Sofía Jhonson, es intercambiada por uno de los hombres más poderosos y fríos del mundo, o es lo que todos dicen.
De un arreglo de ambas familias surgirá el amor.
Los Garner y los Jhonson, unen a esta pareja destinada, en sagrado matrimonio, Sofí...
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Las calles de Mexico estaban igual que hace algunos años, nada había cambiado, pero yo... yo si cambié después de todo lo sucedido esa noche.
Me duele, duele tanto.
— Su abuelo ya está listo, puede pasar señor — anunció la enfermera quién me sacó de mis pensamientos.
— Gracias — asentí.
Mi visita a México tenía un objetivo, ver al abuelo y exigirle una explicación, ¿Quién era esa mujer? ¿Para qué la había llevado a la villa? Y... ¿¡Por qué tenía que hacerme cargo de ella?! Sofía es tan... molesta.
Abrí la puerta y ahí estaba él, sobre esa camilla sin poder moverse, su barba había crecido desde la última vez que lo vi, su rostro era tan sereno, como el de una persona buena.
Pero no lo era.
— Abuelo — hablé bajo ya que el ruido podía hacerle daño.
Este abrió los ojos dedicándome una sincera sonrisa.
— Hijo, que bueno verte — su voz era la de un enfermo terminal, eso hacía que mi corazón doliera.
— ¿Cómo te sientes? Vine en cuanto recibí la llamada del doctor.
El abuelo sufría del corazón, desde su última recaída hace un año, no había podido levantarse de la cama, y ahora estaba bajo el cuidado de las enfermeras.
Pese a lo que había pasado hace ya varios años, yo lo quería, y no deseaba su muerte aunque su existencia en este mundo haya dañado la mía.
Me senté a su lado acomodando su almohada.
— Ahora que te veo, mucho mejor — sonrió.
— Me da gusto saberlo, el doctor dice que vas a estar bien.
Una risa triste salió de su boca, palmeó mi mano y al instante sus ojos se nublaron.
— Eso no es verdad, solo quieren más dinero.
Miró hacia la ventana, como deseando salir de ahí y explorar el mundo que había dejado allá afuera. Yo, bajé la cabeza y jugué con mis manos, el silencio reinó la habitación porque ninguno de los dos sabía que decir en ese momento.
Desde su petición de llevarme a una desconocida a la villa, que fue hacia ya casi un mes, no volví a verlo, hasta ahora.
— ¿Cómo está ella? — me preguntó sin dejar de ver la ventana.
Sabía a quién se refería.
— Bien, no le hace falta nada — contesté.
— Cuídala William, es una buena muchacha — volvió y me vió.
