María Garza
Llevaba más tiempo encerrada en mi casa de Ottawa de lo que podía procesar, si no fuese por la compañía que me hacía Judas habría enloquecido. Llevaba alerta tanto tiempo que tenía todo el cuerpo adormecido y dolorido, por no hablar del dolor de cabeza. Tenía a todas horas el televisor encendido con cualquier canal, el sonido de fondo no provocaba que pensase demasiado en todo lo que estaba pasando. Me aterraba ese señor que supuestamente era mi padre biológico, lo que no tenía sentido si no lo conocía... Pero ese sentimiento junto con el hecho que hasta los seis años no hablé... ¿Qué me había hecho ese hombre? Nada bueno, de eso estaba segura. Aunque preferí no saberlo, por lo que me contó Nick podría ser algo terrible.
Pedía siempre la compra a domicilio, y pagaba en efectivo para evitar que me rastreasen. Evitaba sacar a Judas por el mismo camino o a las mismas horas. Llevaba siempre a mano la pistola que Nick me regaló, lo cual me parecía aterrador, ese hombre había sido capaz de cambiarme y hacer coja una pistola a pesar de estar en contra de su uso. Trabajaba desde casa en mi empresa e intentaba que no fuese posible rastrearme, eso me mantenía ocupada gran parte del tiempo pero al final acabé todo el trabajo. Todos los días se volvieron más tristes y solitarios, y ese sentimiento se volvió mi compañero, antes de estar con Leo siempre estaba sola y recuerdo que me gustaba pero nunca antes se me había encogido el corazón de esa manera. Durante las noches la cama se sentía desierta, al acostarme no paraba de dar vueltas sobre mi misma y de enredarme en la manta. Cada maldita vez que cerraba los ojos veía a esos dos juegos de luceros que tanto anhelaba. Entendía porqué me sentía así con Leo, al fin y al cabo era mi marido y con el que tantos años y momentos he compartido pero no lograba entender porqué me sentía así con Vladimir. Solamente habíamos compartido un par de polvos, y no solía colgarme de nadie tan rápido, se suponía que era solo un extra en mi matrimonio, un juguete, nada más. Me frustraba mucho no entender que relación tenía con él, mi cuerpo y mi mente me confundían.
En esa época ya me había dado cuenta de que Nick tenía razón, debería haber confiado en ellos. Al tiempo de hartarme de revolotear cada noche en la cama decidí investigar a mi supuesto padre y nada de lo que encontré me tranquilizó lo más mínimo. Estaba acusado por la desaparición de mi madre, y la muerte del resto de sus esposas y otras personas, además de las múltiples denuncias de abuso y maltrato infantil junto con las de diferentes cargos violentos, tráfico de personas, drogas y armas. A pesar de todo eso, nunca pudieron imputarlo, nunca habían suficientes pruebas en su contra ni testigos y si las había se volatilizaban mágicamente. En mi ordenador tenía una carpeta llena de todos los artículos y denuncias que encontraba, no podía parar de leer todos y cada uno de los archivos una y otra vez. Desde que empecé a recolectar toda esta información, no pude separarme de Judas en ningún momento y también incrementé la seguridad de la casa. A cada minuto que pasaba encerrada me sentía más insegura e indefensa, y obsesionarme con ese tipo no me estaba haciendo ningún bien. Me enfadaba conmigo misma el hecho de no poder parar de sabotearme haciendo que me invada el miedo y la desesperación.
Después de un tiempo sin ningún tipo de actividad, supuse que se habría cansado de buscarme o que me había escondido tan bien que no iba a encontrarme. Por lo que empecé a salir de casa, el primer paseo fue horrible cada persona que veía la consideraba una amenaza pero al ver a Judas se cambiaban de acera y eso me reconfortaba, me hacía sentir segura. Muchos paseos, no tuve suficiente con salir una hora o dos al día, necesitaba más, ansiaba la libertad que antes tenía, sobretodo extrañaba sentirme útil. Al encontrar un puesto en un hospital de la ciudad como médico de urgencias no me lo pensé y acepté.
El primer día de trabajo fue muy diferente a lo que estaba acostumbrada, muchas personas nuevas y mucho que hacer sin demasiados descansos. Durante ese rato cuidando, curando y diagnosticando a mis pacientes no tuve ni un solo momento en el que pudiese pensar en mis problemas y fue el descanso que tanto necesitaba mi mente. Al acabar el turno me fui al vestuario, solo podía pensar en lo apetecible que se me hacía mi cama.
ESTÁS LEYENDO
Perversión
RomanceMaría, una estudiante de medicina de 22 años y una millonaria primeriza, recibe un inesperado regalo, un ático de lujo en New York de un tal Vladimir Ivankov. Con la única condición de reunirse con ella en persona en ese mismo lugar. Vladimir, por...