12. ¿É𝚕 𝚖𝚎 𝚐𝚞𝚜𝚝𝚊?

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𝙰𝚝𝚝𝚘𝚖

La alarma de mi teléfono martillea mi cabeza sin ninguna piedad, como si me estuviera castigando por lo que hice anoche: Hacer un intercambio de mensajes con el adorable pelirrojo que no me puedo quitar de mi cabeza. 

Honestamente, no pensé fuera yo el que diera el primer paso, pues yo NUNCA lo doy salvo si estoy seguro al cien por cien de que el terreno es seguro. Y con él no le comprobado tanto como me gustaría. En mi defensa, me gustaría utilizar la vieja excusa de que "estaba demasiado borracho para pensarlo", pero en realidad es que tres cervezas no son suficientes para empujarme a hacer gilipolleces; más bien estuve un poco achispado y emocionado de que me hubiera respondido al instante.

Sabía lo que estaba haciendo, lo anormal que era esta actitud en mí por un completo extraño... y lo hice de todos modos.

Hubiera sido muy fácil tomar a cualquier de allí que estaba a la espera de si aceptaba a alguien del local, ir a su casa, y follar para arrancarme esta sequía que no se alivia ni masturbándome en mi propia cama o la ducha. Pero ocurre algo curioso: Cuando él ingresa en un lugar o lo encuentro dentro, el mundo no importa. Todo se silencia temporalmente, la gente no existe, sólo estamos él y yo en ese lugar...

No es normal que yo, muy cercano a mis cuarenta, tenga este tipo de pensamientos como si volviera a ser un adolescente hiperhormonado.

Me quito la manta que cubre mi cuerpo, y una erección tan recta como un palo me saluda. Todas las mañanas pasa lo mismo, pero cuando pienso en él es automático.

―Paciencia, amigo ―le digo sin esperar una respuesta―. El bonito nerd pelirrojo no es una bestia hambrienta como nosotros, así que debemos de tomárnoslo con calma.

Sufro un tic en la punta que me hace reír un poco y me largo directamente a la ducha. Ahí, aunque me duela un poco la cabeza por haber bebido a noche, me ducho sin masturbarme por si esta noche hay suerte y de repente a ambos nos da por acostarnos de pura casualidad. Me seco diez minutos después y me pongo únicamente un bóxer apretado para caminar en dirección a la cocina... descubriendo que la nevera está tan vacía como lo está mi corazón. 

Suspiro, tomando un brick de leche y una caja de cereales junto a un tazón limpio que directamente dejo en la mesa del salón. Hace días que debería de haber hecho la compra, pero como suelo comer fuera siempre me olvido hasta que es demasiado tarde. Además, como ahora no puedo ir a la tienda de la hermana de Paul, me tocaría irme a la otra punta de la ciudad y ciertamente no me apetece hacer el trayecto sólo para tragarme otro rato largo más sin desayunar.

Pongo el café a hacerse dentro de la máquina, y mientras espero meto unos pocos cereales y vierto la leche fría para llevarme algo al estómago. Hubiera preferido huevos, beicon y un poco de ensalada con queso, pero como no suelo dedicarle demasiado tiempo a la compra, estoy hinchándome a azúcar con leche, y luego un café. Me siento como si fuera pobre o un niño, cuando en realidad tengo dinero suficiente para hacer la compra del mes y tengo treinta y cinco.

No me importa. Los hombres adultos también podemos tomar cereales azucarados de colores, con esa publicidad infantil y de mierda para que los niños hagan un drama a sus madres en los supermercados.

Además, hoy no trabajo. ¿Podrá ir a comprar? Sí, pero no quiero. 

Lo que haré es ir a la tienda, ya que necesito matar algo de tiempo y mantenerme ocupado para no sacar el teléfono y escribir al pelirrojo que me tiene loco sin siquiera ser consciente de ello. Estar en casa viendo películas, toqueteándome con el porno o dar un largo paseo con la moto hasta que me aburra... pero no creo que sea nada de eso suficiente para dejar mis manos alejas del teléfono. ¿Podría ir con mi hermano hoy? Podría, pero puede que esté ocupado en el bar y seguramente pensará algo raro si le pido pasar el rato con él. ¿Por qué? Porque nunca lo hago.

𝕸𝚊𝚛𝚌𝚊 (𝙸𝙼)𝓟𝚎𝚛𝚏𝚎𝚌𝚝𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora