Damiano David es el cantante más conocido de Italia.
Amalia es solo una joven inocente y sin experiencia en el amor.
Las vidas de ambos cambian cuando se conocen por casualidad una noche. Un año después se reencuentran y se dan cuenta de que ninguno...
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Llevo media hora esperando en el hospital sin saber nada de Amalia, cuando hemos llegado aquí la he tenido que traer en brazos hasta dentro porque apenas se mantenía en pie. No sé qué le pasa, pero sé que es algo muy muy malo. Estoy sentado en la sala de espera, mi pierna no deja de botar de los nervios y miro hacia el suelo porque en el mostrador no deja de mirarme la enfermera de forma coqueta y me incomoda.
No es hasta un rato después que el doctor mayor con el que he dejado a Amalia sale de la consulta y me pide que entre. Ella está sentada en una camilla y yo me tiro a abrazarla, pero ella no reacciona. Tiene la mirada perdida y no habla, está incluso peor de lo que la he encontrado en la casa.
— Es como un peluche, lo puedes tocar y le puedes hablar todo lo que quieras, pero no te responde — comenta el médico mientras se sienta en su silla.
«Menuda mierda de comparación ha hecho», pienso.
— Doctor, ¿qué le pasa a mi mujer?
El hombre se quita las gafas y se encoge de hombros.
— Llevo cuarenta años siendo médico — dice con elogio — Pensaba que ya lo había visto todo, pero cuando he visto a su mujer me han dado ganas de dejar la maldita medicina.
Oh, Dios, esto es muy grave.
Me acerco al médico para poder escuchar mejor lo que piensa de lo que le ocurre a Amalia.
— Creo que está en estado de shock — pronuncia el médico, aunque tiene dudas — ¿Ha visto algo traumático? ¿O ha vivido algo traumático? Cualquier información que pueda aportar puede ser relevante.
Miro a Amalia, la cual parece que estuviera muerta en vida y sé que probablemente le haya pasado algo malo mientras no estaba, pero, ¿qué ha sido? Me llevo las manos a la cabeza. Estoy tan agobiado que no sé ni qué hacer o qué decir.
— No lo sé, pero, ¿cuánto tiempo va a estar ella sin hablar?
— ¿Quién sabe? Puede que un día, una semana, un mes...Eso es algo que no se puede saber con exactitud. Usted no la deje sola mucho tiempo. Y asegúrese de que descanse, parece una zombie.
Asiento. No la pienso dejar sola nunca más. La acompañaré hasta a mear.
— Tranquilo, Damiano. Seguro que todo se soluciona.
— ¿Cómo sabe mi nombre?
El médico se ríe con ironía y gira el marco que tiene sobre la mesa. Tiene una maldita foto mía enmarcada aquí en su escritorio. ¿Le pongo a un señor de sesenta años?
— Por favor, firmeme la bata — se levanta.
Rodea la mesa y me ofrece un rotulador permanente. Le hago una firma rápida en su batín blanco y parece que le hubiera hecho el más feliz del mundo.
— Ahora sí que puedo morir en paz — suspira el médico con la mano puesta en el lado izquierdo de su pecho.
Yo vuelvo a acercarme a Amalia y el médico viene detrás de mí para pedirme una foto.