Mi alma no resistía más pérdidas, y menos de una magnitud como ésta. No iba a poder hundirme en mi pozo de dolor, ni abandonar este mundo a la fuerza, pero deseaba la muerte. Estaba ahí, quieto como una momia, petrificado por el miedo y la desolación. Thomas se me acercó con los ojos brillantes y sonrió al ver a Cony.
—Quiero cargarla —pidió.
Le dolía el alma, podía verlo en sus ojos, pero aún así sonrió y recibió a su nieta. Yo me sujeté el pecho y me apoyé sobre la pared por falta de equilibrio y aire, sentía que iba a tener un infarto, Tobías entró a la habitación con los ojos inyectados en sangre y se dirigió hacia mí en silencio.
—¿Qué sucede? —inquirió, Thomas seguía perdido viendo a su nieta con las lágrimas cayendo una a una.
—Están intentando frenar el sangrado —expliqué con la voz hecha un hilo —, después del parto parecía que todo estaba bien pero comenzó a tener una gran hemorragia, lo único que escuché es que pudo haber entrado en paro cardíaco. No sé nada más —me quejo y mi cara se destruye.
Me cubro el rostro y comienzo a llorar de desconsuelo. Pasan los minutos y no hay respuesta, no podemos hacer nada. Tobías se apoya en Thomas y se larga a llorar.
—Necesito salir un momento —aviso y le doy una mirada a mi hija.
Tan pequeña y con tanta responsabilidad.
Camino a prisa a la salida, quiero llegar a los jardines laterales pero en el camino me atravieso con todos los que vinieron, no hablo, solo niego con la cabeza evitandolos y salgo, no puedo hablar, necesito sentir lo más frío que pueda y abrazarme a mí mismo. Y de cuclillas, rodeado por mis propios brazos, justo en la oscuridad de un jardín vacío, dejo salir un alarido, un grito gutural de animal herido. Quiero ser fuerte pero no puedo, mis pensamientos me traicionan y pensar en que Julieta ha muerto y todavía no lo anuncian porque puedan estar intentando resucitarla, me mata.
No lo soporto, no puedo vivir sin ella, mi alma no acepta esa realidad.
Cierro mis ojos y le ruego a Dios que no se la lleve, que me perdone por todo lo malo que he hecho, y le pido que no me la quite, es lo último que puedo amar de este mundo, ella y mi hija, le pido que tenga piedad de mí, de todo lo que he pasado y que no me arrebaten nada más porque no podría soportarlo. Le recuerdo que Julieta ha sufrido mucho y que merece vivir una vida hermosa, y que aunque yo no esté en ella, quiero que sea feliz.
Llego a decir Amén cuando Tobías sale y me busca, espero lo peor, trabo el abdomen y espero el impacto de la mala noticia. Sentía el dolor antes de tiempo, eran mil puñaladas, mil puños y patadas, eran miles de resacas, era el dolor más feo que podía experimentar.
—Vamos —pide.
Me ayuda a ponerme de pie para arrastrarme adentro con él. Camino por inercia esperando desmayarme y apagar el dolor. No logro distinguir nada a mi alrededor, todo se ve borroso y se oye distorsionado.
—Me muero —aviso y Tobías me detiene, me toma por los hombros y me sacude.
—Tienes una bebé esperando por tí ahí, no digas eso ni en broma.
Los ojos de Tobias estaban como los míos, desahuciados, llenos de dolor. Era un momento en dónde nos sosteníamos el uno al otro, porque íbamos directo en caída.
—El médico nos espera para hablar —explica y vuelvo a sujetarme del brazo para que lo siga.
Yo no quería oír, no quería estar aquí, yo quería estar en casa con Julieta, un sueño se apareció frente a mí, una fantasía de la más hermosa, un recuerdo quizá. Enredados en la manta del living, frente al fuego, con ella viéndome a los ojos y recordándome lo afortunado que era. Y de golpe, vuelvo a estar en este pasillo gris y sin vida.