ᴄᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ 7

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LAS COSAS SE PONÍAN cada vez más extrañas. Ayer mamá me pidió que la acompañara a recoger a Anthea, mi sobrina, de su clase de pintura. Lo que logré entender de la poca información que soltó es que Emily iba a celebrar su aniversario de bodas con su esposo, Jhon. Al parecer saldrían toda una semana fuera de la ciudad y mi sobrina se quedaría con nosotras. Era una niña muy traviesa, el primer día de estar en casa la encontré sentada sobre la cómoda del baño común comiendo pasta dental, de esas adictivas que tienen sabor a chicle. Ella me vio entrar y por el espejo vi reflejado sus enormes ojos oscuros abiertos de par en par, la inocencia que solo una niña de siete años podía tener quedó en evidencia cuando escondió sus manos en la espalda. Pudo haber sido un gran escondite si yo no hubiera estado atrás y ella no tuviera un letrero con la palabra "culpable" colgando de su cuello. Sonrió entre nerviosa y aliviada al ver que no era mamá porque yo la cubriría. No era buena con los niños y niñas, pero Anthea era mi debilidad y ella me consideraba su tía favorita.

Que ella se quedara con nosotras significaba que una risa estaría corriendo por la casa, llenándola de vida, pero tenía una ventaja adicional, acapararía toda la atención de mamá. No la tendría todo el tiempo sobre mí juzgando todo lo que hacía. Era un gran punto a mi favor. Más o menos, mamá se quedó trabajando desde casa y me ordenó que antes de irme bañara a Anthea, no es que ella no pudiera hacerlo sola, pero al hacerlo dejaba un reguero a su paso que no le gustaba a mamá. Entonces me retrasé en mi rutina y llegué tarde al restaurante. Fueron solo unos minutos, pero el chef me llamó la atención y estuve malhumorada todo el turno, como en casa siempre tenían algo de lo que quejarse de mí evitaba esas situaciones fuera. Me costaba desprenderme del sentimiento de haber hecho algo mal.

Estaba arrastrándome en la autocompasión cuando Rosé irrumpió como un vendaval en la cocina gritando emocionada y dando saltitos sobre la punta de sus pies. Los primeros días que ella llegó al restaurante muchos o todos se preguntaban cómo es que éramos mejores amigas siendo tan distintas. Ella era una ruidosa canción de rock y yo una tranquila canción de cuna. En pocas palabras, nos complementábamos. Pero en poco tiempo todos se acostumbraron a las impertinencias de Rosé que ya no le prestaban atención.

—¡Oh, Val! ¡Oh, Val! ¿Adivina quién está en el bar?

—No soy buena adivinando —le dije.

Rosé bailó por la cocina hasta llegar cerca de mí. Tenía una enorme sonrisa adornando su rostro. Me intrigó un poco por quien la hubiera puesto así de eufórica. No había necesidad de preguntarle, me lo diría solita. Quien sea que fuera, lo compadecía.

—¡El hermano de Marco! —gritó.

Si el hermano era tan guapo como Marco, podía entender su entusiasmo, pero no lo compartía.

Una sospecha comenzó a crecer. Me tensé. Cerré los ojos.

—Por favor, Rosé, dime que no lo invitaste tú para presentármelo —pedí.

No podía volver a pasar por lo mismo. ¿Cuándo entendería Rosé que no quería conocer a nadie en ese sentido ni en lo sexual?

Suspiró.

—Yo no lo invité, vino con sus amigos. Y quizá yo lo quiera para mí —dijo a la defensiva. Resoplé, ni ella se lo creía. Leyó mi cara, tiró su cadera a un lado—. Definitivamente tendría sexo con él. Es muy caliente. Confía en mí, tener un poco de guerra con él sería una experiencia épica.

Sacudí la cabeza, incrédula. Pobre chico. Ni porque era el hermano de su amigo se salvaría.

—Me parece bien. Ya es hora de que te consigas un novio y dejes este papel de celestina exasperante.

Me guiñó un ojo.

—Por algo somos amigas Val. Nadie me gusta lo suficiente como para mantenerlo mucho tiempo —dijo antes de salir de la cocina.

ꜱᴇᴄᴜᴇʟᴀꜱ ᴅᴇ ᴜɴ ᴀᴍᴏʀ || #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora