VII

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A la mañana siguiente me desperté con los ojos hinchados y vi a Pedri, durmiendo a mi lado.

El simple hecho de verle me hacía querer llorar.

Me fijé en todos sus detalles.

Su piel morenita por el sol que le estaba dando aquí, sus labios que tanto me encantaban, sus largas pestañas, su nariz...

Era divino.

Y yo quería morirme.

Sentí una de sus manos acariciar las mías y me asusté un poco.

– ¿Laia? ¿Pasa algo? Tienes mala cara.

Negué rápidamente y lo miré fingiendo una tranquilidad que no tenía.

– ¿Quieres que nos quedemos en casa hoy y veamos una película?

Asentí y me abracé a él.

Escuché una risita y después me abrazó.

Era un ángel.

Y yo era un monstruo.

– Estás temblando Laia, ¿pasa algo?

Lo miré fijamente.

Sabía que tenía que contárselo.

Prefería que se enterase por mí antes que por otra persona.

– Pedri... Yo...

La puerta se abrió y Gavi entró para sentarse en la cama y mirar a Pedri.

– ¿Soy el único al que le mata la cabeza?– preguntó entrecerrando los ojos.

– No, a mí también me duele.

Los miré y me levanté.

– Voy a preparar una sopa, es buena para la resaca.– dije y bajé a la cocina corriendo.

Me puse a cocinar y cuando la sopa estuvo lista, subí a la habitación.

Los vi a los dos, dormidos uno al lado del otro.

Y me sentí horrible.

Porque si se lo contaba a Pedri, perdería a su mejor amigo.

Y yo daba igual, pero no podría vivir sabiendo que había destrozado una amistad tan pura como la de ellos.

Me acerqué y los arropé un poco.

Después bajé de nuevo, comí y me tumbé en el sofá, estaba tan cansada que acabé quedándome dormida.

Cuando me desperté vi a Gavi sentado a mi lado, acariciando mis piernas.

Las aparté y él me miró.

– No vuelvas a tocarme.– dije levantándome.

– Anoche no pusiste muchas pegas.

– Gavi, por favor, déjame en paz, ¿vale? No quiero tenerte cerca. Demasiado me duele ya verle a la cara y saber lo que estoy escondiendo.

– Ve.

– ¿Qué?

– Ve y díselo.

– No puedo. Lo nuestro se iría a pique, pero no pienso permitir que os distanciéis por mi culpa.

Me miró fijamente.

Apreté los puños y fui al jardín.

Me senté en el césped húmedo y sentí que alguien se sentaba a mi lado.

– Laia cielo, ¿te pasa algo? ¿Es por qué no te han cogido en la Universidad?

Y entonces empecé a llorar.

𝐎𝐍𝐄, 𝐓𝐖𝐎, 𝐓𝐇𝐑𝐄𝐄 +18 | Pedri & GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora