CAPITULO 10

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Agosto de 2007

Ramadi, Irak

16:00 hrs

Hacía más de cuarenta grados dentro del Humvee y el olor no era mucho mejor. El turno acababa de alargarse hasta su trigésimo segunda hora, lo que no ayudaba a mejorar la higiene personal de sus ocupantes, ataviados con el equipo completo: cascos de Kevlar, gafas antibalas, guantes resistentes al calor, blindaje corporal, rodilleras, coderas, cargadores con doscientas cuarenta balas para los M4 en cartucheras atadas al chaleco. Era como estar en un ataúd de chapa blindada aunque con menos espacio. Pero las cosas habían cambiado.

El sargento del equipo Bravo del SEAL Team Six, Michael Shepherd, alargó el brazo y abrió la ventana. Sin embargo, no consiguió que penetrara demasiada brisa dado que se mantenían a una velocidad constante de cuarenta kilómetros por hora. Los primeros días solían circular a toda velocidad, hasta que resultó evidente que tenían más oportunidades de evitar los problemas si los veían venir, en vez de encontrarse inmersos en ellos. Sacó la cabeza al exterior y contemplo el paisaje blanqueado por el sol que les rodeaba. Habían pasado años desde que la guerra abierta devastara esa parte de Irak, pero el daño aún persistía. Ni un solo dólar de los millones empleados en la reconstrucción había llegado hasta Ramadi o si lo había hecho, los miles de intermediarios y subcontratistas se habían quedado con ellos. El abrumador número de estos hacía que su cabeza diera vueltas. Todos se llevaban su buena tajada, produciendo papeleo para hombres que nunca serían contratados o edificios que nunca se construirían. Ciertamente resurgieron unas cuantas carreteras y se rehicieron algunas alcantarillas pero, después de unos pocos meses, todo volvió a hundirse en el mismo estado de decrepitud que antes. A la menor protesta, la primera víctima tras la población local era la infraestructura.

Atravesaron los restos de un depósito de gas recién bombardeado; secciones enteras de hormigón colgando de los fragmentos de armaduras de acero empezando a oxidarse. Dos niños pequeños, vestidos solamente con camisetas, estaban lanzando pequeñas piedras a nada en particular desde la cima de un montón de escombros. Media docena de cabras los miraban, pastando tranquilamente en la carcasa del depósito.

El sargento francotirador Benjamín Hirsch se encontraba en mitad de su historia.

-Y yo estaba en la estación preparándome para el despliegue, cuando ella me dice: "Cariño, ¿llevas protección?", así que le contesté: "Nena, deje mi M14 en casa, pero si quieres verlo iré a buscarlo..."

Nadie respondió. Todos habían escuchado esa anécdota al menos un par de veces.

Brown recurrió a sus quejidos favoritos.

-Quiero decir, ¿quién quiere estar aquí? La televisión afirma que los soldados quieren estar aquí. ¿De dónde se lo han sacado? ¿Acaso hace que la gente se sienta mejor? Quizá sea cierto, si lo que buscas es conseguir una estrella de plata o ser ascendido. Pero lo único que queremos es salir de una jodida vez de aquí, ¿no es así, Mike?

Mike se encogió de hombros, y no porque no tuviera respuesta: simplemente no quería tener esa conversación en ese momento. Estaba pensando en el e-mail que mandaría a su casa esa noche. "Queridos mamá y Tom. Hoy hemos estado a cuarenta y cinco grados. Es el día más caluroso que hemos tenido". Se pasó otros diez minutos tratando de escribir la siguiente línea. Tres positivos. Esa era su norma. Su madre era capaz de descubrir un rayo de esperanza en un tornado. "La escuela que han construido al lado de la base ha abierto". No mencionaría el hecho de que no había aparecido ningún niño, ni que el subdirector había sido ascendido a director porque al anterior le habían pegado un tiro delante de su familia. En ese instante no fue capaz de pensar en dos cosas positivas más. Abandonó la idea y pensó en llamar a Charlene, la enfermera británica que había conocido en un hospital de Bagdad. Solo para hacerte saber que aún estoy cuerdo... Aunque quizá lo interpretara de forma equivocada y creyera que tenía dudas. Ella siempre había sabido que Mike le llamaría después de aquella noche que pasaron juntos, pero cuando llegó el momento de que ella regresara a Londres, le dijo que tenía que elegir entre ella y el ejército, pero no ambos. No habría nadie esperando su regreso. Pero Shepherd aún la quería, y todavía confiaba en que volviera con él.

La historia de Sakura y BoatmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora