Epílogo

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DIECISIETE SEMANAS DESPUÉS.

ST. MORITZ, SUIZA.

NO ESTABA SEGURA de cómo terminé sola otra vez. Perrdí a la persona que amaba y a mi familia en el proceso. Ellas no querían saber nada de mí, no se habían puesto en contacto conmigo a pesar de que les avisé que renuncié a mi trabajo y que haría un viaje a la casa que los padres de Rosé tenían en Suiza. Era una especie de masoquista al seguir insistiendo en arreglar una relación que nunca existió, no podía hacerlo más. Me sentía cansada de mendigar cariño. Había terminado con eso. Demonios.

Tenía suficiente con mi mente que no dejaba de reproducir la última mirada que Christopher me dio antes de salir de la habitación del hospital, suplicando con ojos brillantes que lo dejará ir. Cometí el error de confiar en él porque creí que como compartíamos la experiencia de tener el corazón roto por una traición, nunca me haría sentir como si fuera desechable y no valiera nada, pero lo hizo. Apropósito.

En mis días más oscuros pensaba que tal vez no estaba mintiendo al decir que seguía enamorado de Naomi. Si era verdad, nuca tuve una oportunidad real con Christopher. Convenientemente nos conocimos para ser la sustituta del amor de su vida y me enamoré sola.

Pero no. Todo dentro de mí gritaba que lo nuestro fue real para Christopher, una parte de él me quería y eso era aún peor. No le importaron mis sentimientos. No era lo suficientemente buena para que se quedara a mi lado y me pusiera por encima del secreto que guardaba. No lo era y se encargó de que lo supiera. Christopher prefirió herirme antes que confiar en mí.

Limpié las lágrimas de mi rostro. Desde que se precipitaron desbordándose fuera de mis ojos parecían no acabarse nunca.

Realmente no había dejado de llorar.

¿Cuántas veces más podía el amor romper mi corazón?

Con esfuerzo evidente despegué la sábana que se había fundido con mi piel los últimos días, arrastré mi cuerpo fuera de la cama, deambulé por la enorme habitación y me deslicé hasta el balcón. Grandes montañas y pinos bañados de nieve me rodeaban. Era una blancura que cegaba. Había días en los que creí que el dolor me consumiría completamente, entonces me levantaba a ver el lago St Moritz congelado, donde las personas practicaban deportes sobre hielo y hasta white turf, una especie de carrera de caballos. Los había visto no más que un par de veces cuando me asomaba a la ventana, pero podía sentir como se divertían y los envidiaba. Oh, sí lo hacía. Ellos tenían con quien disfrutar todo el hermoso lugar y yo no.

Miré alrededor deseando con todas mis fuerzas que Christopher estuviera ahí conmigo, pero no lo estaba y las lágrimas calientes cayeron de nuevo. Mi cuerpo entero se sacudió por el frío alpino. No importaba cuanto tiempo había pasado, el dolor solo se hacía más fuerte y más insoportable. Christopher me había dejado con las manos atadas, el corazón pulverizado y apenas podía respirar. No era capaz de procesar por qué era yo quien salía perdiendo. Nunca era elegida.

Christopher estaba igual de herido, pero al contario de mí, él decidió que era mejor sacrificarnos a nosotros como pareja con la excusa de no poder perdonarme. Decidió ser infeliz y arrastrarme a esa infelicidad con él.

Recordaba todas las cosas que pasamos juntos, todas las noches que nos sentamos en la terraza con una botella de whiskey mientras hablábamos de tonterías sin sentido y nos reíamos de chistes malos solo porque él sabía que necesitaba estar muy cansada para poder conciliar el sueño. Recordaba esas madrugadas, con mi espalda contra su pecho y su brazo alrededor de mi cintura mientras respiraba en mi cuello y permanecíamos en un silencio reconfortante. Era como si el universo hubiera conspirado para que nosotros pudiéramos robarles esos pequeños momentos al destino. También Recordaba como a través de una habitación llena de gente sus ojos me buscaban y cuando me encontraban adquirían un brillo especial.

ꜱᴇᴄᴜᴇʟᴀꜱ ᴅᴇ ᴜɴ ᴀᴍᴏʀ || #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora