Quien conoce su propio ser, conoce a su Señor.
Aún sentía el peso de nuestra discusión en el pecho. No era solo el dolor físico lo que me atormentaba, sino la sensación de que lo estaba perdiendo, de que, a pesar de todo lo que había hecho, tal vez nunca lograría ganarme su perdón. Mientras caminaba de un lado a otro, observé cómo se alejaba. Quería ir tras él, detenerlo, decirle que todo lo que había hecho había sido por él. Pero me contuve. Lo único que hice fue girar hacia mi mejor amigo, Poco, que miraba en silencio desde la acera.
—¿Qué debo hacer, Poco? —le pregunté, sintiendo que mi voz temblaba más de lo que quería admitir.
Poco me observó con esa calma que siempre tenía, como si el mundo pudiera desmoronarse a su alrededor y él seguiría imperturbable. —Paciencia —respondió con suavidad.
—Ya no me queda paciencia —murmuré, y lo dije en serio. Sentía que me quedaba sin nada. Sin fuerzas, sin tiempo.
—Tienes que tenerla. Lo que pasa no se resuelve en un día, Rabia —me dijo.
Me encogí de hombros, sintiendo que todo a mi alrededor era una losa que me aplastaba.
—Tengo miedo, Poco —le confesé, algo que nunca le había dicho antes, al menos no de esa forma.
—No tienes por qué tener miedo, no estás solo —me contestó con esa seguridad que siempre me daba.
—Se siente como si estuviera solo —susurré. Mi voz apenas se escuchaba entre el ruido de la calle. Me está costando más de lo que pensé, y si nunca me perdona... ¿Y si nunca vuelvo a recuperar a Mansour?
Poco sacudió la cabeza, negando. —No te llenes de pensamientos negativos, no ahora. No cuando las cosas están tan frágiles.—
Suspiré, sabiendo que tenía razón, pero eso no hacía que me sintiera mejor. Las dudas seguían clavándose en mi mente, una y otra vez, hasta que de repente, el sonido de mi teléfono cortó el aire denso que nos rodeaba. Lo miré y respondí rápidamente.
—Dime —dije, un tanto brusco.
—Eh, soy yo, Torniquete —respondió una voz al otro lado.
—Torniquete, ¿qué tienes? —pregunté, tratando de centrarme.
—Hemos encontrado a Marcus.—
— Marcus... finalmente. —Perfecto —respondí, con un nudo en la garganta—. Mándame la ubicación.
Miré el mapa que Torniquete me envió y vi que Marcus no estaba lejos. La bahía. Estaba en la bahía.
—Jefe, ¿y si pasó por Cristopher? —preguntó Poco, intentando hacer algo más útil.
—¿Seguro que sabes dónde está? —le pregunté.
—Sí, claro —me respondió con confianza.
—Lleva cuidado, no bajes la guardia. —Le advertí.
—No te preocupes, jefe. —Me dijo marchándose.
El camino hacia la bahía me parecía eterno, como si cada paso me hundiera más en la arena del desasosiego. Las estrellas sobre mí parecían burlarse de mi incertidumbre. ¿Cómo le explicaría la verdad a Yusef? ¿Cómo enfrentarme a lo inevitable, sabiendo que podría perderlo? Era mi hermano, pero también mi última esperanza de redención. Caminé con la cabeza llena de preguntas y el corazón lleno de miedos.
Al llegar a la bahía, el frío del mar me recibió como un viejo conocido. Las olas rompían contra un conjunto de piedras, y en medio del paisaje desolado, distinguí a Marcus. Estaba sentado en una silla vieja y oxidada, lanzando una caña de pescar al agua como si no le importara nada en el mundo. Su barba estaba más larga de lo habitual, desaliñada, y llevaba un abrigo grueso que hacía parecer su cuerpo aún más ancho de lo que era.
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Sombras de Lealtad
Novela Juvenil"La tragedia nos dejó reducidos a tres almas, luchando por encontrar sentido en un mundo empeñado en arrebatarnos la felicidad." En el corazón de Turín, donde las sombras de la historia se funden con la belleza del paisaje, tres almas solitarias con...