Capítulo 34

6 1 0
                                    


Llegamos con el tiempo suficiente para documentar mi equipaje e ir por una ración de café. Estoy muy nervioso. Me siento como un joven adolescente a punto de hacer una locura por su chica. Porque al fin y al cabo, es una locura.

Y ella, mi chica.

—Todo va a salir bien —dice Dale. 

Le sonrío sin estar muy convencido.

—No dejes de llamarnos —pide Blair—. Estaremos al pendiente todo el tiempo, cielo. Dale tiene razón.

—Gracias —susurro.

Los tres me miran con atención y el detalle me avergüenza.

—Hacía mucho que no te ponías rojo —dice ella—. Te ves adorable. 

Gruño y se echa a reír.

—Mejor hablemos de otra cosa en los minutos que nos quedan —dice Thomas, dirigiéndose a Dale—. Cuéntanos acerca de Joanna. ¿Cómo es?

A Dale le cambia el semblante. Casi no lo reconozco.

—Es la chica más hermosa que he visto en mi vida. Tiene un cabello dorado y casi tan liso como el de la tía Blair, y sus ojos son verdes. Sus mejillas se sonrojan todo el tiempo y se le forma un hoyuelo muy interesante cuando ríe. Me hace muy feliz.

—Impresionante —murmuran los Zeller a la vez.

—Ella tuvo que quedarse en Chicago, pero la alcanzaré en un par de días. Realmente solo vine por papá.

Le sonrío a mi hijo. Por ridículo que pareciese, me gusta la manera en la que me llama papá.

—Ojalá podamos conocerla algún día. 

Dale asiente.

—Es el plan. Esperaba que pudiéramos pasar el Día de Acción de Gracias con papá. Joanna no tiene una familia aquí, todos viven en Londres y los conoceré oficialmente en Navidad.

—Me encantaría.

—Me emociona mucho verlos así —dice ella—. Así es como deben estar siempre.

—No llores, querida —interviene Thom—. Ya tenemos suficiente con el melodramático de Robbie aquí.

Nos interrumpe la voz de la bocina, anunciando mi vuelo.

—Vamos —nos levantamos.

—Llamaré, lo prometo —les digo al despedirme—. Si todo sale bien, no sé cuándo volvería. Si todo sale mal... tal vez regrese mañana.

Dale me aprieta la mano.

—Corre.


Son las cinco de la tarde cuando aterrizamos en la ciudad de París. Se siente un calor húmedo, nada similar al de San Francisco, aunque me recuerda a esa sensación vaporosa al finalizar cada tormenta.

Recojo mi maleta y abordé el primer taxi de sitio que encuentro desocupado. De no ser por la increíble puesta de sol, habría experimentado una poderosa sensación de déjà vu, solo que ahora, en lugar de huir de una persona, estaba corriendo en su búsqueda.

Tengo la fortuna de hablar francés, aunque realmente no lo practico a menudo. Al menos soy capaz de mantener conversaciones básicas, aunque me cuesta trabajo al principio lograr comprender. Nunca he estado en París y en cierta forma, lamento no tener el tiempo y las ganas para conocerla. Las calles que toma el taxi para llegar al barrio donde vive Emma, son preciosas. Toda la ciudad parece un museo completo y sonrío con cierto aire de paz al ver de lejos la Torre Eiffel, iluminada con cientos de lucecillas que parpadean una y otra vez. Viendo el GPS que tengo en mi móvil, me percato de que ella vive muy cerca.

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora