—¿Alguna vez en tu vida vas a arreglar esa grieta en el techo? —pregunto una vez que me recuerdo en el diván de Bil.
—No, me gusta justo como está, pero si te molesta tanto puedes arreglarla tú, es tu trabajo ¿verdad? —bromea él y me hace reír.
—Hace 9 años que te conozco, y siempre ha estado ahí —comento y sonrío.
—Hay cosas que nunca cambian, Ethan, y hay otras que sí, que evolucionan, como tú por ejemplo, no eres el mismo hombre que hace nueve años, tu rostro estaba totalmente perturbado cuando entraste aquí, apestabas a alcohol y tenías los ojos vacíos.
—He cambiado muchas cosas, pero hay otras que aún con los años no puedo arreglar.
—¿Cómo qué?
—Julieta, ella sigue siendo algo imposible de tener.
—Tener es poseer, Ethan —corrige.
—Ya sé —me quejo—, todos los días me pregunto si tomé la decisión correcta, mi mente no deja de cuestionar cómo carajo voy a hacer para poder vivir en paz de la manera en la que todo se está dando.
—¿Ella qué opina?
—No me dice nada, pero la veo tranquila, y eso me hace bien, no quiero verla triste, ni alterada, ni estresada, no soporto hacerla llorar.
Hago silencio nuevamente y miro al techo.
—¿Crees que no puedes hacerla feliz?
—Nunca fue feliz conmigo, y tiene tanto rencor que es imposible olvidarlo, yo no lo haría.
—Pero tú sí has perdonado, has perdonado a tu madre, a tu padre, a la vida misma, a Julieta por dejarte cuando eran chicos... ¿la pregunta es si te has perdonado a ti mismo?
Hago un repaso mental antes de contestar.
—A veces creo que no, cuando pienso en todo lo que hice me da mucha desesperación, y siento que es la misma desesperación que le da a Julieta, cada vez que la miro a la cara y veo lo herida que está me mata, y ella siempre me lo recuerda, no me perdona, no sé ya como hacerlo, ya le he pedido disculpas por mentirle acerca de Karen, pero sé que eso no es en realidad, es todo lo demás, es un monstruo gigante que nunca nos dejará ir.
—¿Crees que terminar definitivamente es la solución?
—No lo sé, ¿pero qué otra alternativa me queda cuando ella se negó a todo? No puedo verla sufrir más, necesito que esté bien.
—¿Y tú estás bien?
Suspiro, me enderezo para tomar asiento y mirarlo a la cara.
—No, hice todo lo que pude para llegar hasta aquí, y todavía siento que no soy suficiente, por más que yo vaya corriendo y le diga que la amo, que me perdone por el pasado y por el presente, sé que ella tendrá algo para decirme del futuro.
A veces quiero olvidar todo, y otras prefiero recordar, creo que es mejor quedarme con el recuerdo de aquella pequeña castaña de diecisiete años que me veía como lo mejor que le pasó en el mundo y no como el monstruo que le arruinó todo hasta último momento, es lo único que me hace sentir en paz conmigo mismo.
—Sobrepensar genera ansiedad, si crees que la decisión es correcta, no queda más que seguir adelante y hacer lo mejor por el bebé que viene en camino. ¿Estás contento?
—Muy feliz, la felicidad que sentí cuando me dijo que no lo había perdido...
—Serás un buen padre, de eso estoy seguro.
Al salir del consultorio de Bill tenía que caminar dos calles hasta donde dejé mi auto e iba directo a ver a Julieta para su primer ecografía en dónde yo estaría presente, en el camino me topé con una tienda de bebés. No es nada nuevo, suelo comprar en estos lugares, para mi hermanita, mis ahijados y los hijos de mis amigos, pero es la primera vez que voy a comprar algo para mi hijo. La sensación de tocar una prenda de ropa tan pequeña y de saber que creaste algo tan maravilloso me remueve todo. Y pensar que estaba negado a tener hijos...