Bastian
—Envíame a dos docenas de tus hombres.
—¿Qué ha pasado con los que tenías?— se burla.
—No me toques los huevos, Niccòlo, envíame a tus soldados, recibirás el pago hoy mismo.
—Va bene, va bene, amigo. Los tendrás ahí esta noche.
—Gracias.
Lanzo el móvil al otro lado del despacho, Adriana se sobresalta. La agarro de la mano y la siento en mi regazo, la tomo con mucho cuidado por la mandíbula, le está saliendo un moretón. Joder. Quiero revivir a los hombres que acabo de matar y volver a matarlos. ¿Cómo han podido ser tan descuidados?
—¿Te duele?— le pregunto.
Niega con la cabeza, sus ojos aún están llenos de lágrimas. Sé que lo que más le duele es su precioso corazón por las palabras que Luciano le ha dicho, voy a tener que hacer que se trague sus palabras y su viperina lengua.
Mi mujer se acurruca en mi regazo, ni siquiera me ha contado cómo le ha ido, su primer día en la escuela profesional se ha estropeado por culpa de ese cabrón. No puedo decirle que no quiero que vuelva a ese lugar, se deprimirá aún más si hago eso.
—Bebita, cuéntame cómo te ha ido, todo lo que has aprendido hoy.
—No tengo ganas, Bastian.
—Vamos, bebita, hazlo por mí.
La siento a horcajadas, quiero mirar sus ojos y ver cómo se van iluminando mientras me cuenta todo. Una sonrisa comienza a aparecer en su cara, sus ojos recuperan el brillo. La escucho atentamente, aunque hay algo que no me gusta de lo que me dice.
—¿Te dijo que tu presentación podía mejorar?
—Sí, pero está bien, tengo que aprender.
—Debería hacer una llamada.
—Bastian, no— me regaña— Estoy en esa escuela para aprender, no para que mi supuesto esposo amenace al chef.
Esbozo una sonrisa. Cuando la registré en la escuela dije que ella era mi esposa y les di su nombre y mi apellido.
—¿Por qué mi padre me ha dicho que le he destruido la vida?
—Bebita, no merece tu atención, olvídalo.
—Bastian, por favor, dime qué has hecho.
Respiro hondo.
—Primero quiero que sepas que todo lo que hago es porque te amo— le digo.
—Bastian.
—Le he quitado su imperio hotelero, ahora están bajo otro nombre.
—¿Qué? ¿Por qué hiciste eso?
—Por abandonaros.
—¿Y a quién le has dado los hoteles de mi familia?
La sujeto con fuerza por las caderas.
—Yo soy tu familia— gruño— Esos cabrones de los Serra os abandonaron a tus hermanos y a ti.
—¿A quién se lo has dado?
—Está bajo el nombre de sus legítimos herederos.
Su garganta se mueve cuando traga saliva, la acaricio con mi pulgar.
—¿Has puesto los hoteles de mi padre a nombre de mis hermanos y mío?
—Sí, os pertenecen por derecho de nacimiento, el cabrón había dejado al hijo de Carolina como heredero universal. Sólo he hecho lo que debía hacer.
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EL SANTO #3 [Disponible en físico]
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