Ático

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María Garza

Sentía como si esto fuese irreal, estaba en el mítico taxi amarillo de New York, vamos el sueño de cualquiera. Estaba de camino a una reunión de negocios, en Agosto, quien diga que no me curro lo que tengo es que no me conoce. Hacía cosa de año y medio, pasé de tener una pequeña empresa con una patente de una idea un poco loca a ver cómo universidades distintas se peleaban por trabajar con mi empresa. Era estudiante de medicina, tenía 22 años y a los 20 mi cuenta bancaria pasó de tener un par de ceros a tener seis. Mi empresa es así de exitosa por la IA que cree junto a un amigo para facilitar pruebas y diagnósticos sobretodo en emergencias, haciendo que los pacientes fuesen diagnosticados de la manera más eficiente y rápida. Después el éxito vino vendiendo el producto a hospitales y ampliamos la empresa para hacernos distribuidores de maquinas hospitalarias. Y así en un año y medio, soy la mujer hecha a sí misma más rica de casi todo el mundo. Bajé de ese taxi dándole una propina al conductor, que milagrosamente logró evitar gran parte de los atascos que hay en esta ciudad. 

Miré al gran edificio que tenía delante, y supe que esto iba a estar diferente, esta reunión no tenía nada de convencional. Ni siquiera conocía al tipo con el que me iba a reunir, y la manera en que me solicitó la reunión tenía nada de normal. Subí las escaleras, y saludé al portero, me pidió el nombre y se lo dije con una amplia sonrisa.

- María Garza.

Hizo un ademán para ayudarme con la maleta que llevaba, la cual era de mano. Me negué a su ayuda y me dirigí al ascensor. Me miré en el espejo, no me reconocí, iba con un traje precioso de color rojo brillante, con una camisa blanca preciosa con escote en v que hacía que resaltasen mis pechos y el colgante de oro con mi sortija de casada. Me encantaba llevarla ahí, me hacía sentir a mi marido cerca y en verdad soy un desastre con los anillos y siempre acabo perdiéndolos. Llevaba el pelo suelto en unas bonitas ondas, un poco de maquillaje. Lo que menos reconocía en este atuendo eran los zapatos stiletto que mi asistente insistió en que llevase, eran del mismo color que el traje y a a mi gusto demasiado altos. Finalmente el ascensor se abrió, dando paso a un bonito ático de paredes blancas, y suelo de mármol del mismo color. Entré arrastrando la maleta que llevaba haciendo que me llevase la mirada de al menos seis hombres trajeados, enormes y todos rubios. En ese momento me arrepentí de no haber traído un guardaespaldas, odiaba cuando Leo, mi marido, tenía razón.

- ¿María Garza? - habló uno de ellos con un claro acento ruso, el que estaba sentado junto a un armario bajo, el minibar creo. Asentí. - ¿Quiere algo de beber? - Negué, sacó una botella de whisky y se sirvió un vaso. - Soy Vladimir Ivankov. ¿Me permite tutearla? - Asentí de nuevo. - María, me gustaría hablar contigo de negocios, de CEO a CEO. - Sonreí al pensar en eso, no me considero una jefa. Apenas tenía a 22 años y sigía estudiando, y las personas que trabajaban para mi, ni siquiera las conozco y no tenía esa relación de jefe-empleado. Seguía parada junto a las puertas del ascensor, que ya se habían cerrado, intimidada por la presencia de esos hombres tan grandes como armarios.

- Encantada de conocerlo señor Ivankov. - Me acerco con mi maleta y le extendí la mano, él encantado la cogió con las dos y me dio un fuerte apretón.

- Creía que en España el típico saludo son dos besos en las mejillas.

- Y así es, pero como ha dicho, esto es una reunión de negocios. Y prefiero mantener el protocolo. - Instintivamente toqué mi sortija, y sus ojos fueron directos ahí. - Lo que me recuerda, ¿es necesario tener a tantas personas aquí? Quiero decir, yo he venido sola...

- Son mi equipo de seguridad. Aunque es cierto, si usted fuera una amenaza con solo dos de ellos sería suficiente. - Hizo un gesto a tres de los hombres y estos se fueron a otras partes de este impresionante ático, que tenía unas vistas impresionantes. Después de fijarme en esas vistas, me acerqué a la ventana y miré, obviando que tenía tres pares de ojos observándome fijamente. - Es precioso. - Se acercó a mi por detrás, lo que me producía una sensación de excitación importante. Este hombre es grande rubio y muscoloso, y por la cercanía que se estaba tomando conmigo supe que le resultaba atractiva.

- Lo es... - Tomé una gran bocanada de aire y lo solté. - Bueno, usted dirá, no me gusta perder el tiempo, tengo trabajo pendiente.- Lo miré a los ojos, que por cierto eran preciosos de un color azul intenso. Me senté en una de las sillas que había en ese comedor junto a la mesa, y él cogió la silla más cercana a la mía y se sentó.

- Lo cierto es que quiero que equipe un hospital para mi....

- Para pedirme eso no necesitas reunirte en persona conmigo. Si eso es todo, te mando el catálogo y solo dime... - Me cortó igual que yo le hice a él.

- María, por favor, espera a que acabe con mi petición. - Tenía cara de querer matarme solo por haberle cortado. Y pasó una mano por su pelo, intentando calmarse, y así pude ver un tatuaje de una especie de estrella, de ocho puntas con ocho redondas en su interior formando otra redonda y con puntos entre vada una de las puntas de la estrella. Me sonaba de las practicas de emergencias que hice el semestre pasado, y sabía que ese tatuaje pertenecía a una mafia o pandilla, aunque no sabía cúal. - Quiero todos los equipos por duplicado, incluido la IA que tan famosa te ha hecho. Pero quiero que no conste que me lo has vendido a mi, ni quiero que esos equipos se puedan localizar de ninguna manera. - Me miró, esperando a que respondiese.

- No puedo hacer eso, es ilegal. Tengo la obligación de justificar dónde esta cada equipo.

- Igual que lo es aceptar un ático comprado con dinero sucio de la bratva. - Abrí los ojos como platos, la bratva... la mafia más temida de todo rusia. Aunque había una cosa en la que él estaba equivocado.

- Lo és. - Lo miré a los ojos y después me levanté de la silla. Me sentía acorralada, y quería irme de allí lo antes posible. - Pero hay una cosa que todavía no sabe, no acepté este maravilloso ático, solo acepté una reunión con usted. - Ahora fue él el que se sorprendió, aunque solo lo mostró durante unos pocos instantes. Me incliné en la mesa quedando a pocos centímetros el uno del otro. - Podría hacer una cosa por usted, le propongo venderle la maquinaria, excepto la IA. Todas sin el chip rastreador, mandaría a mis técnicos a quitarlos. Usted me paga un extra por esa petición y hasta ahí nuestra relación, no nos volveremos a ver... Sino le puedo mandar otras empresas que estarán encantadas de aceptar su oferta. - Después de decir eso me dirigí al ascensor, cuando noté un fuerte agarre en mi mano derecha y un tirón hacia atrás. Casi me caigo debido a los tacones que llevaba, pero me cogió con su otra mano la cintura. Nos miramos a los ojos.

- No es lo que le he pedido, además creo que sí has aceptado mi regalo. - esto último lo dijo mirando a mi maleta. Solté una carcajada a la vez que me zafaba de su agarre.

- ¿Sabes qué? Eres muy gracioso. Pero rechacé tu regalo por un motivo, nadie regala 15 millones de dólares esperando solo una reunión. Quizás hace poco tiempo que soy rica, pero hace demasiado que soy muy lista. - Volvió a coger mi mano esta vez muy fuerte. Hizo que lo mirase a sus ojos, los cuales me estaban matando con la mirada. Estaba muy cabreado. Me estampó contra la pared más cercana y puso una mano en mi cuello. Me reí.

- Vas a darme exactamente lo que te he pedido, María. - Dijo susurrándome al oído. Y si no fuese porque era de la bratva, hubiese estado tentada a llevármelo a la cama con Leo. - Y vas a devolverme hasta el último centavo de este ático. Nadie me dice que no a nada.

- Tienes aproximadamente 2 minutos antes de que la policía entre aquí. - Dije yo cerca de su oído. Separó su cara de mi y me miró directamente a los ojos apretando más su agarre. Joder, este tío estaba consiguiendo que mis bragas estuviesen cada vez más mojadas. - Soy magnate de una empresa de tecnología sanitaria y ahora mismo tengo unos bots en mi cuerpo... - ya me costaba articular palabra, me estaba ahogando. - llamarán a emergencias si sigues haciendo esto. - Después de eso, estaba aún más cabreado, se le notaba en la mirada. Pero me soltó, y fue entonces que me percaté que tenía a sus dos hombres justo detrás de él. Me agaché y recuperé el aliento. Me levanté y piqué al ascensor, bajo la mirada de esos tres hombres - Mi maleta, te la puedes quedar de recuerdo. - dije al entrar en el ascensor. Sentía que había enfurecido a una bestia y que debía huir lo antes posible. Quería volver a casa, con Leo, y quería acostarme con él. No somos la pareja más típica del mundo y en el aspecto carnal menos. 

Al salir del vestíbulo llamé a un taxi y le pedí que me llevase a mi hotel, este conductor a diferencia del primero, no supo evitar el trafico de la ciudad. Me dio tiempo de adelantar mi vuelo al día siguiente por el mediodía.

PerversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora