Ethan accedió a hablar, obviamente fue lo más cortante que pudo y puedo sentir a la distancia el enojo que siente. Si está justificado no lo sé, pero tampoco tengo ganas de complicar todo aún más. Yo solo quiero resolver la situación que cada día me pesa más, y no por el bebé, sino porque siempre tendremos que estar en contacto que era justamente lo que no quería.
¿Cómo voy a vivir, viendo a Et vivir su vida sin mí?
Él propuso ir a comer algo y hablar, pero le dije que no, que quería un lugar privado, y dijo que vaya a su casa. Necesitaba sentirme cómoda y segura, porque había muchas cosas que decir y un restaurante repleto de gente no era lo más adecuado. Al llegar toqué el timbre de la entrada y esperé a que él abriera. Tenía muchos nervios, me sudaban las manos y el camino hasta la entrada de la casa era eterno. Por fin lo veo salir, con ropa deportiva y el cabello húmedo, luce tan atractivo.
—¿Cómo estás? —pregunta al abrir la puerta del auto y ayudarme a bajar como si tuviera una súper panza enorme. Y la verdad es que con los tres meses que llevo de embarazo no se me nota nada.
—Bien —contesto lo más alegre que puedo—, ¿y tú? —consulto y me quedo esperando un beso en la mejilla, pero no sucede, Et cierra la puerta y se gira para entrar a la casa.
—Bien, estoy ocupado como de costumbre —comenta y me da el paso a la casa.
Nada más entrar encuentro valijas junto al sillón y comienzo a sentir pánico de que huya otra vez.
—¡¿A dónde vas, Et?! —inquiero sin fijarme el tono que uso, debo verme desesperada porque Et levanta las manos e intenta calmarme.
—Tengo que viajar a España —cuenta y mi cara se desfigura—, es el viaje que me quedó pendiente de enero, recién ahora pude acomodar todo para ir y organizar todo lo que quedó allá —explica con paciencia, pasa por mí lado para ir a la cocina y yo lo sigo—, el juzgado tampoco me permitía salir del país debido a la causa de Lío. Mi vida se puso en pausa todo este tiempo.
Ahora siento vergüenza, pero el corazón no deja de latir fuerte.
—¿Quieres tomar algo?
—Un té por favor —pido y tomo asiento en el taburete del desayunador, el mármol de la mesada sigue igual de brillante, todo a mí alrededor lo está, a excepción de Et y yo, que somos dos extraños que se conocen demasiado.
Et está de espaldas, esperando que el agua de la pava caliente, apoyado en la mesada con ambas manos y los hombros caídos, luce cansado y lo peor es que no me habla. Toma dos tazas, las pone en el desayunador y sirve el agua caliente.
—Es té de jazmín chino —comenta con sus ojos en la taza.
—¿Desde cuándo bebés té chino? —consulto con curiosidad—, te hidratabas con ron...
—Sigo tomando ron, sólo que ya no es mi refugio ante los problemas —explica con paciencia y una sonrisa amable.
—¿Por qué no llamaste?
—¿Debía hacerlo yo? —cuestiona, toma asiento frente a mí y abraza la taza con sus manos, a pesar de su semblante siempre serio y difícil de leer, deja ver curiosidad en su rostro.
—Estuve esperando tu mensaje como te dije en el supermercado —explico un tanto nerviosa, no queriendo sonar a caprichosa estúpida.
—¿Cómo pudiste ocultarme que seguías embarazada? —cuestiona y los ojos se le inyectan de sangre—, ¿cómo llegaste a considerar perder a un bebé nuestro? —el hastío en su voz me hace sentir mal, equivocada—, ¿por qué eres así conmigo?