Tenía la mejor vista de la ciudad en un piso número 20, corría una brisa hermosa que parecía de primavera a pesar de estar cerca del otoño, marzo y sus hojas secas anaranjadas estaban por todos lados. Tomé asiento en la refinada mesa y bebí un Gin tonic que mi jefe pidió sin consultarme si era lo que yo quería, pero no podía quejarme, cada vez que estaba en este tipo de reuniones comía y bebía como si fuera de la alta alcurnia ya que no todos los días podía darme ese lujo.
Las entradas son exquisitas, parezco muerta de hambre, pero para qué negarlo, amo la comida y si soy feliz comiendo cualquier cosa, mucho mejor siendo comida de primer nivel. El plato sí me dió a elegir y aproveché a pedir langosta y pulpo, de lo más caro que hay en este país. Tenía mi computadora en las piernas y cada vez que oía algo de interés debía anotarlo, por más que quería disociar, estaba trabajando y debía prestar atención a la charla, para eso estaba aquí.
—Que lo disfruten —dijo el mozo y me guiñó el ojo, muy lindo y sexi, pero ninguno me parece tan hermoso como él.
—Gracias —dijimos los presentes en la mesa y comenzamos a comer dejando el trabajo de lado, algunos seguían hablando de negocios pero de manera extraoficial.
Tragué como puerca, me comí hasta la servilleta y tomé todo el vino blanco que mi jefe me servía, llamé un poco la atención pero tenía hambre. Me limpié la cara con la servilleta y me eché para atrás en la silla buscando relajar mi abultado estómago, fue demasiado. Pasaban los minutos y sentía que la comida no me bajaba, de hecho, se subía a mi garganta hasta el punto de sentir a mis mejillas llenarse se saliva y sudar frío.
Sabía lo que significaba, iba a vomitar.
Corrí al baño sin dar explicaciones ni pedir permiso, seguramente todo el mundo me miró desconcertado pero yo sólo podía taparme la boca con ambas manos y buscar el baño mediante pequeños carteles que indicaban el camino. Atropellé a una vieja y entré, creí que iba a vomitar en el lavamanos, pero llegué al inodoro. Gracias a Dios había dos y ninguno estaba ocupado, me sujeté el pelo y largué hasta el estómago, cerré mis ojos para no ver y que me dé más asco, y ni bien salió todo tiré la cadena.
—Qué asco, puta madre —me quejé.
Me lavé la boca y mojé la nuca, pero a los segundos ya me sentía bien como si nada hubiera pasado. No es como que me haya descompuesto, simplemente me cayó mal la comida, era eso o... —Estoy embarazada —me quejé en voz baja ya que una señora entró al baño.
Me miré al espejo, me toqué los pechos y lo supe, estaba embarazada. Pensé que como había tenido la menstruación después de esa última vez en año nuevo donde estuvimos juntos con Et, no era posible, pero sí. Con su accidente nunca tomé las píldoras y me confié, me cubro el rostro con ambas manos y reprimo las ganas de llorar por ser tan imbécil, pero tampoco me permito fantasear con algo que jamás podré tener. Salgo del baño y vuelvo a la mesa, cuando todos los presentes me miran con preocupación es que caigo a la realidad de lo que había pasado, mi mente está lejos, intentando resolver mentalmente esta situación que tiene fecha de caducidad.
—Espero sepan disculparme, me cayó mal la comida —explico y tomo asiento.
—No hay nada que disculpar, Julieth, ¿te sientes mejor ahora?
Suspiré, siento que muero, sería más fácil saltar de la terraza que afrontar esto que me está pasando.
—Sí, pero me gustaría poder ir al médico —pido.
—Faltaba más, ve tranquila, lo importante ya fue hecho. Gracias por venir.
—Disculpas y adiós.
Tomo mis cosas y salgo disparada a mi auto, nuevamente siento náuseas, pero éstas son de nervios, cuando tomo asiento en mi auto y me acomodo, me comunico con la persona que siempre me ha ayudado en esto, Phil. Marian ya no está en el hospital y no me será de gran ayuda, podré contárselo luego, o tal vez jamás haga falta.