Capítulo №9

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Desperté con una sensación de asfixia, me molestaba el pecho y me removía en la cama. Miré la hora y eran las 11am, con pesar y sueño me levanté y fui a ver si Ethan seguía en el sillón, y efectivamente sí, estaba dormido en la misma posición que quedó anoche. Me metí a duchar, me arreglé y vestí con una bikini de colores, obviamente me tapé un poco con un short se jean y salí a prepararme el desayuno.

Intenté no hacer ruido, y mientras esperaba la máquina de café, me acerqué hasta estar frente al sillón. Podía tenerlo frente a mí después de tantos años, en su faceta más vulnerable, en donde se muestra como es realmente. Está completamente dormido, y con todo lo que bebió seguirá hasta tarde si no lo despierto.

Cuando estiro mi mano para tocarle el brazo y despertarlo, tengo el impulso de acercarme a su cuello, de sentir su olor que tanto extrañé. Su postura me lo facilita, me acomodo el pelo y me acerco, ojalá pudiese apoyar mi cabeza en la unión del cuello y el hombro, estoy tan cerca que veo una a una sus largas y claras pestañas, el perfil de su nariz, sus labios, cada poro de su piel. Pero empieza a moverse y me alejo para ponerme de pie, y ahora sí despertarlo.

—Et —lo toco apenas—, Ethan...

Abre los ojos con lentitud, aturdido, y un segundo después cuando me ve a mí parada a un costado, se asusta y toma asiento de golpe.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —inquiere y se cubre el rostro con ambas manos.

—Estás en mi sillón, en mi casa, te quedaste a dormir aquí.

Me mira con el ceño fruncido como si eso le hubiese parecido una mala idea y vuelve a cubrirse el rostro. Yo me alejo un poco, me paro frente al otro sillón, detrás de la mesita de café y lo observo ponerse nervioso.

—¿Cómo terminé aquí? ¿Qué hora es?

—Van a ser las 12.

—¿Qué pasó anoche? No me acuerdo mucho —se queja y masajea la cabeza.

—Nos encontramos en el bar, de los irlandeses, y estabas muy ebrio, todos.

—Sí eso me acuerdo un poco, espera —duda—, veníamos con Lío en el auto —dice preocupado.

—Sí —respondo sin darle mucha importancia.

—¿Me mandé alguna cagada? —niego—, ¿no dije nada de más? —vuelvo a negar—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—Es que te iba a llevar a tu casa pero te quedaste dormido y después me resultó más fácil así.

Me mira con recelo, y parece intentar repasar algún suceso de todos los que sucedieron anoche. Y aunque hay muchas cosas que podría decirle, prefiero callarme porque es evidente que no lo recuerda, quizá lo haga más tarde cuando esté más lúcido, pero es problema suyo.

—¿Puedo pasar al baño? —pide.

—Obvio, está por ahí —señalo detrás de mí—, debes saberlo igual, es uno de tus departamentos —le recuerdo.

Et se pone de pie y se ve más inmenso que ayer, comienza a mirar el lugar con los ojos entrecerrados y camina al baño como si lo hubiesen molido a palos. Por mi parte tomo asiento en la cocina y me pongo a desayunar, tostadas con jamón y queso, jugo de naranja y café. Es algo tarde, pero Tobías hará asado y almorzamos tarde. Reviso mi teléfono de las varias notificaciones que tengo y vuelvo a ver los mensajes que Et me envió. Parecía otra persona anoche, hoy parece que hasta le doy asco.

Luego de unos minutos aparece por el pasillo y busca sus zapatillas, tiene el cabello mojado porque seguro se ha lavado la cara y la cabeza entera para refrescar las ideas. Pero desvío mi mirada y la pongo en mi teléfono, ignorando lo que hace y tratando de que el momento no sea más incómodo para ninguno.

Perpetuo Caos #4 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora