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Despertó solo en la cama, buscando su varita que vibraba y sonaba en la mesa de noche. Cierto, hoy Sirius había madrugado para preparar todo para ir juntos al zoo con Dora.

Se levantó y de un pase hizo la cama, abrió las cortinas, recogió los doseles e hizo flotar la ropa al cesto de la ropa sucia.

Se bañó, se afeitó y se fue al vestidor para encontrar la ropa ya preparada por Sirius. Se puso un pantalón negro oscuro con botas de piel negra debajo de ellos, que no eran del todo nuevas y eran perfectas para caminar por el campo. También se puso una camisa blanca de mangas algo anchas y un chaleco azul de tres botones. Había un par de sellos de oro y plata, una pulsera de eslabones con el tamaño de su falange y un reloj de bolsillo con tantos rubíes que no podía guardarse del revés porque se le clavaban en las costillas. Guardó su varita en el bolsillo específico del chaleco, su bolsa de galeones y se aventuró escaleras abajo.

Le dio de golpe un delicioso olor del desayuno que le hizo rugir la barriga. Y como siempre, la visión de su preciosa novia cocinando. Sirius llevaba el pelo suelto ligeramente recogido con una cinta del mismo tono de azul que su chaleco. El vestido que llevaba, que era de mangas apretadas excepto en el hombro que era abullonado con amplio vuelo por debajo de las rodillas, era del mismo tono de azul. Tenía la espalda abierta, pero era alto hasta el cuello que rodeaba, y tenía un poco de encaje en el mismo cuello y al final de la falda, así como en los puños, que eran triangulares, recogidos en el dedo central de ambas manos. Las uñas eran largas, de color negro, llevaba unos tacones negros, de terciopelo, con un lazo donde se unía tacón con zapato, eran algo antiguos y no muy altos, muy cerrados, para caminar por tierra. El collar de su madre relucía en su cuello, junto con anillos y pendientes de plata.

-Buenos días, cariño.

"Cariño". A pesar de que habían pasado unos días, no se acostumbraba a los motes cariñosos y palabras dulces que Sirius tenía con él.

-Buenos días, Sirius.

Se besaron con cariño, y de cerca pudo ver el maquillaje discreto de la chica. Desayunaron juntos y fueron vía chimenea a la casa de los Tonks.

Era una parcela de terreno enorme, con alguna vaca aquí o allá y un gato gordo y dormilón encima de una valla. La casa era de madera amarillenta, y todas las casas de los vecinos estaban a doscientos o trecientos metros unas de otras, con un núcleo de población algo más moderno en una colina a unos kilómetros en la lejanía. El camino era de tierra, con marcas de vehículos, aunque la entrada era de piedra y estuvieron a punto de ser pillados apareciéndose por un cartero en bicicleta.

-¡Tía Sirius! ¡Tía Siriuuuuuuus!- La pequeña Dora salió corriendo con un vestido del mismo color que el de Sirius que la hacía parecer una muñeca de loza con sus bucles castaño muy oscuros recién hechos, sus zapatos negros llenos de polvo, su lazo de princesita, sus ojos plata felices y sus calcetines de encaje hasta por encima de las rodillas. Tía y sobrina se fundieron en un fuerte abrazo- ¡Mira! ¡Mira! ¡Llevo el vestido que me hiciste y con la tela que sobró mamá y yo hicimos un lacito!- En brazos de Sirius la niña miró por encima de ella y le sonrió- ¡Hola, tío Severus, tú también vas de azul!

"Tío Severus". Oh, Merlín, ahora era tío. Sirius se giró y se rió de su cara, con un ligero y adorable sonrojo.

-Buenos días, chicos- Ted Tonks salió a su encuentro. Iba con ropa de trabajo de campo algo manchada de barro- ¿Café?

Los cuatro adultos se bebieron una taza de café y luego ellos partieron al Callejón Diagón por la chimenea, llegando así a la entrada principal de la calle, medio kilómetro después de Gringotts. Las familias y los grupos de amigos se agolpaban esa mañana de dulce primavera, con sus mejores galas, para pasearse por las tiendas, jugar en los parques y almorzar en los restaurantes.

Puzzle De FetichesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora