Había tanto ruido en el gimnasio del instituto que Luv tuvo que acercarse a Taehyung y gritarle en la oreja para que la oyera. Taehyung podía desplazarse tranquilamente con la silla de ruedas a través de la ingente masa de alumnos, pero Luv empujaba la silla porque así era más fácil que no se separaran.
—¿Ves a Rita? —gritó ella mientras buscaba entre la multitud. Rita sabía que tenían que sentarse en la primera fila de las gradas para que el chico pudiera colocarse junto a ellas en la silla de ruedas.
Taehyung señaló y Luv siguió el dedo con la mirada hasta donde estaba Rita. Esta saludaba con la mano frenéticamente, de manera que le botaban los pechos y el pelo sedoso se le movía de un lado a otro por encima de los hombros. Se acercaron a ella y Luv dejó que Bailey tomara el control de la silla de ruedas mientras ella se sentaba en la segunda fila, justo detrás de Rita; Taehyung colocó la silla al lado de la grada. A Luv no le gustaban las asambleas para animar al equipo. Era bajita, y la gente solía chocar con ella o apretujarla, independientemente de dónde se sentara. Además, no le interesaba chillar y patalear para animar al equipo. Suspiró y se puso cómoda para la media hora de gritos, música a todo volumen y jugadores de fútbol americano que se motivaban a ellos mismos hasta la histeria.
—Por favor, poneos en pie para escuchar el himno nacional —dijo una voz estridente. El micrófono silbó a modo de protesta e hizo que la gente se estremeciera y se tapara las orejas. El gimnasio finalmente quedó en silencio.
—Chicos y chicas, hoy tenemos una sorpresa.
Park Jimin, también conocido como Jimin, sujetaba el micrófono con una mirada perversa. Jimin siempre tramaba algo y consiguió al instante la atención de los asistentes. Era medio coreano medio hispano, y su nariz respingona, sus ojos brillantes color avellana y su sonrisa diabólica no concordaban con su piel morena. Era parlanchín y estaba claro que disfrutaba hablando por el micrófono.—Nuestro amigo Jeon Jungkook ha perdido una apuesta. Dijo que, si ganábamos el primer partido, cantaría el himno nacional en esta asamblea. — Se oyeron gritos ahogados y la gente empezó a hablar más alto—. Pero no solo ganamos el primer partido, sino que también hemos ganado el segundo. —
El público gritó y empezó a patalear contra el suelo
—. Y, como es un hombre de palabra, aquí está Jeon Jungkook para cantar el himno nacional —añadió Jimin antes de darle el micrófono a su amigo. Jimin era pequeño. A pesar de ser un alumno de último curso, era uno de los más bajitos del equipo y era más adecuado para la lucha libre que para el fútbol americano. Jungkook iba al mismo curso, pero no era bajito. Sobrepasaba a Jimin (sus bíceps tenían casi el mismo diámetro que la cabeza de su amigo) y parecía salido de la cubierta de una novela romántica. Hasta su nombre parecía el de un personaje de un relato erótico. Luv entendía del tema, había leído muchas novelas del género: machos alfa de abdominales duros y miradas ardientes con los que eras feliz para siempre. Pero ninguno de ellos estaba a la altura de Jeon Jungkook, ni en la ficción ni en la vida real.Para Luv, Jeon Jungkook era increíblemente guapo, un dios griego entre los mortales, el típico chico que sale en los cuentos de hadas y en las películas.
A diferencia de los demás chicos, tenía el pelo oscuro y ondulado, que le llegaba a la altura de los hombros, y a menudo se lo peinaba hacia atrás para que no le tapara los ojos marrones con pestañas abundantes. El corte cuadrado de su mandíbula definida evitaba que fuera demasiado guapo, eso y el hecho de que midiera aproximadamente un metro noventa sin zapatos, que pesara unos noventa y siete kilos a los dieciocho años y que estuviera musculado desde los hombros hasta los gemelos, bien definidos. Corría el rumor de que la madre de Jungkook, Lily Grafton, se había enrollado con un modelo de ropa interior italiano en Nueva York cuando intentaba hacerse famosa. El affaire acabó rápidamente cuando él descubrió que estaba embarazada. Plantada y embarazada, volvió a casa y se vio arrastrada a los reconfortantes brazos de su viejo amigo Elliott Jeon, que se casó con ella gustosamente y aceptó al bebé seis meses más tarde. En la ciudad le prestaban especial atención al precioso bebé a medida que iba creciendo, especialmente porque el pequeño y rubio Elliott Jeon terminó teniendo un hijo moreno, de pelo y ojos oscuros y una complexión digna de… bueno, de un modelo de ropa interior. Catorce años más tarde, cuando Lily dejó a Elliott Jeon y se mudó a Nueva York, a nadie le sorprendió que esta fuera a buscar al verdadero padre de su hijo. Lo sorprendente fue que el niño, de catorce años, se quedó en Hannah Lake con Elliott.
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Jeon Jungkook - Máscara
Acak> [Esta historia es una adaptación todos los derechos para la autora original]