CUATRO

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Bastian

—¡Deja de reírte!— le grito a Marcelo— Me ha robado la puta cartera.

Su risa se vuelve más fuerte, el cabrón se está divirtiendo con esta situación. Esa niña me ha robado, ella sólo era una distracción para que su compañero me robara. No saben con quién se han metido, es obvio que no lo saben, si me hubieran reconocido jamás se habrían atrevido a acercarse a mí.

—Te dije que no debíamos ir— me dice Marcelo— Pero, como siempre, no me escuchas. No teníamos nada que hacer en el desfile.

—Camelia me dijo que fuera, si hubiera sabido que sólo quería hacerme perder el tiempo no habría ido.

—Bastian, Camelia vive para hacerte perder el tiempo.

Le saco el dedo medio, él sonríe. Pero tiene razón, a mi hermana le encanta hacerme enfadar. Ayer me pidió, no, más bien, me suplicó que fuera al desfile del carnaval con ella. No se ha presentado, cuando llegué al punto de encuentro me llegó un mensaje suyo donde me decía que me divirtiera, había una foto adjunta, ella con un tipo en un yate. Juro que cuando vuelva a casa la voy a matar.

—Vas a necesitar renovar el carnet de identidad, el de conducir y cancelar todas tus tarjetas— me dice Marcelo.

Se ríe otra vez. Sabe que odio hacer todos esos trámites. Odio la burocracia tanto como las reuniones de la empresa legal, la de producción del licor.

—Llama a Felisa, que se encargue de todo— le digo.

—Tienes que hacerlo tú.

—¡Haz lo que te digo!

Salgo del despacho dando un portazo, necesito descargar mi rabia. Esa pequeña zorra... Joder, tengo que encontrarla y hacerle pagar, me ha faltado al respeto. Entro en el gimnasio del sótano de mi casa, me quito la ropa de calle rápidamente y me pongo un pantalón corto de boxeo, pongo música y luego me envuelvo las manos en vendas de entrenamiento. Comienzo a golpear el saco con todas mis fuerzas. Pasan varios minutos cuando él aparece, nunca habla ni dice nada, se limita a estar conmigo, me acompaña siempre que estoy en casa. Mikel sujeta el saco de boxeo.

—¿Enviaste mi regalo a Mario y a su nueva esposa?— le pregunto.

Sonríe y asiente. A veces le doy pequeños encargos para que no se aburra, Mikel ha estudiado en la universidad a distancia, ahora está haciendo un postgrado. También aprendió a hablar lengua de signos, yo lo aprendí con él. Quería poder comunicarme libremente, no quería a nadie traduciendo o a él escribiendo en una pizarra todo lo que quisiera saber o comunicar, tiene una leve sordera que le detectaron al mes de salir del hospital, todo es a causa del traumatismo craneal que sufrió. Aunque escucha bien, a veces es más fácil para él que le hablemos con señas. Mikel suelta el saco, mueve sus manos para hablarme.

»¿Por qué pareces tan enfadado?

—Porque me han robado.

Mikel se ríe, el suave sonido que sale de su boca me recuerda que puede hablar, pero no quiere hacerlo. El logopeda se dio por vencido un año después de comenzar la terapia. Mikel era capaz de hablar, había recuperado el habla, sin embargo, decidió que no hablar era mejor. Fue a terapia con un psicólogo, no logró hablar con Mikel, pero sí consiguió saber por qué no quería hablar. Estaba traumatizado por lo ocurrido, cualquier adolescente de dieciséis años lo hubiera estado, Mikel sobrevivió a una situación horrible.

»¿Quién se ha atrevido a robarle al capo?

—Una pequeña zorra.

Mikel frunce el ceño.

EL SANTO #3 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora