VEINTISIETE

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Bastian

Mi mente no deja de dar vueltas a todo lo que Adriana me contó hace semanas tras hacerle el amor. Después del funeral de José la llevé a casa, se encerró en la habitación y no salió hasta la noche, cuando ya no había nadie despierto. La subí en la encimera de la isla y fue cuando comenzó a contarme la historia del nacimiento de Jeren, decir que mi ira escapaba de mi cuerpo es quedarse corto. Sentí como si algo muy oscuro se apoderase de mí, quería hacer sufrir a Luciano más de lo que ya lo estaba haciendo. Es por eso que le he asignado a una enfermera particular, Lorena tiene una nueva misión, hacer de los días de ese bastardo un infierno. Un poco de veneno en cada comida, un dolor insoportable cada día. Definitivamente, no querría estar en su pellejo, Lorena puede ser muy creativa si se lo propone. La he relegado de sus tareas en el almacén para que se ocupe de esta misión, que es mucho más importante. Nadie llama asesino a mi hijo y vive tranquilo.

Le doy otra calada a mi cigarrillo mientras veo a Luciano retorcerse por el dolor. Lorena le clava una aguja en el centro de la columna, los gritos de este bastardo son peores que los de un niño pequeño.

—Levántalo— ordeno.

Lorena lo sienta en el sofá, ahora vive en la antigua casa de Adriana en las favelas. Me inclino hacia adelante y suelto el humo en su cara, tose un poco.

—¿Amabas a Alma?— le pregunto.

—Era mi esposa.

—No te he preguntado si era tu esposa, te he preguntado si la amabas.

Desvía la mirada a otro lado. Ahí está mi respuesta. Este hijo de puta nunca amó a la madre de sus hijos, sólo la tenía para que le diera un heredero.

—Mereces estar muerto— le digo— Alma es quien debería estar viva, siendo feliz con sus hijos. No tú, basura humana.

Apago el cigarrillo en su antebrazo, gime de dolor.

—Voy a encargarme de ti, suegro— le digo con una sonrisa— Lorena te seguirá cuidando como ha hecho hasta ahora.

Enderezo mi espalda, le doy un par de órdenes a Lorena antes de salir de la casa. Me encuentro de frente con la señora Larissa y su hija, Adriana me las presentó cuando la traje a verlas.

—Señor Da Silva, un gusto saludarlo— me dice la mujer.

—Igualmente, señora Larissa. ¿Quién es ésta pequeña?— pregunto mirando a la niña que la señora Larissa carga en sus brazos.

—Es mi nieta Beatriz, a Jeren le encantaba jugar con ella.

Me cruzo de brazos, la niña no aparenta tener más de dos años, parece que le divierto porque no deja de mirarme y sonreír.

—Podéis ir a mi casa, mis hombres os llevarán y os traerán de vuelta a las favelas— les digo— Sólo tenéis que llamar a Adriana y decidir una hora.

—Es muy amable, señor, llamaremos a Adriana para que los niños se vean y jueguen juntos.

—Estoy seguro de que a Jeren le encantará escuchar esto cuando se lo cuente.

Ella sonríe a modo de despedida. He investigado a esas dos mujeres, no hay nada preocupante en ellas. De hecho, son dos buenas mujeres que se ganan la vida honradamente, por lo menos la hija, la señora Larissa tiene una cojera que le impide trabajar. No sé cómo hace para subir tantas cuestas y escaleras en las favelas. Debería estar en un lugar mejor, pero, por desgracia, no creo que pueda permitírselo.

Fabiano se acerca a mí inmediatamente cuando me ve para informarme de que no ha visto nada sospechoso. Hemos estado aquí por más de dos horas. Ahora debo ir al aeropuerto para viajar a Colombia, más concretamente a Cartagena. Le debo una visita a Mario, ayudé con la búsqueda de Sofía, pero no he vuelto a verlo.

EL SANTO #3 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora