Cuando terminamos de almorzar en casa de papá, decidí avisar que iba a ausentarme dos días de mis vacaciones porque quería volver a la capital por Ethan, y aunque todos se hicieron las mismas preguntas —¿Por qué mejor no venía Ethan aquí?—, lo comprendieron. Tenía la necesidad de estar con él, tenía el repentino deseo de afirmar la relación que acabábamos de comenzar. De un momento a otro comencé a arrepentirme de ponerle frenos a lo nuestro, Ethan tenía razón, nos conocíamos de toda la vida, no había necesidad de actuar como desconocidos y dar vueltas al rededor de algo que de todas maneras iba a pasar.
En todo el camino pensé en nosotros como un bucle, repasaba y repasaba, y llegué a la conclusión de que mi "necesidad" no era otra cosa más que miedo, miedo a que Ethan se vaya a España y se arrepienta de haber dejado a su novia por mí, por una relación a medias, por no tener seguridad de un futuro juntos, sospechaba que era eso, miedo a su abandono nuevamente. Quería verlo y tocarlo una vez más y tener la certeza de que era real, y de solo pensar en que pudiese dejarme nuevamente, otra vez tengo ganas de morirme.
Intenté llegar lo más temprano que pude a su casa, pero se hicieron las 22 horas como si nada. No era tarde tampoco, pero no sabía si Et estaría durmiendo o quizá habría salido. Me parece mentira que en menos de 30 horas haya vuelto solamente para verlo, estoy loca. Estaciono el auto en la calle e ingreso por el portón a pie, hago malabares para que Catán no grite ni haga ruido, soporto sus saltos y arañazos. Cuando miro a la casa al final del sendero, las luces están prendidas y el auto de Et a un costado. Camino a paso lento quitando al perro y rodeo la casa para ir a la puerta trasera que nunca tiene traba, se oye música, las cortinas se mueven por la cálida brisa pero aún no logro ver a Et por ninguna ventana.
Al entrar hago puntas de pie y camino por la cocina como un gato agazapado, Et no está en la sala, ni en el living, me quito los zapatos y voy como un ladrón con sigilo por el pasillo, me muerdo los labios por la ansiedad que me causa sorprenderlo, parece que han pasado semanas y solo han sido unas cuantas horas. Tiene razón, yo lo amo, nunca dejé de amarlo ni lo haré jamás, no puedo dejarlo ir una vez más sin saber si regresará.
Al llegar a la puerta del estudio, lo veo ahí, parado frente a su escritorio, solo con sus lentes puestos y unos boxers, inmerso en unos papeles que le roban toda la atención. Me deleito viendo su tan hermoso cuerpo, sus piernas, su culo, su ancha espalda y hombros, sus tatuajes... se ha convertido en la mejor versión de sí mismo. Y lo mejor, es que verlo me genera lo mismo que aquella noche en el antro, soy afortunada de tener un sentimiento así que pocos tienen la suerte de probar.
—¡Benjamín Connolly! —le grito a prisa y se le caen las cosas de las manos, se le ve el susto que se ha pegado, y cuando comienzo a reír se muerde el labio inferior con notable frustración.
—¡Me asustaste! —reclama con los brazos en jarra.
—Perdón —me disculpo caminando hacia él, tomo su rostro entre mis manos y lo miro a los ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —consulta con mucha curiosidad—, ¿cómo entraste sin que te oyera?
—Quería sorprenderte... tengo habilidades.
Me toma por la cintura y me acerca hasta que nuestros cuerpos se pegan.
—Y lo hiciste —sonríe e inspeciona mi rostro centímetro a centímetro—, pero te fuiste ayer, ¿viniste solo a sorprenderme?
—En realidad me arrepiento de no haberte llevado conmigo, ni bien salí de viaje me sentí mal.
—Me hubieses dicho y viajaba yo.
Río.
—Es lo que todos me dijeron, pero no quería hacerte eso, así que vine yo.
—¿A qué viniste exactamente? —duda.