27 ● Príncipe Azul

115 27 1
                                    

💖🖤

—... y cuando el príncipe finalmente le entregó la flor dorada a la princesa, ella le dio un beso como agradecimiento, sellando así su amor que duraría por toda la vida. Y vivieron felices para siempre.

Ese libro de cuentos fue cerrado al mismo tiempo en que esos dos niños soltaban expresiones distintas. El niño de cabello oscuro formaba una mueca de desagrado mientras que su hermana, esa pequeña rubia de brillantes ojos azules, ampliaba su sonrisa a más no poder.

—¡Ug! ¡Un beso! ¡Qué asco! ¿Por qué esas cosas siempre terminan así? —repudiaba el niño. Su madre esbozó una pequeña sonrisa antes de arroparlo.

—Ya terminó el cuento, Hugo. Es hora de dormir.

—Un beso, ¡qué romántico! —exclamó ahora la pequeña rubia desde su cama—. Yo también quiero encontrar un príncipe azul, mamá.

—Nunca lo vas a encontrar, Emma —contestó su hermano—. Eso no existe, no son más que cuentos. —¿Eso es cierto, mamá?

La decepción era visible en aquellos ojitos azules. Marinette no quiso contestarle, simplemente volvió a acurrucar a su primogénito bajo las cobijas.

—No le digas eso a tu hermana, mi lunita de queso. Si ella quiere creer en eso, déjala.

—Pero mamá...

—Ustedes dos debían estar durmiendo hace una hora. Así que... ¡a dormir!

—Pero papá nos dejó dormirnos un poco tarde solo por hoy.

—Sí, y también les dio quesitos y dulces cuando tienen prohibido comerlos de noche. Ya es tarde, duerman.

—¿Papá está en problemas por eso?

La dulce voz de aquella niña hizo que la azabache ahora se dirigiera hacia ella para acomodarla en su cama y darle un beso en su frente.

—No, solcito de mi vida. Él no lo está, pero ustedes dos sí tendrán problemas si no se duermen, así que... basta de charla. ¡Dulces sueños, mis amores!

—¡Sí, mamá! ¡Voy a soñar con un príncipe azul! —exclamó la pequeña con emoción.

Su madre esbozó una pequeña sonrisa y no tardó en apagar las luces y salir del cuarto. Emma cerró sus ojitos y con una expresión alegre, trató de recordar el cuento que su madre le había leído, solo que, por más que lo intentara no podía dormir. Tal vez el dulce que su padre le había dado horas antes aún hacía efecto en ella. Decidida a encontrar la forma para dormir, salió al balcón a ver las estrellas. Su madre solía hacerlo y esa noche no era la excepción.

Emma se escondió detrás de una maceta al ver a aquella mujer tomar una taza de té en ese otro balcón junto al suyo. No quería ser descubierta. Cuando de repente, Chat Noir llegó de un brinco al balcón donde estaba Marinette. El susto que se llevó, hizo que ella frunciera el ceño al ver que gracias al héroe casi había derramado su té sobre ese pequeño parlante que yacía en esa mesita.

—¿Qué rayos te pasa? —Ella se quejó, mas fue ignorada porque el héroe subió el volumen a la suave música del partante.

—Déjame oír qué estás escuchando, linda —dijo al subirle más—. No suena nada mal.

—Estoy enojada, Adrien.

—¿Enojada? ¿Por qué razón lo estás, amor de mi vida?

Por algún motivo, su desinterés la molestó más.

—¿En serio, Adrien? Primero, le das dulces a los niños...

—Sí...

—¡Y luego desapareces! Sabes que no le doy dulces a los niños porque luego cuesta dormirlos, pero tú lo haces y me dejas todo el trabajo a mí sola.

—Y por eso estás enojada...

—¿Tú qué crees?

—Lo siento, mi lady, pero tenía que mantenerte ocupada mientras iba a recoger algo.

—¿Recoger algo? ¿Qué cosa?

Para evadir la pregunta, el héroe sonrió de lado y tras tomar la mano de su esposa, la acercó a él para moverse al ritmo de la música.

—Relájate, señora Agreste. Es una linda noche.

—Un baile no me quitará el enojo, Adrien.

—Tal vez un baile no, pero un paseo sí. Vamos.

Él rodeó su cintura con fuerza antes de sacar su bastón. Ella sabía lo que él pretendía, pero ni siquiera le dio tiempo de retractarse porque él había extendido su bastón y ahora lo acompañaba en lo más alto.

—Sigo sin acostumbrarme a tus paseos repentinos —rio Marinette cuando se sentó en la pierna de su contrario para estar más segura—. Ni siquiera me diste tiempo de llamar a Zoe para que vigile a los niños.

—Ellos estarán bien, no tardaremos.

—¿Y qué hacemos aquí?

Él sacó de una de sus bolsas una pequeña caja. Marinette la tomó con asombro y su sorpresa fue mayor al ver un hermoso collar de oro allí dentro.

—Adrien... esto es...

—¿Precioso? Lo sé. Pero sostén también la cajita antes de que se ca...

Ni siquiera había terminado de hablar cuando, gracias a la torpeza que su esposa aún conservaba, aquella cajita cayó varios metros en picada. Esto hizo que ambos compartieran unas carcajadas antes de que Marinette contemplara con más atención el dije de ese collar.

—¿Ves la luna que rodea ese sol? —señaló el rubio—. Es nuestro Hugo. Ahora, ¿ves el sol? Es nuestra Emma.

—Me imaginé —afirmó sonriente—, aunque... este sol parece un poco a una flor.

—Porque también es un botón de oro. Yo soy tu botón de oro, mi lady.

—¿Pediste esto para mí?

—Lo mandé a hacer solo porque sí. Es que... Marinette, cada vez que te veo quiero abrazarte o solo... darte algo para decirte cuánto te amo.

Ella sonrió.

—Adrien, sabes que no necesitas darme cosas.

—¡Lo sé! Pero te lo doy porque quiero hacerlo y porque soy feliz de tenerte.

Unos metros abajo, la niña rubia apenas y podía ver a sus padres debido a las densas nubes que yacían sobre ella. Cuando de pronto, aquel bastón se fue encogiendo hasta que los esposos llegaron a su balcón. La rubia se volvió a esconder detrás de la maceta para no ser vista.

Chat Noir dejó con delicadeza a Marinette en el balcón y una vez allí, él se destransformó para quedar con su traje de oficina.

—Iré a cambiarme, estoy agotado.

—Mereces descansar, mi amor. Ve.

Emma analizó esa escena por un instante. No sabía qué había pasado allá arriba, pero por alguna razón, su madre ahora estaba de buen humor. Su papá no solo tenía el poder de destrucción, sino que podía hacer a su mamá feliz y ella sabía que ese poder era el amor.

—Marinette —la llamó el rubio—, te amo.

Ella sonrió y lo vio entrar a su habitación.

Mientras tanto, la azabache se quedó un momento más en el balcón observando su nuevo collar. Era de las joyas más lindas que él le había regalado. De repente, un ruido proveniente del otro balcón la hizo voltear. Ahí estaba su hija.

—¿Emma?

La niña sonrió con inocencia.

—Ya sé que sí existen los príncipes azules, mamá. Pero será nuestro secreto.

La pequeña le regaló una última risita antes de regresar a su cama. Marinette esbozó una sonrisa. Adrien era su príncipe azul y la hermosa familia que habían formado juntos, su precioso cuento de hadas.

Subido a mi cuenta (@ tammynette_ ) de X (Twitter) el 25 de julio, 2023.

Aprendiendo a ser cursi | Mini Historias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora