CAPÍTULO 2

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Agosto de 2002

Los Ángeles, California. Estados Unidos.

Con su pequeño equipaje a cuestas, la niña de dieciséis años se sentó en la parte trasera del auto de la trabajadora social y vio pasar el mundo. Extrañaba ver las estrellas brillando en el cielo de Osaka por la noche ya que eran bastante relajantes para sus ojos. Sus pensamientos volvieron al lloroso adiós entre ella y su fallecida familia. Ese repentino momento de lucidez la hizo recordar de cuando sus padres y hermano derramaban todo su amor sobre la chica y fue abrumador.

Los trabajadores sociales de Japón alegaron que la niña se quedara en América, ya que no querían hacerse cargo de una joven medio extranjera con doble nacionalidad, y además en Japón ya no le quedaba nadie. Ahora, la señorita Yamamoto estaba algo emocionada y también nerviosa por este nuevo hogar de acogida del que le habían hablado.

El coche se detuvo en una bonita mansión al final de la calle, la chica salió y se alisó el vestido, queriendo causar una buena impresión. La trabajadora social tocó el timbre y una mujer rubia de unos treinta años abrió la puerta.

-Tienes que estar bromeando – la mujer dijo mientras miraba a la niña de arriba abajo – ¡Dijiste que su madre era blanca! ¡No puedo tener esto en mi casa! ¡Su clase lo ensucia todo!

La niña se sorprendió por tal comportamiento racista y la trabajadora social intervino.

-Señora, usted firmó un acuerdo para acoger a esta niña durante seis meses. No puede retractarse ahora.

-¡Acepté criar a una niña blanca, no a esta china!

Jin no tuvo más remedio que poner su pie en el suelo.

-En realidad soy mestiza, señora. Soy mitad japonesa y no aprecio ese lenguaje – miró a la mujer mayor con fiereza. Sus padres le habían enseñado a mantenerse firme y educar a otros cuando se trataba de su herencia. Las palabras duras y la ignorancia no conducirían a ninguna parte –

Una burla y los ojos en blanco de la mujer fue su respuesta.

-Estarás fuera de esta casa antes de que te des cuenta.

La puerta se abrió un poco más para que la joven entrara a su nuevo hogar.

La señorita Yamamoto pensó que la pesadilla infernal había terminado. Apenas estaba comenzando. Con suerte, heredaría su fortuna y eso la llevaría de vuelta a su vida normal.

***

Su cabeza permaneció agachada mientras comía su cereal, tratando de no llamar la atención de sus hermanos adoptivos que estaban sentados al otro lado de la mesa. No necesitaba meterse en otra pelea con ellos, no valía la pena.

-Oye huérfana... ¡Recuerda que es tu turno de lavar los platos! – Harold gritó con aire de suficiencia mientras sus hermanos biológicos miraban. Sus padres estaban ocupados preparándose para el trabajo y era hora de comenzar con las novatadas diarias –

Jin agarró su cuchara ante ese comentario y tomo un sorbo de su leche un poco demasiado fuerte.

-¿Qué pasa? ¿No quieres hacerlo?

-Haré mis tareas – ella respondió con un poco de frialdad y continuó enfocando su atención en su comida –

-Será mejor que cuides tu tono, huérfana. Podemos echarte en un santiamén – le contesto Harold poniendo su puño por delante de Jin –

-Como si no hubiera oído eso antes.

En cada casa a la que fue enviada hasta ahora, la trataban de manera diferente; como si sus sentimientos no importaran en absoluto. Las primeras veces que ocurrió, Jin reaccionó con ira. Con el tiempo, aprendió a cerrar sus emociones. Cuanto menos pudieran ver cómo se sentía, menos podrían lastimarla.

La historia de Sakura y BoatmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora