Vladimir Ivankov
Me encontraba de nuevo delante de su habitación sin saber muy bien si entrar o no. En estos días me había tirado todo lo que tenía a su alcance, desde una maldita lámpara que me dio de lleno en las pelotas hasta un bolígrafo que por poco me perfora un ojo. Si no fuese porque es ella ya estaría muerta, mi paciencia estaba realmente al límite. Finalmente me decidí a entrar, abrí la puerta sigilosamente por si estaba dormida no molestarla y así evitar que me hablase por un rato.
- Es tu jodida casa, no hace falta que entres como si fueras a robar algo.- Desde la cama y ya estaba de mal humor.
- No quería molestar a miss simpatía.- Me senté en un sofá delante de la cama. Vi como estaba temblando y sudando, el maldito síndrome de abstinencia le estaba dando duro desde que despertó.
- Bueno deja que te secuestren y te enganchen solo para que los estúpidos de tus supuestos "salvadores" no te den nada para estar mejor.- Eso me cabreó, desde que estaba aquí no hacía otra cosa que ser una cínica y un maldito dolor de culo. - Dijiste que hablaríamos, dame algo no aguanto esta mierda.
- Llevas solo unos pocos días, estoy seguro de que aguantarás hasta pasar esto.
- ¡Que me des algo, joder!- No aguanté más, me levanté y fui directo hacia donde estaba ella y la acorralé dejándola entre mis piernas. Le agarré el mentón y la obligué a mirarme a los ojos, y no sé si fue por la posición en la que tenía sabiendo que la tenía a mi completa merced pero estaba cada vez más excitado y cabreado, todo a la vez.
- ¡Deja de ser una maldita zorra malcriada! Vas a limpiarte y a cuidarte, y después de eso me lo agradecerás.- A pesar del temblor que tenía y las muecas de dolor, sus ojos estaban fijos en los míos, desafiantes y llenos de furia.
- Estas ciego y no ves que no he dejado de temblar y sudar en estos días, noto todo mi jodido cuerpo arder todo el puñetero tiempo.- No me moví, ni separé mi vista de la suya.- Deberíais haberme dejado allí, al menos ahí no deseaba morir a cada rato- Perdí el jodido control.
Le agarré el cuello y se lo apreté, poco a poco vi cómo sus malditos ojos se iban cristalizando y su cara se tornaba roja, sabía exactamente en qué lugares apretar para acabar con su vida. Sería fácil solo necesitaba seguir durante el tiempo suficiente para acabar con su sufrimiento. Aunque intentó luchar contra mí, tenía razón estaba tan hecha mierda que apenas pudo moverse. Pero en cuanto vi que empezaba a desvanecerse no pude continuar y dejé de apretar para que respirara de nuevo pero mi mano seguía donde la tenía. Estaba muy agitado, y enfurecido cuando me acerqué a su oído.
- Nunca, nunca vuelvas a atreverte a decir que estarías mejor con el mierda de tu padre o muerta.- Algo en mis palabras le hizo sentir, lo supe en el momento en que volví a mirarla a los ojos. Tardó unos minutos en volver a hablar, en los cuales escudriñé cada jodido centímetro de su preciosa cara.
- Lárgate.- Me dejó tan confundido que solté el agarre de su cuello dejando mis manos a cada lado de su cabeza, me erguí sobre ella, sin dejar de mirarla a los ojos, unos que estaba claro que en ese preciso instante intentaban asesinarme. Sin que pudiese reaccionar me abofeteó.- No pienso repetirme Vladimir, vete.- Le agarré ambas manos y se las aguanté a cada lado de su cuerpo, se resistía a pesar de no dejar su mirada de la mía, sin miedo alguno.
- No. Estoy hasta las narices de que me alejes de ti, María. Así que vete acostumbrando a mi presencia.
- ¿Entonces pretendes tenerme atrapada en estas paredes como si fuese un maldito perro, sin dejarme salir, sin poder seguir con mi jodida vida? Maldigo el día en el que te conocí y...- La besé con tanta necesidad que sentí que desaparecía, aunque duró poco, María me mordió el labio tan fuerte que me hizo sangrar. La miré muy alterado y a decir verdad cada vez más excitado y pude ver que aunque estaba más que cabreada también vi que le gustó. Me levanté de encima suyo y pude notar como le subía y le bajaba el pecho demasiado rápido, sus tetas me estaban provocando pero me pude controlar, todavía no estaba preparada para volver a estar entre mis manos.
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Perversión
RomanceMaría, una estudiante de medicina de 22 años y una millonaria primeriza, recibe un inesperado regalo, un ático de lujo en New York de un tal Vladimir Ivankov. Con la única condición de reunirse con ella en persona en ese mismo lugar. Vladimir, por...