36. Un novio de verdad

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𝙰𝚝𝚝𝚘𝚖

Al contrario que yo, que soy un poco desastre a la hora de hacer la compra y acordarme si no voy a morirme de hambre el fin de semana, Hallen tiene es lo bastante centrado como para tener siempre comida dentro de su nevera. Eso es suficiente para que vea el buen partido que soy porque, no soy soy jodidamente bueno follando y tengo una buena personalidad cuando me enfoco en alguien, sino que también soy un cocinero decente que sabe hacer algo más que hervir arroz o hacer ensaladas. Por ello, saco algunos huevos, algo de carne para freír y las primeras tostadas caen dentro de la tostadora para untarlas de mantequilla. 

También recibo una sorpresa: Pensé que Hallen era el cliché de profesor que tendría una clásica cafetera italiana, pero en realidad lo que me encuentro es una máquina de espresso que rompe mi imagen prefabricada.

Rojo sale de su dormitorio poco tiempo después con nada más que su camiseta mal colocada y su ropa interior. El cabello rojizo es una maraña de pelo similar a un nido semi-destrozados, y se aprecian algunas marcas rojitas en su rostro lechoso a causa de mi barba. De alguna manera, se siente como si lo hubiera marcado como ocurre en esas novelas de internet de lobos, lo cual es gracioso, porque soy de los que les gusta morder para dejar temporalmente una marca en la piel... añadiéndole después un beso casto para dar un contraste opuesto.

Al igual que un conejito, de dirige hacía mí con pasos saltarines, para así presionar sus labios delicadamente sobre la parte posterior de mi cuello. Se siente caliente y mojado, pero bastante bien. Después un gruñido bajo y bobo, dándome cuenta al voltear un poco hacia atrás que sus ojos se agrandan al ver lo que estoy cocinando en las dos sartenes que tengo frente a mí.

—Pensé que estaba soñando, aunque el olor se siente como tal.

Me rio, poniendo los trozos de carne sobre las tostadas de nosotros y el huevo bien hecho encima. Los platos de plástico, siempre tan básicos, al menos son lo bastante amplios para que no importe mucho cuando se rompan al morderlas.

—Oh... y yo que pensaba que estabas soñando con mi maravilloso olor corporal, o el sabor de mi piel... —lamento en un tono teatral—. ¡Qué decepción!

Él, como un niño pillo, se ríe y me da un beso en la mandíbula antes de irse hacia un taburete cercano para así darme conversación.

—Entonces... ¿eres de esos que cocina a alguien al día siguiente después de terminar en su cama o...?

Arqueo una ceja ante esa pregunta, la cual es graciosa porque se nota que necesita tener una respuesta para saber si es o no una persona especial de obtener este tipo de beneficios. Siendo sincero, lo es. 

Dejándole su plato le digo:

—Para tu sorpresa, cocinar es algo que me da un poco de pereza por las mañanas, por lo que suelo tirar de algo que no tenga que cocinarlo durante las mañanas. Además, mis desayunos no pasan de un café de marca blanca y alterno entre cereales o tostadas sencillas —le informo, sin ser algo de lo que debería de considerarme orgulloso de ello—. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que me cociné algo para el desayuno, por lo que me sorprende el no haber quemado nada por falta de práctica.

Rojo ni siquiera se espera a morder la gruesa tostada con beicon, mantequilla light y huevo, masticándola como si quisiera que los alimentos de dieran la respuesta correcta a lo último que he dicho.

—Hmmm... no sabe a veneno ni a cartón quemado, así que no has perdido práctica —lo dice tan convencido de ello que, ambos, sonreímos por ello—. De hecho, y siendo honesto, al menos este desayuno es lo bastante bueno para que quisiera repetirlo varios días seguidos. Yo sólo soy bueno haciendo pan de plátano.

𝕸𝚊𝚛𝚌𝚊 (𝙸𝙼)𝓟𝚎𝚛𝚏𝚎𝚌𝚝𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora