Parte 23

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La tonada del piano a medio tocar me sacó del reconfortante sueño. Al despertar, vi a mi lado a Isabel durmiendo placenteramente. No sé cuántas horas pasaron, pero me sentía con suficientes energías. Me levanté hacia el closet donde busqué una prenda menos descubierta. Lo más decente que encontré fue un vestido blanco sin mangas de cinturón dorado. Lo deslicé en mi cuerpo, quedando satisfecha con el resultado. Decidí ir descalza por los pasillos, era una manera de no hacer ruido. Salí de la habitación y comencé a andar en busca del sonido. Todo parecía indicar que provenía del salón principal. Al igual que pasó con Talana, no fue necesario tocar la puerta. Esta se abrió cuando llegué a cierta distancia.
Eros pareció notar mi presencia, pero aun así no giró a verme. En cambio, siguió tocando el piano del fondo en una melancólica melodía.
Era la primera vez que lo veía tan cabizbajo. La luz apenas tocaba su rostro. Mostrando la perfección de sus rasgos. Era indudable su belleza. Comparable con sus malas intenciones.

—¿Dónde están los demás? —quise, saber cuando me acerque lo suficiente.

—Ya se marcharon... —manifestó con una voz apagada.

—Escuche lo que dijiste —anuncié— "Esperaba con ansias su renacimiento y sufría en silencio su partida" —susurre. A lo que Eros levantó la vista para contemplarme con un rostro lleno de sorpresa.

—¿Dónde oíste esas palabras?

—Las escuché de ti cuando hablabas con Dark en este mismo lugar.

—¿Cómo es posible? En esta sala solo había dos personas —frunció el ceño. Encogí los hombros y una sonrisa de satisfacción se deslizó en mis labios. Él lo supo inmediatamente—. Tu dominio... —agregó con los ojos abiertos de par en par—, ¿cómo lograste hacerlo?

—Mmm. Diría que fue suerte —comente restándole importancia.

—Sabes —prosiguió Eros—, siempre me he vanagloriado de mis habilidades —si no lo dice no me doy cuenta. Pensé rodando los ojos—. Todos mis hermanos, sin excepción, envidian lo que he construido. Un palacio donde vivo a mis anchas. Hago lo que me da la gana. Y tengo solo súbditos que fueron enviados por el mismo creador.

—¿Cómo? —pregunte sin entender. —Curioso, ¿verdad? Verás —exclamó Eros sirviéndose un trago de lo que parecía ser whisky del plano del hombre que estaba en una mesa, justo al lado del órgano musical—. En mi círculo, mejor dicho el Limbo, como lo llaman ustedes. Es como un club exclusivo de tu plano. A diferencia que aquí la entrada es pagada con el alma. Pero no cualquier alma. No, no. Solo las que nacieron con el toque del creador. Como la de tu amiga, o la tuya.

—¿Pero por qué dices que esas almas fueron enviadas por el creador?

—Porque esas almas jamás subirán al reino de mi padre. Están condenadas a quedarse atrapadas. Por más que se arrepientan de cualquier pecado que pudieron cometer en vida, igual no entrarán al cielo. O aceptan vivir aquí en mis dominios. O son enviadas al lago de las almas donde son eliminadas y será como si nunca hubieran existido.

—Me estás diciendo que cuando Isabel muera, ¿también correrá con este destino? —Eros asintió—. Entonces, el toque del creador no es más que una maldición —exprese entre dientes.

—Y ahí está el porqué de la envidia de mis hermanos. Todos en mi reino son inteligentes y hábiles. Pueden formar una revolución. O pueden evitar una guerra. Ellos me sirven con devoción. Y yo, le ofrezco lo mejor del infierno.

—Espera... —Interrumpí llegando a la mesa donde tenía los vasos de cristal y una botella de Royal Lochnagar. Ya había escuchado que esa es la bebida preferida de varios "demonios" disfrazados de noblezas y políticos en mi plano. Serví un vaso y bebí el trago. El líquido abrasó la garganta haciéndome entrar en calor. Eros me divisaba con cautela, un poco decepcionado por mi atuendo. Diría. Abrió sus piernas, colocándose más cómodo, invitando a sentarme en una silla cerca de él. Accedí sin quitarle la vista de encima—. No será esa tu manera de convencerme para que me quede aquí contigo, ¿cierto? Porque es tan precaria que preferiría desaparecer en el lago —dije en forma de broma.

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