Capítulo 2

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Las mañanas en Vermont solían dar la impresión de mostrar un cielo despejado y con muy pocos rayos de sol. Robert se esmeraba en no enfurruñarse ante el clima y agradeció que su estilo diario fuera un complemento adecuado, como las camisas de franela, pantalones de mezclilla rectos y botas de montaña. Mientras caminaba por la calle en dirección al campus, intentaba memorizar las casas vecinas con el fin de no parecer tan nuevo. Fue inútil: podía sentir las miradas tras las persianas, insertándose lentamente en todo su cuerpo como navajas cargadas de curiosidad. Se veía así mismo como el bicho de la ciudad. Era mejor eso a que supieran que en realidad estaba huyendo.

Una de sus cualidades era la puntualidad; había salido con tanta anticipación que se tomó el tiempo de ver el camino con mejor atención, e incluso a detenerse a desayunar en una cafetería de nombre The French Coffee, misma que se encontraba frente la Librería Central del campus. Sentado junto a la vitrina que daba vista a la calle, prestó atención a los detalles a su alrededor.

Estudiantes y profesores caminaban de un lado a otro, tan deprisa que no podían prestar atención a las mismas cosas que él. En la primera manzana después del campus, sólo podían encontrarse librerías y tiendas con artículos de la universidad. Después de dar el último sorbo a su café, Robert suspiró. Ya no se encontraba Chicago.

Y naturalmente, era algo que le dolía y a la vez le hacía bien. No podía saber cuánto tiempo le tomaría acostumbrarse a una vida tan tranquila, tan normal... tan aburrida, lo cual contradecía por completo suplan de cambiar radicalmente. A simple vista, Robert no cambió más que el lugar de residencia. Nada de esto tenía sentido.

—Cortesía de la casa, señor Harris —dijo una muchacha morena que de repente se hallaba parada frente a él, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Tenía en sus manos un brownie de chocolate en un plato de cerámica. Le sonrió y colocó el plato frente a él—. Es un gusto tenerlo aquí en Dimbert. 

—¡Caramba! Muchas gracias —respondió mientras esbozaba una sonrisa—. ¿Cómo me conoces?

Ella giró un poco la cabeza, confundida.

—Bueno... muchos lo esperaban aquí en cuanto se corrió la noticia de que daría clases en el campus.

Robert arqueó las cejas, sin ocultar su sorpresa. 

—Te lo agradezco mucho. ¿Cuál es tu nombre? 

—Alexia, pero todos me llaman Lexi. 

—Lexi —repitió—. ¿Trabajas aquí?

La chica le sonrió tímidamente.

—Medio tiempo solamente. Mis clases iniciarán por la tarde, así que tengo la mañana para el trabajo.

—¿En qué área estás? 

—Estudio el último año de Psicología.

—Encantado de conocer a alguien en otro ámbito —le dijo mientras sonrió con amabilidad—. El brownie se ve muy rico. Sospecho que me verás por aquí muy seguido.

La sonrisa de Lexi se hizo más pronunciada.

—Tengo que irme a trabajar. Mucho gusto y bienvenido, señor Harris.

—Gracias, Lexi.

Desde luego, el obsequio estuvo delicioso, aunque a Robert no le gustaba mucho el brownie de chocolate. Le sorprendió además que fuera una especie de celebridad en un sitio tan pequeño. Estar en el pueblo era como desconectarse del mundo. Quizá se deba a mi ego citadino, pensó mientras caminaba sobre MainStreet. Después de la charla con Lexi, notó con mayor énfasis que realmente era el centro de atención.

Tenía programada una reunión con James Franklin, el decano a las nueve en punto, para presentarse y dar un pequeño paseo por el campus con el fin de familiarizarse un poco. Gracias a los indicadores en las esquinas, logró encontrar el edificio administrativo, situado detrás de la biblioteca. La caminata era extensa sin dejar de ser agradable.

Al llegar al edificio, lo evaluó sin detenerse: era de dos niveles incluyendo la planta baja y la fachada imitaba el resto de los edificios que se conservaban en buen estado, siguiendo la arquitectura rústica con la clásica. Todo era tan luminoso por las lámparas y las paredes blancas y por lo increíblemente pulcro que estaba en su totalidad.

James Franklin, un hombre de apariencia mayor a la suya, se levantó de su asiento y acudió a saludar personalmente a su nuevo profesor.

—Robert, qué alegría me da verte aquí —lo recibió mientras se saludaban con un cálido abrazo—,¿cómo te ha sentado el cambio de aire?

—Bastante radical, James —admitió—, pero nada que no pueda lidiar. Me encanta.

Una parte de él se preguntó si la afirmación era una mentira.

—Verás que te enamoras; siempre he pensado que es el sitio perfecto para literatos talentosos como tú.

—Te lo agradezco.

—Dime, Robert —inquirió—. ¿Te fue muy difícil venir aquí?

—Todo cambio radical es difícil, pero me siento bien, decidido. Y me entusiasma impartir mi curso, además de retomar mis proyectos.

Más tarde, Franklin lo guió en un cómodo paseo por el campus con el fin de conocer las instalaciones. Para agilizar el viaje, abordaron un coche eléctrico de golf, lo cual llamaba más la atención de los estudiantes, dado que podían ver al novato conociendo el hábitat natural.

—De este lado se encuentra la Oficina de Admisiones, y en el otro extremo de Main Street, tenemos la Librería Central, que es el principal sustento de todo el campus. Su acervo es extenso y apto para cualquier estudiante y profesor, e incluso es el único edificio del campus que tiene acceso al público en general, y los auditorios para espectáculos artísticos y deportivos, desde luego —explicó.

El recorrido tomó casi un cuarto de hora. Aunque a Robert sólo le interesaba conocer el Departamento de Literatura, Franklin consideró que era buena idea que echara un vistazo al paquete completo. No pudo evitar sentirse en casa cuando pisó las escaleras del porche. El edificio, que constaba de un piso y una planta baja, tenía apariencia de ser una casona antigua aunque bien restaurada, muy parecida a un museo de Arte.

—Básicamente esta será tu casa, Robert. Todos nuestros profesores y responsables de área tienen una oficina en su respectivo Departamento y la tuya está en el primer piso.

—¡Estupendo! —se limitó a decir Robert y le sorprendió su propia sinceridad.

Le mostró su oficina. Era bastante amplia, y tenía los ventanales más grandes de todo el edificio. Además del escritorio y los libreros, contaba con una pequeña sala negra, que daba al entorno un ambiente más profesional, elegante, y quizá un poco lúgubre para el gusto de Robert.

—Puede instalarse cuando lo desee —añadió una joven de aspecto intelectual y con un adorable tono chocolate en la piel—. Yo seré su asistente, mi nombre es Heather Jones, es un gusto tenerlo en Dimbert, señor Harris.

—Heather —se aproximó hacia ella y tomó su mano para sostenerla con firmeza—, me siento encantado de conocerte, gracias. Y bueno —dijo mientras soltó su mano y se volvió hacia Franklin—.Estoy ansioso por iniciar a dar clases.

—Su primera clase inicia mañana —dijo ella—. Esta noche le harán una presentación en Madison Center para conocer oficialmente a los profesores y a sus estudiantes.

—Y no hay manera de huir, Robert —intervino Franklin—. Temo que no tienes escapatoria.


El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora