No estás bien! ¡No debería haberte dicho todo eso! ¡La odio! ¡Voy a ir a tirar piedras a su casa y le romperé las ventanas! —A Luv se le quebró la voz y él se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.

—Perdió a su hijo, Luv —contestó Jungkook con suavidad. Al decir la verdad, su propia ira pareció desvanecerse. Cogió la toalla que le ofreció Luv  y la usó para secarle el pelo tal y como él solía secarse su propia melena, envolviéndolo y estrujando para que la toalla absorbiera la humedad. Ella se quedó quieta; era obvio que no estaba acostumbrada a
que un hombre le tocara el pelo. Jungkook siguió a lo suyo. Luv permaneció sentada en silencio, con la cabeza inclinada hacia él, y le dejó continuar.

—No he visto a nadie. Ni a la familia de Yoongi, ni a la de Seokjin. No he visto a Marley ni al hijo de Seokjin. La madre de Namjoon me mandó una cesta cuando estaba en el hospital, pero no podía abrir la boca, así que regalé casi todo lo que había dentro. También me mandó una postal. Decía que esperaba que me recuperara pronto. Creo que es como Namjoon. Dulce. Compasiva. Tampoco la he visto desde que volví, a pesar de que trabaja en la pastelería. Hoy ha sido la primera vez que he
tenido contacto con alguna de las familias, y ha ido tal y como me esperaba. Y francamente, es lo que me merezco.

Luv no se lo discutió. A él le pareció que quería hacerlo, pero entonces suspiró y le rodeó las muñecas con las manos para apartarle las manos del pelo.

—¿Por qué fuiste, Jungkook? ¿No obtuviste una beca? Quiero decir, comprendo el patriotismo y querer servir a tu país, pero… ¿no querías dedicarte a la lucha libre?

Nunca le había contado aquello a nadie, nunca había verbalizado cómo se sentía por aquel entonces. Decidió comenzar por el principio.

—Estábamos en el fondo del auditorio… Jimin, Yoongi, Seokjin, Namjoon y yo. Estuvieron riéndose y haciendo bromas durante toda la presentación a costa del reclutador del ejército. No por faltarle al respeto, no. Era sobre todo porque sabían que nada que les pudiera deparar el ejército sería peor que los entrenamientos de lucha libre del entrenador Kim. Todo luchador sabe que no hay nada peor que estar hambriento, cansado, tener agujetas y que al final de un duro entrenamiento te digan que tienes que dar vueltas a la pista. Y saber que si no te dejas la piel decepcionarás a tus compañeros porque el entrenador pondrá a todo el mundo a correr otra vez si ve que no te esfuerzas. Alistarse en el ejército no podía ser peor que una temporada de lucha libre. De ninguna manera.

Jeon Jungkook - Máscara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora