Despedida

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Vladimir Ivankov

Estábamos esperando en el coche a que Nick sacase a María de ese asqueroso almacén, estaba muy cabreado, no me podía creer que después de haberme dado la maldita charla de quienes estaban en el poder de esta relación. Esa misma noche va ella y desaparece, y lo que es peor, solo avisa a Leo. Le agradecí que me lo dijese, es más me sorprendió que lo hiciese. La noche anterior Leo y yo nos la pasamos bebiendo y reconozco que no era un mal tipo. Mi teléfono sonó, era Nick.

- Jefe, vamos en su coche a la mansión. Nos vemos allí.- Colgó.

Arranqué el motor del coche y fuimos a la mansión. Allí vi el coche de María aparcado justo en la entrada, y estaba hablando con Nick. Nunca pensé que ellos se llevasen bien después de que ella casi lo castra. Sonreí al recordar eso. Al vernos acercarnos a ellos se callaron y María nos sonrió.

- Me habéis fastidiado la fiesta, me estaba divirtiendo.- Me sacó de mis casillas, ¿cómo se atrevía a culparnos por buscarla después de más de dos días sin dar señales de vida? Me acerqué a ella y la atrapé por el cuello estampándola contra su preciado mercedes.

- ¿Cómo te atreves a desaparecer dos putos días?- Podía notar como la sangre se me iba a la cabeza y como hervía por la ira. Pero cómo no, ahí estaba esa mirada que tan loco me ponía, su sonrisa seguía en su rostro. Resoplé al escuchar los gruñidos de Judas de detrás de mi y la solté.- No lo vuelvas a hacer.

- Ya te dije que tu no me das ordenes, Vlad.- Me apartó y fue a saludar a Leo, le plantó un beso apasionado, parecía necesitarlo. Al acabar ese beso, apoyó su frente en la suya y le susurró algo. Después de eso me tendió la mano invitándome a ir con ellos. Me acerqué me apretó a ella, los tres estábamos muy cerca los unos de los otros y el olor que emanaban era tan agradable como para calmar la ira que sentí minutos atrás.- Esta noche os merecéis tener el control.- Se separó de nosotros y subió las escaleras, no creo que supiese a donde estaba yendo ya que ella no había estado todavía en su nueva habitación. Leo la siguió en seguida y cuando yo estaba a punto de dar el primer paso me percaté de que Nick seguía detrás de mi. Era raro, siempre se iba a su habitación o despacho al llegar aquí.

- ¿Qué pasa Nick?

- ¿Sabes qué hace el alemán aquí?- Esa pregunta era la última que me esperaba, la verdad era que había puesto precio a su única heredera viva, la que desapareció. Pero no creo que fuese por eso, Antonella Saviano, la madre de esa niña sabía cómo desaparecer y llevaba así más de 19 años.

- No creo que estuviese en ese almacén por lo de su hija, probablemente estuviese buscando nueva mercancía, ya sabes chicas.- Asintió y se fue dentro de la mansión.

Me adentré en la habitación de la pareja, cerré la puerta con llave y vi que solo estaba Leo sentado delante del ordenador solo.

- Estoy acabando un par de cosas de trabajo, María esta en el baño, no se me ha escapado, tranquilo.

No tardó mucho en abrirse la puerta del baño y salir una María en un traje de lencería negra que solo hacía que resaltar todos sus atributos. Llevaba un sujetador negro que hacía que sus pechos desafiaran la gravedad, se veían todavía más turgentes y voluminosos, y ese color hacía que destacase su precioso bronceado caramelo. Mi polla solo al verla se puso contenta, y mi mente solo pensaba en saborear esa maravillosa piel. La falda que tenía puesta era tan corta, que podía intuir dónde empezaba su bonito coño y dónde terminaban esas largas piernas. Nos miró a los dos y se mordió el labio inferior, mi erección se intensificó y con ese pequeño gesto me tenía a sus pies. Se agachó a buscar algo en una de sus bolsas y los dos gruñimos al ver ese pequeño trozo de tela que le cubría una parte de su culo. Tuve que aflojarme la corbata y desatarme un par de botones de mi camisa, me costaba respirar pero me costaba todavía más no abalanzarme a ella. Estoy seguro que Leo estaba mirándola tan fijamente como lo hacía yo y ella era muy consciente de ello. Al girarse pude ver que traía un par de juguetes en sus manos, y se fue acercando a nosotros con la mirada llena de deseo. Le dió la fusta a Leo y una cuerda roja a mi. Me tensé con solo tocarla, la última vez casi la mato con una parecida, se percató y me obligó a mirarla. En ese momento me percaté de que aunque me miraba con deseo había algo que no lograba descifrar en su mirada. 

PerversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora