CREÍ QUE MORIRÍA. En cambio, desperté sobre mi peor pesadilla, la cama de un hospital. Había sido el ataque de pánico más demoledor en toda mi historia. Llegué a pensar que mi corazón se saldría de mi pecho, aunque sabía que no lo haría. Me sentí tan fuera de control, tan débil e incapaz de hacer algo por mí misma. Christopher había visto como me perdía y se había asustado. De hecho, fue él quien me llevó a urgencias cuando se dio cuenta que no se me pasaría mágicamente. Cuando llegamos estaba sudando frío y por más que intenté pensar en cosas agradables mi cuerpo iba a lo suyo. Incluso me atreví a pedir ayuda de lo asustada que me sentía.
Diecinueve años era una edad temprana para morir. Me suministraron un ansiolítico, pero era como si estuviera flotando en medio de un lago mientras algo sumergía mi cuerpo al fondo oscuro, ahogándome, hasta que fui devuelta a la superficie. Fue la cosa más aterradora que alguna vez experimenté. Si pensaba mucho en ello, mi corazón aporreaba fuerte mi pecho. Tenía miedo de volver a quedar fuera, inconsciente. Lo odiaba más que nada. Me hacía cuestionarme a mí misma. ¿Qué tan débil debía ser para no poder contralar mi propio cerebro?
Cuando desperté la doctora me hizo preguntas y me dijo lo que ya sabía. Un ataque de pánico. Aun así, me hicieron un electrocardiograma para descartar un infarto, a pesar de que era una chica joven. Me aconsejó que debía evitar situaciones de estrés y tratar el problema apropiadamente sino quería sufrir otro episodio. Para ayudarme iba a recetarme un medicamento para sobrellevarlo, me negué rotundamente. No pasaría.
Una vez me dejó sola me arranqué la intravenosa por la que recibía suero, aparté las sabanas y giré mis piernas fuera de la camilla para ponerme de pie. Miré con desagrado toda la habitación. Cada vez que me despertaba en un hospital algo malo sucedía, pero no era lo único por lo que me revolvía el estómago, sino porque no todas las personas tenían la oportunidad de llegar al hospital y luchar por su vida. Algunas simplemente se desvanecían sin poder hacer nada, como papá. Mi respiración se hizo superficial. Oh no, no podía dejarme arrastrar por la tristeza o no me dejarían ir.
Me encaminé al baño y lavé mi rostro con agua fría. Una vez cambié la bata del hospital por mi vestido ya me sentía un poco mejor. Saldría corriendo de ese lugar cuando apenas acababa de poner mi cabeza encima del agua. Regresé dentro de la habitación buscando mis zapatos, pero me detuve. Había un hombre de espaldas enfundado en un traje a la medida color azul oscuro, con una mano metida en la bolsa de su pantalón y con la otra mantenía el celular pegado a su oreja. Mis ojos bebieron el largo y fibroso cuerpo antes de poder detenerme. Demonios, solo verlo me provocó vértigo.
Christopher.
No recordaba que él tuviera un traje puesto ayer, pero traerme no significaba que iba a quedarse conmigo todo el tiempo, nosotros ya no estábamos juntos. Lo había dejado claro cuando le dije que lo amaba y él se alejó.
Clavé mis uñas en la palma de mi mano y carraspeé para llamar su atención.
Dijo un par de cosas con quien sea que tuviera al otro lado de la línea y se giró con una disculpa, quedó atrapada en su garganta en cuanto me vio. Me repasó de pies a cabeza, mi pelo rubio cayendo en ondas sueltas por mis hombros llamó especialmente su atención. Cierto, a Christopher le encantaba el tono rojizo salvaje de mi pelo, el rubio no parecía tener el mismo efecto. El músculo de su mandíbula se flexionó mientras me lanzaba una mirada aireada.
Fruncí mi ceño, no parecía feliz de que estuviera en pie.
—La doctora dijo que deberías quedarte para hacer más estudios —parecía que me estaba dando una orden.
—No va a pasar.
—¿No te ayudaría con los ataques de pánico? ¿Recibir un tratamiento? ¿No te lo ofrecieron?
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ꜱᴇᴄᴜᴇʟᴀꜱ ᴅᴇ ᴜɴ ᴀᴍᴏʀ || #1
RomanceA veces las heridas son más profundas de lo que imaginamos, vamos por la vida dejando todo atrás... hasta que las secuelas aparecen. Aquí estoy, cerrando el círculo enfermizo en el que seguía atrapada.